Escrito con Igna Gago - Publicado en Crisis #11
Poco necesitó Onda Vaga para elevarse como uno de los
grupos con mayor tasa de crecimiento de los últimos cinco años de la música
joven ciudadana. Poco tiempo, poca inversión en difusión, poca parafernalia
instrumental (todo acústico), poca estructura de producción y casi nula de
mediación: poco, porque cada cosa fue un acierto. Lo “poco” propio de una
vagancia exitosa, que no sacrifica su tiempo en esfuerzos para un futuro sino
que condensa su alquimia sin usar electricidad.
Despues de consolidada la profesionalización del sonido de
los discos de rock (cualquier disco tomado al azar de una banda promedio “suena
bien”, todo cerradito y prolijo), este grupo de amigos formado para tocar en la
playa de Cabo Polonio volvió a la ciudad y, sin sacarse malla ni ojotas, se
proyectó hacia un crecimiento en picada de público y oyentes, que expresó
asimismo una mutación en los ánimos estéticos de la ciudad: un tubo de fuerza
del presente haciendo su futuro, que nadie había atravesado tan claramente.
Nacido en 2007, ya en 2008 el quinteto recibe galardones
de diarios y revistas; sus canciones frescas, livianas, alegres y festivas,
cantadas coralmente por cinco voces siempre altas, nunca pesadas, pasaron
pronta y fluidamente de salas under a telonear a Manu Chao, tocar fechas dobles
en Niceto y encabezar la programación veraniega del Konex (Niceto y Konex:
acaso las dos principales bisagras de interfase entre la cultura autogestiva y
la industria cultural; Niceto una puerta abierta al primer mundo, Konex a las
nuevas cremas de arte en castellano). Mientras se escribe esta nota los vagos
tocan en un festival japonés donde volaron con los tickets pagos, según informa
–informalmente- una alta fuente de la prensa especializada.
Todos estos datos importan, por supuesto, como índices del
crecimiento de un tono subjetivo; incluido del “dato” Onda Vaga, ya que importa
el pulso popular del cual son –digamos- voz cantante. Pulso de miles; gusto de
la época; sensibilidad de la red. Nunca o casi nunca difundieron sus shows
fuera del boca en boca o “las redes sociales”, dice la fuente mencionada; tienen
más de ciento veinte mil almas que le declaran su gusto en Facebook. Una banda
independiente que no necesita sudar sangre remándola sino que más bien activa
una corriente que la hace pasear el mundo.
Dos discos, Fuerte y
caliente, de 2008, y Espíritu Salvaje,
de 2010, sirven a este proceso. Menos como productos que aspiran a conquistar
que como testimonios de lo que surge en la onda de ese espacio de encuentro
amistoso (aunque el segundo ya es claramente mas “cuidado”). Es por eso, por
ser una instancia cuyo punto de partida ya es de felicidad triunfante, como sin
necesidades, que en el primer disco hay invitados ilustres como Fito Páez; nada
menos que el artista elegido para dar el broche final a los festejos del
Bicentenario de la Nación.
Música sencilla que se nota hecha por gente que sabe;
músicos a los que les sobra. Con fuertes dejos del Manu Chao en sus días sin
rabia, algo de cánticos balcanos de anti lamento, homenajes a la simpleza
ramonera pero pasada por una concienzuda trama de calidez tropical, algún
resabio de balada babasónica pero con el desalineo como modo del glamour,
guitarras sacudidas por manos derechas bien sueltas, mucha palma conjunta que
ritma el canto coral de la tribu, sin líder visible. Imposible meterse en un
disco o en un recital ondavago y no encontrarse llevando el ritmo con alguna
parte del cuerpo; su influjo hace vibrar a los cuerpos en danza cual zombies de
la felicidad. Yo no quiero caer, quiero
seguir arriba para bailar (“Jovens”, de Espíritu
Salvaje).
Soltura, despojo, inmediatez corporal. Melodías pegadizas
y gargantas con la tensión que requieren fogones felices, llamados
celebratorios a la luz de la luna; el éxito de Onda Vaga es el de un sonido que
elige sin duda el bienestar y sentir para adelante (“podes salir al jardín y cosechar lo bello” dice Ya!; “sacate lo que tengas de más” cantan en Baila; ambas de Espíritu
Salvaje, entre tanto ejemplo posible). Por eso, aunque en los discos
manejan una sutil paleta de recursos sonoros, el tono afectivo es homogéneo,
univalente, una planicie de endulzamiento que coincide con la amplia llanura de
la fiesta metropolitana nacional.
Si el éxito, genéricamente, no habla tanto del ganador
como de las reglas del ambiente (cosa distinta es la conquista, el triunfo),
especialmente “sintomáticos” son los éxitos instantaneos.
El nuevo jovialismo
gobernante
Hay un ánimo oficial, con representantes en muchas
esferas. Datos: Onda Vaga fue tomada por 678
como cortina musical de su emocionalidad. (Digamos que fue una transición
de “alegría pilla” entre la primera fase más combativa con los Redondos, y la
actual plenamente melosa con Por una gota
de tu voz de Abel Pintos). También el programa Los pibes del puente se inviste sonoramente con los vagos. La
cortina de 678 era Mambeado, una de
las mejores de las pegadizas canciones de la banda, que también tocaron en el
recital organizado por el Partido Obrero en protesta por el asesinato de Mariano
Ferreyra. Esa doble presencia no pone en juego algo que “no cierra”; más bien
muestra que hay oposiciones que participan del mismo plafón. Aquella noche de
protesta había en Plaza de Mayo carteles con la inscripción “Festival por la
muerte de Mariano Ferreyra”. La fiesta es el lugar común de la época, un
consenso del que no debe alejarse demasiado ningún proyecto de gobierno en
cualquier area de la vida social. Cristina bailando su cincuenta y cuatro por ciento;
pero a la vez Mauricio Macri bailando su aplastante hegemonía. Los “estetólogos”
del macrismo leyeron éste consenso festivo en la Ciudad porteña y transformaron
el triangulito de play negro que era
su logo, en múltiples triangulitos de colores. Arde la ciudad: canción elegida por ambos partidos, tema que funde
al macristinismo. La fiesta es una frecuencia
de gobierno compartida por proyectos políticos enfrentados.
La alegria
coronada
En medio de este consenso oficial, de fiestas coronadas y representadas,
Onda Vaga muestra que incluso el sentimiento indie de tribu se da ídolos. La
tribu de iguales recortando sus cuerpos fetiche, la coronación directa de la
red, sin mediación estructural. Pibes comunes que eligen lo simple y música
para divertirse, resultan cuerpos naturalmente funcionales a su multiplicación
imaginal. El actuar de sí mismos, necesario para la representación mediática,
escenifica una clara apuesta por la felicidad grupal.
Un ejemplo. La tapa de la revista del Konex dedicada a su
programación del verano pasado, tuvo a Onda Vaga como protagonista, artista de
punta del espíritu imaginado por el
centro cultural para la salida de un año viejo y la gesta del nuevo. El Konex
invita a “empezar el año en nuestro patio”, y la mención del patio es
importante: se trata de la modesta catedral para multitudinarios patios y
terrazas donde se juntan los amigos culturados en Buenos Aires. Vale contrastar
este confort organizado con la figura del “congreso de esquinas”, creada por el
colectivo Juguetes Perdidos para referirse a los recitales de rock barrial. Se
trata de una puesta en masa de la lógica íntimo-privada que fue, en parte, la respuesta
que los circuitos musicales hallaron para hacer frente a la ola reglamentarista
post-Cromañón (que por cierto sigue rozagante, cerrando centros culturales –u
obligándolos a profesionalizarse). ¿Cuánto atrevimiento se pierde en ese
desplazamiento?
Volviendo: la revista del Konex es un pequeño lujo; tamaño
medio A4, papel de alto gramaje, cuatro colores, y esas tapas satinadas que
enloquecen las yemas de los dedos, acariciando, en este caso, a los cinco
amigos vagos, que ocupan toda la cubierta, parados ante la cámara en fila,
posando sobre montoncitos de arena y con baldecitos y mallitas (de la arena
venimos y a la arena vamos). Con fresca alegría y matracas en mano, miran la cámara
bajo el lema Onda vaga. Música para ser
feliz.
La felicidad festiva: discutimos con este modelo porque se
parece a lo que queremos. Hay cosas que parecen lo mismo pero no son lo mismo;
y son peligrosas en tanto imágenes de lo común.
¡La felicidad! Pero no así directo, tan resuelta; no tan
ya-felices. Porque suprime la experiencia de habitar la pregunta por la
felicidad; y te ofrece la aplastante evidencia de su respuesta. “Estamos en la
vida para las cosas buenas”, es la cita que titula la entrevista al vago
artista del verano. No bajonearse al pedo. Vamos a disfrutar. Casi que quien no
es feliz es un gil: “Podés salir al jardín a cosechar lo bello, podés salir
también a correr, a disfrutar, no hace falta estar metido dentro de una nube
gris y lleno de mierda cuando la decisión está en vos e irte; en vez de hacerte
una choza en una villa miseria, te podés ir a hacer la misma choza en el medio
del campo”, dice el vago Marcelo Blanco en otra nota, la de tapa del suplemento
No! de fines de 2010 (hecha por Julia
González).
Amar intuiciones
A la felicidad no se le puede discutir, se dice; el que es
feliz tiene razón, hay otras cosas para criticar antes que un divertimento,
etcétera. Pero hay felicidades que dan tristeza; y los modelos de felicidad son
zona de pelea.
El campo de batalla de las formas de vida muestra una
hegemonía palmaria de esta felicidad desproblematizante. Una fiesta que
encarrila. Una fiesta en el paisaje del consumo. Bicentenario como gran
fiesta-show del relato nacional; el record de Roger Waters para jolgorio tecnológico-moral;
Tecnópolis y la fiesta del desarrollo patrio; pero también el consumo progre de
yoga y flores de exquisito autocultivo. La lógica de la vacación permanente,
que siempre va a necesitar algún padre cuando pase algo bravo.
El bienestar permanente y pregonado es sórdido. Porque el
relajo constante y la pose descontracturada son una ostentación de clase. La fiesta
con fondo de consumo, que ofrece un
modo de vida hecho, sin ignorancias, el hippismo cool donde sobre todo no hay
que hacerse problema, deben ser discutidos en nombre de una felicidad que
empiece por la propia fuerza. Y no hay fuerza si no se tensa nada. Imágenes de alegría
que no menosprecien al dolor; bienestar que no necesite desvalorizar los
problemas; ni andar chillando de satisfacción, porque la buena felicidad no se
nota…
Vivimos el chillido del consenso fáctico, una fiesta cuyo
modo de participar es la adhesión. Para criticarla no hace falta señalar una
alternativa. Porque si bien la política –ese campo reglado- es juego de
posiciones, lo político es una frecuencia donde hay potencia en la disposición.
Una disposición desconfiada de lo que huele mal (tan dulce que empalaga), y fiel
a sus intuiciones que no se dejan fotografiar. Al fin y al cabo, poco ha
acaecido históricamente festejable sin gentes atrevidas a amar lo que no hay, amar
intuiciones.