Sunday, November 26, 2023

Es mentira el silencio

 

Es mentira el silencio

de la noche;

hay menos ruido y mejor

se puede escuchar

las cosas

que nunca son

solas, nunca es

cosa sola cada cosa.


El nocturno presunto

                          silencio:

espacio para estas orejas

entre las cosas

del estuario tumultuoso

de los ruidos

del día

            de luz.


El viento, mi oreja,

mi pelo la palmera;

el viento cosa es

oreja,

silbido de pared

de torre de terraza

en La Paternal.

Cosa viento que trae

al sur cosa, a

la piel cosa, caricias

cachetes del viento

de la tierra.


Un motor

cosa del aire

acondicionar

de las vecinas, cosa,

y la cosa que tiene de nombre (cosa)

                        living.

Otro motor, pero no

de arrullo

pica. Lejos. Calle, asfalto, avenida

San Martín cosa.

Argentinos, alas cosas...

A les coces argentines

a los livings, a los cuartos,

las piezas

Una extensión de paralelepípedos

argentinos

que no se puede concebir,

no se puede imaginar

¿y sentir, ni sentir?

Es tan fácil que no nos importe

nada, casi,

de lo que no nos asedia.


Efecto y causa y cosa es cada cosa

y sabemos sin embargo

no conmovernos.


Las gotas, éstas, el aplaste

del cielo, de las nubes, de la una

gran nube que va de pe

a pa


Es un enredo que, a lo sumo,

se podría cortar

Piezas con todo

tanto todo

que se puede no sentir, incluso

lo que se sabe

(tautológico saber, vencido saber)

salvo lo que nos asedia.


Duelen las articulaciones, por ejemplo

entre las cosas.


Una tos, una vida

otra tos.


El llanto

de los hombros

de un hilván/

            que muestra

que ya estamos cosidos

por el envés de los ojos.


Una tos por los textos llenos

de vida que escribe esta tierra

del viento de los hombros

            de las cosas.




Sunday, November 29, 2020

Tantas cosas, Diego...

1-Ah, son tantas cosas. Nunca en este país se lloró tanto en simultáneo, nunca hubo tanto llanto común. Seguro fue equivalente en proporción cuando murió Eva, quizá cuando murió Perón, cuando murió Gardel, no sé. ¿Son las mismas lágrimas saliendo por tantos ojos, es un mismo llanto en millones de cuerpos? ¿Desmiente, este llanto extenso, la individualidad separada de los cuerpos, de las vidas? ¿Y de qué son las lágrimas, qué se llora con Diego? ¡Son tantas cosas! Y muchos no pudimos nunca, ni una sola vez ver el segundo gol a los ingleses sin llorar. Tanto, todo, junto. Quizá las lágrimas, además de dolor, de tristeza, además de alegría, de “emoción”, quizá las lágrimas expresen el sentimiento al que accedemos precisamente de desborde de nuestro cuerpo individual, experiencia supra-yoica de ser parte de algo inmensurable. Nos experimentamos como parte de algo que nos excede y desborda -en llanto-. Esto es afectivo, es anímico (del alma como la imagen actual del cuerpo), pero a la vez concreto, materialista: Diego es el cuerpo y el nombre de una experiencia multitidunal de lo eterno y de lo sublime.


2- Tantas cosas: parece realmente que a la Policía -de la Ciudad, otrora Federal- de unos años a esta parte cada vez tiene más hondo el goce de dañar. No solo más preparada física y técnicamente para reprimir, sino para desearlo, para disfrutarlo; esperando el momento de que les saquen el bozal y puedan meter palo, bala, gas. Los más killers en un mundo bien killer, los más duros entre duros, la risa del mal suprema. Habría que pensar este tipo específico de goce estatal por el terror, bien distinto al de la Dictadura y también al de la post-dictadura. Pero más allá de esto, y asumiendo también una decisión política de llenar de violencia la escena del velorio maradoniano (pero qué, ¿se murió Diego, es verdad?), cabe preguntar: esa decisión, ¿a qué reprimió? No había una fuerza que amenazara físicamente a la Policía ni a su disposición, en la Nueve de Julio; entonces, ¿aué posibles fueron ahí reprimidos? Andrés Pezzola ilumina: la yuta, fija, flashaba que le pegaba a Diego. Y ¿qué efectos hubiera tenido que la ciudad -esta ciudad mediatizada, privatizada en lo más hondo de su fenomenología, esta ciudad que ya no es potestad de sus habitantes- hubiese sido copada larga y anchamente por el procesamiento colectivo de un dolor fraterno, dolor superado solamente por el amor y el agradecimiento a nuestro laico y barroso D10s? ¿Qué vinieron a impedir, esas balas?


3- ¡Tantas cosas! Por primera vez en toda la historia argentina, la Casa de Gobierno fue asaltada, tomada parcialmente por la preopotencia deseante de una horda jocunda, que forzó, según dicen, a que el Presidente y su Vice se replegaran a sectores más traseros del Palacio; por primera vez en la historia nacional la Casa Rosada sufrió la irrupción de una fuerza que venció sus bordes -otrora de alta firmeza simbólica-: ¡y lo hizo el maradonismo! Clavó su fiesta doliente y metió las patas en la fuente adentro de la Rosada.


4- Esto último le da una vueltita más al bastante consabido desplazamiento en la potencia simbólica del ex Estado-Nación; lo que se vio es que la despedida de Diego era un funeral de la Nación, y el Estado no pudo convertirlo en funeral de Estado. El Estado no estuvo a la altura de la Nación argentina. Como plantea Rubén Mira en uno de los textos más importantes de estos inolvidables días, el ritual de despedida de Diego mostró cómo las formas populares de tramitación de las necesidades tiene una distancia cualitativa con su presunta representación y gestión gubernamental; desde las necesidades habitacionales (Guernica) hasta las de procesamiento funerario. Los anti-todo acusan al peronismo de ser el espacio de los vagos, los negros, los rotos, los no-ordenados, pero acá se vio que al menos este peronismo -medio alfonsinoide- no pudo (o no quiso, da igual) encauzar los cuerpos y los modos de vida que se le endilgan. Queda pues, entre las fuerzas más conserva-reaccionarias, y este peronismo como interfaz entre las fuerzas democrático-populares y la razón de gobierno, un hiato, enorme, donde el deseo y la anímica multitudinal debe ir afirmándose por las suyas.


4- ¡Tantas cosas! No podemos creer que se fue Diego… Porque Diego es una parte de nosotros; porque no podemos a priori pensarnos sin Diego, y, como insistía Nacho Lewkowicz citando Kaos (esa obra maestra de los Taviani), porque sabemos que ahora ya nadie nos piensa como nos pensaba Diego. Nosotros lo alentamos a Diego (¡vaya si lo alentamos!), pero Diego también nos alentó a todxs nosotrxs.


5- Tantas cosas, carajo. El sentimiento compartido rompe con la forma de vida dominante, el liberalismo existencial, donde la verdad obvia es que cada quien tiene su vida, y ya. Diego nos encuentra como hermanos y hermanas. Pero, tal como se dice, y re dice, Diego no es ejemplo, no es modelo. Por eso es el D10s de la era posmoderna, el D10s parado en la muerte de Dios: porque es un ídolo que exhibe de modo flagrante sus impurezas, errores, verguenzas, sus debilidades, su fragilidad. Lo hemos visto llorar a Diego muchas veces. Y sí, hermanos: la idolatría es un esquema que reproduce la desigualdad jerárquica, la obediencia, entonces si hemos de tener un ídolo, ¡qué mejor que uno frágil, asediado por la enfermedad! Que la gloria, que la belleza máxima -la experiencia estética más elevada que gozó el pueblo argentino-, sea protagonizada por alguien muy barroso.


6- No une pues como un Líder, como un Gran Padre, no es Ejemplo ni Modelo; no nos une subordinándonos, inferiorizándonos. Nos une en afianzamiento de la fraternidad. Le leí a varias personas coincidir en esto, Maradona como hermano mayor. Diego puso su cuerpo para la fraternidad argentina; por eso incluso quienes lo detestan (por villero, por adicto, por atrevido), detestan en él cosas de la argentinidad. No quedamos en este sentido huérfanos; se nos fue el mejor hermano, el hermano más hermoso y más querido. ¿Qué pasará, sin él, con nuestra fraternidad? Sí fue un héroe, Diego, porque abrió puertas imposibles, donde pudimos entrar todxs y tocar el cielo con las manos. Esos goles guerrilleros pero también estacionar un Scania en Palermo Chico y responder las quejas de los vecinos diciendo: “cuando ellos muestren bien de dónde sacaron toda la guita, yo saco el camión”. Donde había una puerta jodida, Diego la iba a romper -¿es casual que se rompiera por él la puerta de la Rosada?-. Ahora Diego se murió, y como le leí a Pato Suárez, eso significa que nos toca a nosotrxs, pues, hacer cosas imposibles...





 


Thursday, March 12, 2020

Todo está en todas partes - Omnipresencia, ¿patrimonio divino?

[Abajo se ve la fecha de hechura de este texto, que la cuarentena coronavirósica me hizo recordar¨] 

Omnipresencia: ¿patrimonio divino?
    -- (Advertencia al lector:
en esta nota no se encontrará con el desarrollo de tema alguno. Más bien, constituye el recorrido arbitrario y fortuito que se desprendió de la visión de una imagen problemática. Es decir, se expone aquí el resultado escrito de un camino de pensamiento que, al comenzar a andar, desconocía su destino.)


A ver, partamos de una imagen contemporánea bien visible (al que algo quiera ver). Hoy, un tipo puede vivir sin salir de su casa. Esto entraña casi ningún contacto físico directo con otros bichos humanos. No cual enfermo, ni cual atendido: amar y trabajar, todo el paquete. Todo gracias -por supuesto- a nuestro Gran Dios de la Internet y su fiel (u ocasional) compinche, el San Delivery.
Puesto que desde su Pérsonal Compiuter, nuestro Mengano puede: buscar trabajo; capacitarse laboralmente; trabajar; estudiar (incluyendo inscripción a universidades y demás); hacer las compras de la casa; hacer amigos; practicar desenfrenadamente el ocio, vía películas, pornografía, música, juegos, etc.; expandir sus horizontes culturales; enamorarse, e incluso tener relaciones sexuales mediante los nuevos chiches del mercado; puede también pagar sus impuestos;.... todos los contactos son posibles en la Web.
Es increíble que las gentes hayan creado las condiciones que posibiliten que la vida humana sea físicamente aislada. La foto de época recuerda a otro invento fascinante, homólogo: la cárcel. La misma idea está puesta en juego: a un cuerpo viviente, una parcela terrenal. La foto es también lo opuesto a la cárcel: mientras que en ésta los cuerpos devienen objeto recluido y mantenido por otros, el sujeto que vive en su internet-casa-delivery, organiza sus condiciones de existencia. Por estos dos pilares, la red y el delivery, llegamos a un par de datos axiomáticos conocido del mundo actual: su fragmentación y su movimiento constante.
No hay que dejarse tentar por los vicios ideológicos: esa existencia no es magra, ni disminuida; es una vida humana articulada, con sus variaciones de intensidad, sus encrucijadas, sus decisiones, problemas, logros, etc1. Y todo esto, desde un solo lugar. Se expele la pregunta2 ¿cómo es esto posible? ¿Cómo puede la vida humana ser totalmente aislada y totalmente en contacto al mismo tiempo? Se impone la respuesta lógico-necesaria: desde un lugar, se accede a cualquiera. Todo punto choca con la totalidad de los otros puntos. Todos son limítrofes entre sí. Todo está en todas partes. ¡Desexistidos los lugares!, dijo lo real.
Reincido en el deporte de cuestionar: ¿cómo es imaginable un tablero así, con cada casillero siendo limítrofe de todos los demás? Para empezar, la rigidez material se evapora. (Esto, lo dicta el instinto visual e intelectual: respecto del sólido punto de partida, el primer paso hacia la multilimitrofeidad absoluta, es el movimiento de los casilleros).
Una vez imperante el movimiento (y la tridimensionalidad, o porqué no, multidimensionalidad), sucede necesariamente esto: con un observador-parámetro abstracto imaginario, la velocidad de movimiento de cada casillero es tan elevada como para que el segmento de tiempo en que entra en contacto con cada uno de los demás, tienda a cero. Dicho de otro modo: en un momento, se está en todos lados.
Corolario: la velocidad total destituye los lugares.
Esto es posible, no es un juego expresivo. (El 26-4-03, esto era jeronimear.)
1Otro punto es el de qué organización de la materia humana suponen los dispositivos informáticos.
Un punto de partida, una vez llegado el nivel de envergadura en la relación con las máquinas y la red, puede ser una especie de objetividad instituida. Intentaré una explicación, al menos somera. Los estímulos se presentan en multiplicidad de registros; el cuerpo deviene mapa de lugares enchufables. No hay instituciones que delineen la figura subjetiva, sino un entramado de máquinas y estímulos constantes que forjan una suerte de posición mental-corporal compatible con ellos. Y esto sólo para ir creando mediante torsiones de conceptos que ya conocemos; quizá “objetividad instituida” sea demasiado; quizá en rigor sea más preciso decir lo que de hecho le pasa a la carne humana. Pues no es una disposición instituida, no hay estrategia; su configuración es aleatoria.
Las nuevas dimensiones ofrecen, como es de esperar, opciones distintas: disponerse como la pura extensión de la compu y de la web; o bien disponer uno de las posibilidades allí contenidas en potencia. Ya lo hemos aprendido con la tele: nada en sí mismo estupidiza ni hace pensar, siempre se debe esperar el posicionamiento y la fuerza de la voluntad.
2También se desprende una conlusión. La posibilidad de existir humanamente en contacto mediado con cualquier otro punto, decreta la abolición de la sociedad. El desarrollo laboral desde internet, le quita al trabajo su carácter socializante. Los hombres ya no harán comunidad desde el trabajo. La cartografía social se desfonda, emergiendo una multitud de partículas interconectables (interconectables, que se pueden conectar).
Al pensar en qué cosas obligarían a alguien a salir de su casa, lo primero que imaginé fue el acto electoral del estado (téngase en cuenta el contexto del acto de imaginación, Buenos Aires a días de las elecciones indecisas). Uno debe ir a votar. O mejor, todos debemos ir. Un ente -el estado- interpela al conjunto, y con ese interpelar, hace al conjunto. Aquello que interpela a todos es el punto en común, el punto que asegura una comunicabilidad dada entre todos. Por eso es el estado el que constituye el lazo social.
Pero bien sabemos que la obligación del voto es meramente formal. De rigor, no hay pena, y por lo tanto, no hay infracción. Esto es solo un ejemplo del desvanecimiento del estado en su rol integrador.
Desaparecida la efectividad de los mecanismos de interpelar/generar a un todos, ese todos, la sociedad, deja de existir. La existencia en la era Bill Gates es de cada uno. Las existencias colectivas, son contingentemente forjables. (Por lo tanto, de seguro serán experiencias de subjetivación.)

Saturday, February 29, 2020

Yo te creo, máquina




1. La verdad, no sé si tener miedo o no. Creo que el temor sosiega, paradójicamente: da una certidumbre, algo definido sucede, se circunscribe una fuente puntual de opresión a la que atribuirle el malestar que, de común, asedia difuso pero aplastante en la ciudad de la imagen. El miedo puede ser un modo de ordenar el mundo. En fin: creo que alguna vez tiene que pasar y el coronavirus, finalmente, librará de nuestra especie a la faz de la tierra. Creo que es un tipo de gripe y mata gente, más que nada adultos mayores, como también lo hace cada año la gripe común, pero sirve de alimento para la adhesión automática a todo miedo circulante, propia de la fragilidad anímica del reino mercantil, que es por un lado tan buen negocio para los medios de comunicación y, por otro, tan buena excusa para aumentar el arbitrio de los controles gubernamentales. Creo que es un virus introducido en China por los yankis para hacerle un agujero a su amenaza principal. Creo en todas las versiones; creo que todas tienen verdad.

2. El otro día se murió un terraplanero. Cayose de un cohete casero, que armó para demostrar su visión del mundo, según contó la noticia. El tipo -lo adiviné californiano apenas escuché la historia- dio la vida por lo que creía, puede decirse. Aunque es una creencia reactiva, efecto de un radical no-creer en “lo que nos dicen”.
Escépticos nos decían a los criados en la década del 90: tras la denominada caída de los grandes relatos, el escepticismo, no creer en nada, era el ánimo general. Sospecho que el escepticismo se ha diagnosticado en muchas épocas; creo recordar por ejemplo que Sartre lo señalaba en la posguerra. Quizá creer -dar crédito a la existencia de algo- es en el fondo una pulsión fisiológica. El mundo nos excede e incluso lo que conocemos apenas, lo que casi no conocemos, tiene nombre para nosotros, y en el nombre hay ya una idea, un relato, un crédito que damos. Creo que entonces lo que lo que hay son diversos regímenes y modos de la creencia, de aquello que llamamos creer, que, cuando varían, los formados en un régimen viejo no ven sino falta de creencias. En el capitalismo de los flujos -o capitalismo celular-, también las creencias se fluidifican y celularizan; en la mediósfera conectiva en que vivimos, se cree cualquier cosa precisamente porque a la vez no se cree nada. Dado que no se puede creer en nada, es imprescindible creer en algo.

3. Dice Peter Sloterdijk que la función de los medios de comunicación en las sociedades contemporáneas es excitar al colectivo social en cuanto tal, produciendo una inquietud común. Los medios reproducen el lazo social mediante el estrés. O sea que el metralleo sin descanso de crispación mediática no produce simplemente solo anomia y desintegración; esta excitación nerviosa, este odio, este pánico latente, este padecimiento insomne es el pegamento que liga al cuerpo social celularizado.
Cuanto más nervios produzca una noticia, entonces, más creencia obtiene en el régimen de creencia mediático.
Este video, por ejemplo, no creo que sea verdadero; dicen que es una simulación. Yo creo en todo, como decía. En el sentido de que, al revés de lo que decía Guy Debord (¡pero sin negarlo!), lo falso es un momento de lo verdadero. Si el video es una simulación, es concebible, imaginable, verosímil, es verdadero en tanto que simulación; es una simulación verdadera. Creo que hay que creer en todo, incluso por supuesto en muchas cosas contrapuestas, pero creyendo, sobre todo, que todo no es todo. Todo no es todo; el parámetro para valorar una creencia, un régimen de la creencia, es cuán activos -creadores- o nos deja, o simples deglutidores repitentes.

Agustín J. Valle 


Monday, February 10, 2020

El descanso como objetivo ordenador

¿Y si dormir es lo más importante? No descansar como medio para poder producir o realizar otras actividades, sino dormir, con su intensa productividad onírica por supuesto, como objetivo de la vida más preciado. Nada sencillo objetivo por otra parte; escuché poca gente, en los últimos años, decir que duerme bárbaro en general. Ah, qué maravilloso ese momento en que logramos sentir que se baja en nosotros la guardia, la vigilancia, y vamos entrando en otro estado, el sueño, regido por algo nuestro que no es yo. Raramente percibimos el momento en que estamos durmiéndonos; como si no fuéramos nosotros los que nos dormimos como acto, sino algo que nos pasa.
El descanso reparatorio es necesario para poder hacer bien las cosas: tal el sentido común históricamente dominante. Algunos se rebelan contra el sueño como necesidad, chillando que dormirán cuando estén muertos y demás -el capitalismo mediático-farmacológico va en esa dirección-. Pero es contra la mediatización del descanso -su concepción como medio para otra cosa- que conviene rebelarse. El sueño, el descanso, perfectamente pueden concebirse como un delicadísimo objetivo, aspiración y deseo máximo. Y esto resulta un ordenador de la vida, porque es preciso cultivar el buen sueño, elaborarlo. Es necesario cansarse, y bien cansarse, para producir el buen descanso. No es que, por ejemplo, si le dedicáramos todo el tiempo a estar en la cama, obtendríamos un descanso estupendo. No no. Podemos estropear nuestro sueño por exceso de quietud y de desidia, así como por exceso de actividades y esfuerzos. Ojalá pudiéramos regular nuestros esfuerzos y haceres vigílicos en función de llegar al lecho con la cantidad y calidad de cansancio justos para el frágil y sublime placer del buen descanso.

Sunday, March 24, 2019

Hermaxs somos todxs


No son 30mil”, dice una pared acá en Paternal. Contradice, en realidad, porque está escrita manchando una pintada previa. La derecha se define por ser reactiva (pañuelo celeste contra el verde...). Orden-sobre los cuerpos que, por naturaleza, son previos a todo orden; incluso, sí, al orden que los produce: de ahí el temor eterno del orden hacia sus cuerpos hijos. Aunque gane, la reacción corre siempre de atrás a la vida. De ahí su saña: la crueldad y la tortura son y fueron de ellos. Quienes peleaban por la revolución mataban, y esa decisión es cuestionable, discutible, pero no torturaban ni violaban, porque mataban sujetos que eran obstáculo de un deseo de vida inclusivo e igualitarista. El sadismo es el goce triste del poder: goza por su dominio, odiando porque sabe de fondo que algo siempre se le escapa, que ese cuerpo -la vida que lo atraviesa- no termina nunca de ser suyo; el sadismo busca alcanzar lo que se le escapa. Por eso el orden domina y mata pero nunca deja de temer y odiar. Temernos y odiarnos. Es simple: la desigualdad radical, la brutal concentración de la riqueza, es contraria a la física natural. Requiere violencia y violencia y violencia.
No son treinta mil, dicen y hacen síntoma: obvio que no sabemos cuántos desaparecieron, justamente porque los desaparecieron. Treinta mil es una cifra sensible, en medio del imperio del número. Un número cuya verdad no es mercantil ni burocrática ni informática. Mensurado por el dolor, es un número cuyo grito compartido hace de la tristeza, rabia, y hasta alegría de ser tantos gritando: treinta mil compañeros desaparecidos, presentes. Alegría de ser multitud presente. Treinta mil, y treinta mil, y treinta mil, presentes. En el imposible de la cuantificación burocrática, hay un espacio afectivo abierto.
Del imposible hicieron las Madres su consigna, Aparición con vida. No busca producir lo que dice, la consigna. No: produce el espacio subjetivo de su enunciación. No se sabe con exactitud cuántos desaparecieron, precisamente por lo siniestro del mecanismo genocida; pero esas Madres, con un imposible de consigna, presentifican el deseo vital de sus hijas e hijos, deseo vital que el orden torturó, violó y desapareció hasta donde pudo. Son las Madres de todos y todas los que nos sentimos interpelados por el deseo de fraternidad que el Gran Padre quiso desaparecer. La saña del orden era contra algo que portaban esos cuerpos; cuantificar esa fuerza es imposible; las Madres, con una lucidez política impresionante, evitaron organizar su dolor como propiedad privada. Así pues nos encontramos: el orden quiso desaparecer algo que no puede circunscribirse a un número exacto de cuerpos individuales, las Madres hicieron del dolor un espacio abierto a la pulsión fraterna, donde entra cualquiera, sin más requisito que la implicación afectiva. Están las Abuelas, están las Madres, están los Hijos, y hermanas y hermanos somos todxs.
Hermanas y hermanos somos todos, todos lxs quen estemos, lxs presentes; al menos un rato, al menos hoy: que sea nuestra potencia fraterna la que mida el mundo. Son treinta mil -presentes- porque somos nosotrxs -presentes-.

Thursday, December 28, 2017

Monstruos, choricitos y fantasmas (después del 18/12/17)

Tras la enorme marcha y batalla en el Congreso:

El campo de batallas -muy en plural- da lugar a la mañana siguiente a una prolongada lluvia en la ciudad de los Monstruos. Durante horas cae elocuente el “sshhh!!” del cielo al Homo bobiens de estas pampas. De vuelta pues cada uno en su casa, o casado con su pantallita en el laburo o la calle o el bondi; ese recorte hace una realidad autogestionada, con una administración táctil del propio estrés, de la desazón que, con suerte, no llega a ser. El lunes el celular fue medio de encuentros y tráfico de informaciones; el martes vuelve a ser la luz individual que no te abandona. Todo sigue como si nada pero sin embargo.

La gigantesca maquinaria de la proximidad mediática opera sus choricitos: la opinión es un subproducto de la distancia con las cosas. Y las cosas cansan. Agotan, extrañan. Basta de cosas. Suficiente con lo inevitable; la intimidad inevitable con las cosas es suficiente... La proximidad mediática es una salida perfecta: ni localía a fondo (esto ahora acá es el centro del mundo), ni aventura en el mundo. Ni poesía ni política.
La maquinaria de la proximidad mediática rompe el continuo orgánico, inherente a las cosas, pero lo sustituye con la exhaustividad de los instantes. Por eso es la gran fuente contemporánea de las percepciones elaboradas con puros efectos sin premisas: “un grupo fue preparado para tirar piedras”. Mataron dos pibes en el sur, hubo represión todo el año y cacería humana el jueves. ¿Marchamos en bolas? Por lo demás, como resumió McLuhan, “la indignación moral es la estrategia tipo para dotar al idiota de dignidad”. Citar a un gran pensador de la técnica y la comunicación señala, también, la solidaridad del fetichismo tecnicista entre el telefanático y el agente robocopizado; uno goza con el control remoto y el click, el otro con el aerosolito, la moto y, también, su poderoso click.

Era bastante obvio que la aprobarían la ley garca; y no obstante fuimos una descomunal marea humana, por la tarde en el Congreso. Pocas veces, del 83 para acá, se vio represión a una multitud tan grande; no se podía ni correr. El caldo de odio, que constituye la mayor parte del consenso macrista, tiene declarado ni olvido ni perdón a todo ansia igualitarista.

Los Monstruos aparecen solo cuando el orden mediatizado de la ciudad -toda la vida convertida en medio para el rendimiento, toda la materia subsumida al helado saber de la Gestión-, solo se muestran cuando la normalidad de la consecución de instantes se ve suspendida, por la irrupción de una multitud que se opone a algo concreto sin tener exactamente definido su objetivo: sabíamos que la ley se aprobaría casi seguro, e igual estábamos ahí. La represión declaró de hecho Estado de Sitio, y la reacción nocturna popular lo des-realizó. Nadie sabía que seríamos tantos, ni que el Terror convocaría más movilización.

¿Por qué no dejan ocupar la plaza, en manifestación democrática? Esa obstrucción inicia la fase callejera de la violencia. Las fuerzas de seguridad -¿quién te usa, milico?- son ahí los cuerpos que prolongan la violencia político-económica. Marcos “Roger” Peña aludió a los recuerdos del 2001, para justificar la distancia del vallado. Aquel 19 de diciembre, el Congreso fue invadido, incluso prendido fuego y saqueado, en una pequeña parte. Si el Gobierno quiso detener a Hebe de Bonafini, si reprimió en la marcha Ni Una menos en marzo, a los docentes en Congreso, a los trabajadores de la economía informal en la 9 de Julio, a los de Pepsico, si asesinó cobardemente a Santiago Maldonado y a Rafael Nahuel, si ahora agita este diciembre, es porque quiere convocar lo que hay de vivo de toda la memoria de las protestas sociales de la Argentina contemporánea, para liquidarlo. Juegan con fuego y cuando el fuego crezca, muchos queremos estar ahí.

Pero nosotros también jugamos con fuego: el aliento del recuerdo de la revuelta, de la potencia de un nosotros enorme, abierto, potente precisamente porque no sabe lo que quiere más allá de juntarse (por eso abre zonas de creación), de afirmarse en sus intolerancias, que no precisa ofrecer alternativas programáticas y puede así variar el curso de la historia -incluso, puede suspender la historia y permitir que se muestren los Monstruos, que, también, todos llevamos dentro...- El aliento de la revuelta, digo, debe incluir el recuerdo de sus dolores. Fueron ¿33?, los hermanos muertos el 20 de diciembre de dieciséis años atrás: de ellos casi nadie se acuerda. Sí de Maxi y Darío, porque su vil asesinato insufló de tanto dolor al movimiento popular, que quedó disponible para que vengan un Jefe y/o una Jefa.

Está llena de muerte la ciudad: llena de vida también. De jueves a martes tuvimos una, dos, tres movilizaciones multitudinarias, insoslayables, muy lejos de ser acaparadas por el “vamos a volver”: pasos de un cuerpo colectivo nuevo, animado por el aliento de su historia. Nuestra tarea es que en este día y cada día quede claro que el orden de la Realidad está del lado de la muerte. Que es preciso una y otra vez revivir: nada es verdad, todo está permitido.

Wednesday, November 01, 2017

Movilizaciones que derraman: allí va el terror

Hay que leer a dónde la razón gobernante dirige su terrorismo, para entender cuáles son las líneas de fuerza más fértiles de la movilización.
"La izquierda sacrifica al cuerpo, la derecha lo exprime; el feminismo lo rescata", le escuché decir -palabras más o menos- al querido Bruno Napoli. La reivindicación feminista es una afirmación del cuerpo presente, y sus derechos inmediatos; son las potencias del cuerpo exigiendo cancha.
En movilizaciones contra el 2x1 a genocidas, y por justicia por Santiago Maldonado, también está en el centro una reivindicación de la vida, de la empatía, pero no abstracta, sino que en sí misma liga con disputas sobre vectores fundamentales del orden social (la propiedad de la tierra, la segmentación jerárquica de la población, etc).

Movilizaciones que ponen en el centro al cuerpo y sus derechos de libertad presentes, el cuerpo y todo lo que puede -potencia cuyos límites son dados por la violencia del poder-: movilizaciones cuya implicación, como me señaló Diego Skliar, no se sabe a dónde termina. A esa potencia de derrame apunta el terror.
Los reclamos contra el impuesto a las ganancias o por dos puntos porcentuales de salario, se sabe dónde terminan. El encuadre programático disputa al interior del orden; la movilización sin finalidad cerrada disputa cuál es la realidad presente. Hay una realidad de la vida que se sostiene solo si estamos movilizados, y desmintiendo, al menos un poco, que cada uno tiene su vida y ya.
¡Santiago Maldonado, presente!
Sobre estas ideas reflexiona la columna "Solo las cosas, lo demás no importa nada" que aquí dejo  (sale todos los martes trasnoche 1am; y ahora, también sale a las 14:10 los martes en La experiencia del desierto, conducido por Ezequiel Abalos en la misma sintonía: ¡gracias!).


Monday, October 23, 2017

¡Santiago Maldonado, presente!

Finalmente -no pasó tanto tiempo-, la política de la riqueza concentrada en su gestión macrista tuvo su primer muerto, su primer asesinado. Santiago Maldonado, pibe de rastas y tatuador, artesano y valiente: allí estuvo, cortando la ruta, con siete compañeros, con cinco pulóveres y tres pantalones por el frío, con dni randazzista, con rabia contra el latifundio y la cobardía cobani; Santiago, uno de los nuestros, defendía la tierra y le tenía miedo al agua. Estuvo en el mundo y decidió habitar el punto álgiddo de una de sus líneas de tensión: una de las líneas de conflicto que, habitada, podría mover un poco el orden de cosas y fuerzas. La gigantesca movilización de sensibilidad y justicia en torno a su desaparición tuvo como condición de posibilidad, seguramente, que Santiago era "blanco"; si hubiera sido Mapuche... Pero un blanco amapucheado, de modo evidente. Blanco por origen, mapuche por posición, por actuación. O quizá, mapuche por ocasión, dentro de una enemistad general al orden de la gran propiedad, y y autoridad política. Todo lo que él combatió viene traficado en su estampa. Santiago -reconocido por sus tatuajes- impugna al cuerpo pulcro del eficientismo, del realismo crudo empresarial; a Santiago, uno de los nuestros, lo mató el orden del capital concentrado a través de sus fuerzas estatales de dañar. Perdimos una vida, y crece un dolor amoroso más en nuestra memoria. ¡Santiago Maldonado, presente! Tu imagen acompañará nuestra superviviencia moral en este tiempo tan bajo. 


Tuesday, October 10, 2017

Respuesta urgente (Bombardeo de pálidas, indignación catártica y fuerzas efectivas.)


Por Agustín Jerónimo Valle en conversación con Verónica Cetrángolo, Ana Paula Gerez, Lucía Scrimini y Juan del Bene.

1. Los modos de dominación son muchos y diversos, si entendemos por ellos toda operación o dispositivo que separe a las vidas comunes de sus potencias inmediatas -su capacidad de hacerse sentir en lo más hondo lo que les hace bien y mal, y de accionar según ello-. Todo lo que entristece, domina.

2. Vivimos una ofensiva de las clases dominantes pocas veces vista. Los despojos y vejaciones que realizan tienen a la dominación como condición necesaria, sí: pero la difusión mediática incesante de los despojos y vejaciones acaso sea en sí misma un vector de dominación. La cadena del desánimo, como la bautizó Pablo Katchadjan.
Los actos de vaciamientos, abusos, gigantescos negociados, violencias insensibles, desde este punto de vista, producen no solo cada uno su negocio particular, sino que también el conjunto, en cuanto tal, difundido como viento sostenido, produce un estado psicopolítico propiamente dominado. “Estoy cansada, agotada, cansada de indignarme”, decía una compañera. Ese cansancio es el botín; ese cansancio es el producto: su ánimo, su salud es el botín.

3. El diluvio semiótico permanente es condición general mediática. Pero esa condición general -de enajenación atencional- deviene herramienta política de un gobierno que usa la estrategia de atacar por once, doce o trece frentes a la vez (como explicitó el saliente ministro de Educación que hacían para “sacudir el sistema educativo”...). Y que, además, monta actos represivos menos para reprimir una fuerza materialmente amenazante, que para difundir las imágenes ejemplares de la represión; las imágenes de represión son una fuente más que nutre al permanente bombardeo de tristezas, dolores: insumos para el sostenimiento del estado de constante indignación.
Los amplios sectores de la población con sensibilidad empática o igualitarista (más o menos difusa, más o menos inocente, más o menos endeble, más o menos fundante...), quedan, como efecto del bombardeo de pálidas, en un desborde anímico; más aún, en un estado de respuesta urgente, un alerta insomne, un estrés político.

4. Un compañero estuvo días ausente de su lugar de trabajo; se había enfermado. Al volver, contestó los “qué te pasó” de rigor, con su parte sanitario: “Todo me enfermó”. Vale decir, lo enfermó el todo, lo todo. No meramente las cosas sumadas, en su contenido (específico, cualitativo, semántico) sino la escala del conjunto; el exceso cuantitativo.
Otro amigo, que se dedica a sostener y ensanchar una mirada sobre -o de- la salud, encontróse en un bar expuesto a la luz y ruido televisivos; emitían información de uno de los múltiples dolores y fuentes de odio crispado. Él no recordaba bien el caso, e inmediatamente estaba agarrando el celular -quizá lo tenía agarrado ya- para buscar... Pero frenó pensando: “no puedo estar en todo”. Una idea simple, elemental. Elemento que sin embargo suele quedar despojado de los cuerpos, traccionados por -a- lo todo. Cuerpos que caen, que enferman una y otra vez por el estrés crispado de sostener una constante respuesta de indignación catártica.

5. La catarsis era el climax del arte en tiempos de grandes formas fijas, dice Bifo: cuando el patrón es la monotonía repetitiva, cuando la dominación moldea formas subjetivas duraderas y largoplacistas, la explosión catártica es un vector de subjetivación liberadora, donde lo perimido aflora... Para nosotros, en cambio, la catarsis no es un accidente en un medio constante y fijo, sino la condición normal del medio. Es, la catarsis, condición de imposibilidad de ligadura: donde hay catarsis, no se arma nada. Solo descarga; descarga que es un momento partícipe del esquema de la saturación, y no su ruptura.
Más allá de que, ciertamente, la catarsis puede en algunos casos ser modulada por gestos o dispositivos que hagan que sí sirva para armar algo, en principio la reacción catártica expresa no más que un exceso de afecciones recibidas respecto de las posibilidades de procesamiento. Como un rebote, o una devolución bulímica de las cataratas de whatsapp, comentarios, titulares, flyers convocantes ya no se sabe a qué, a dónde, pero que no nos quede ninguna causa desatendida, ningún mal sin denunciar... Agotamiento; o mejor, crispación extenuante.
La urgencia de lo actual no es de cuño político; es de cuño mediático. Nada te ata a leer la novedad. Cuando Luca decía eso nos estaba invitando; es decir, en realidad señalaba que la novedad sí te estaba atando, aunque con una atadura virtual, no del todo real, o que al encararse, al declararse falsa, devenía irreal... (“cómo es que estás atado si nada te ata...”).
La atadura impide libertad de ligaduras. Las traba.
Algo de la agenda del bien (agenda de los buenos o brevemente buenista), entonces, tiene como efecto un distanciamiento del sujeto (de cada sujeto: individual, colectivo, etcétera) respecto de sus potencias de movilización política (es decir, de operaciones que fuercen un movimiento en el diagrama de fuerzas dado, sea en una rama de la industria, en una esquina, en un aula, en la literatura, en el sistema bancario o en el uso de los minerales subterráneos de la cordillera...).
Las ligaduras activantes (se liga como mínimo una cosa que podemos hacer con una circunstancia...) quedan atrofiadas por la indignación permanente, indignación sometida -pegoteada- a una renovación constante de su foco atencional.
Organizarnos en configuraciones -prácticas, lazos, hábitos...- que aumentan lo que podemos, es políticamente más vital que el sostenimiento -denuncista, chillón y adherente, quejoso al fin- de la extensa agenda del bien.
La importancia intrínseca de los asuntos no determina su centralidad en un mapa político, sino sus efectos inmediatos en la vida: en qué consiste concretamente la implicación -moviente- con las cosas.
Hay también una discusión implícita (una discusión operada más por los modos de vida que por discursos) sobre cuáles son nuestros problemas, tus problemas, mis problemas, etcétera. Para una política -o una politicidad- todista, nuestro problema es todo lo que esté mal.
Para una política de indiferencia, nuestros problemas no existen, solo hay mis problemas. Mi interés, mi vida, mis problemas; y el problema de cuando algo o alguien se cruza en mi camino: indignante (“sheriff, sheriff...”). Que nada moleste la propia vida y su frágil orden. Vida definida, que ya sabe sus límites -que castró la aventurilla de no saber aún todo lo que puede-.
Es cierto: darle cauce a las modestas pero sensibles operaciones que abren una zona de fuerza nueva, desordena la “propia vida”. Ejemplo básico e ínfimo: cuántos programas agendados de las “vidas propias” son desplazados para que una movilización callejera sea efectivamente multitudinal.
Para una politicidad de las potencias situadas, los problemas se definen por la capacidad de intervención. Es problema en la medida en que es umbral de exploración de alguna potencia. Es problema si podemos probar en él una fuerza.
6. Quizá por eso hayan sido tan distintas las marchas que hubo en Capital por la desaparición de Santiago Maldonado; sobre todo la primera respecto de la segunda. El día once de agosto hubo en la plaza de Mayo una concentración extraña, de baja intensidad, incluso triste. No tanto por haber sido poca gente; era un problema más cualitativo, del tipo de presencia: parecía un gran acto de presencia. Es decir, una respuesta automática. Hacemos lo que ya sabemos, que es una marcha, que es como ya sabemos...
La segunda marcha, por el mes de la desaparición de Santiago Maldonado, fue distinta. Más que acto de presencia, presencia efectiva. No solo porque esa movilización forzó al Gobierno a cambiar su estrategia para el caso Maldonado. Ese corrimiento, vale pensar, no fue tanto por la cantidad, enorme, de gente reunida, sino por el tono de esa reunión. Un tono que delataba que la reunión expresaba unas ondas que la excedían largamente. Un tono festivo. El tono de una presencia que reunía por un dolor pero no reunía en el dolor; no una reunión de indignados. (Acaso lo que “re”une es la indignación, pero una vez consumada la unión, aquella causa no es ya su esencia). La presencia misma convertía el espanto en alegría de ser muchos y lograr esa fuerza -que confronta a una gran serie de actores y tecnologías políticas del estatu quo-.
Una movilización así, que opera una conversión anímico-política semejante (dolor en rabia y rabia en alegría), ejerce una autonomía anímica, una autonomía de sentido.
Fue contra ese ánimo, contra esa potencia de movilización reunida, que se arrojó el teatro del terror, la farsa actual. Como se había arrojado a la marcha de las mujeres meses atrás; también una movilización que opera gigantescas conversiones anímico-políticas1. Y que no tiene tanto una agenda programática, una propuesta alternativa, como una serie de intolerancias y exigencias vitales (movilizaciones que señalan lo intolerable de una época). Como señala Diego Skliar, son movilizaciones que (hay que sumar acaso la marcha de los trabajadores de la economía informal reprimida en la 9 de julio), al tener modos de implicación tan vitales, abiertos (exploración de las potencias situadas...), al no limitarse a reivindicaciones programáticas (como la de la CGT o la Federal Educativa) y demás, no se sabe a dónde terminan. Su derrame es imprevisible. Son movilizaciones menos “definidas” -en el doble sentido de que no están prefigurados sus fines: ni su límite ni su última finalidad. (Pero a la vez son movilizaciones con un sentido coordinado multitudinariamente, a diferencia de las pequeñas movilizaciones que arrebatan peleítas cotidianas con los poderes de la realidad sin tampoco borde ni finalidad.)
Antes de esa marcha descomunal, en las semanas previas, la campaña de publicar mensajes diciendo “yo estoy tomando mate y leyendo el diario, ¿dónde está Santiago Maldonado?” podía causar escozor. Podía verse ahí, en ese acto realizado por ¿cientos de miles, millones de personas?, una escenificación más del sujeto espectacularizado. La autoproducción imaginal del yo; el yo esclavo y cafiolo... Pero ahí un gesto que suele participar de un sentido, participa de otro. Una operación que normalmente constituye la subjetividad “enredada”, pasa a formar parte de una configuración que vuelve posible una fuerza que no se sabía. La politización convierte en herramienta -herramentaliza- un tic masivo. El tic sirvió para multiplicar un problema -ponerlo en común- que para el orden -orden del miedo y la debilidad crispada- no era común sino propiedad de la identidad progresista. (Por otra parte: ¿fue sólo en las redes sociales donde tuvo lugar la pregunta insistente? No, la oímos en salas de espera, en los subtes, en las aulas –incluyendo, claro está, los 0-800 que, al mejor estilo Revista Para Ti en plena Dictadura, se ocuparon de denunciar la intromisión de esa “pregunta urgente para velar por la salud antipolíticade los niños en las escuelas.)
El acto político tiene base intuitiva, y se propaga por copia mutua2, no consiste en acciones de otra vida; no pasa por abandonar las tonterías o las cadenas, en pos de lo que verdaderamente hay que hacer. Más bien la politización es un viraje de tono o de sentido, leve pero altamente significativo, en las prácticas que constituyen la vida como es -como es en sus líneas de ensanchamiento.

7. Actos que por ejemplo logran liberarse de las amarras de un bombardeo de tristeza política. Un bombardeo con problemas que sitúan la atención en un campo remoto a las propias potencias (la ofensiva general de las elites), y es en sí mismo un dispositivo de dominación. La reacción prefigurada por el bombardeo, la respuesta constante, la indignación permanente, reproducen la compulsión hiperexpresiva. La reacción es isomorfa al bombardeo. Reproduce su ritmo, su frecuencia corporal. Cambiando el contenido del mensaje, prolonga la crispación permanente con centro en cosas que son más fuertes que nosotros, y, en su conjunto, ajenas a nosotros.
Atender al escenario, al medio ambiente (o ambiente mediático) indignante, es inevitable salvo si decidimos la indiferencia (y bancar la precariedad creciente de la vida), o bien si logramos atender a las profundizaciones de las potencias presentes. El cuerpo que decide que no puede estar en todo ni responder a todo es el cuerpo que está atento a los sitios donde sí puede hacer una fuerza efectiva (cortar la chorrada interminable de la pantallita y atravesar la ciudad para acoplarse a una marcha de estudiantes secundarios que se agrandan por sí solos; o sostener, dentro de una institución donde rigen directivas de no hablar del caso Maldonado, abierta la pregunta por lo que pasó y por las líneas de conexión del caso con las vidas de cualquiera).
El cuerpo todista es ansioso: rompe el aquí. El cuerpo indiferente, por su parte, ya da por completamente definida su vida -terminada, aunque falte vivenciarla...-.
El cuerpo que decide no poder todo (un vital nopodermiento, como quería Gombrowicz), queda más sano para lo que sí puede; exento de la respuesta automática puede probar sus fuerzas -y esos pequeños poderes, si les ponemos la lupa, si miramos desde ellos, desmienten el absolutismo general de la tristeza.








1Quizá las condiciones materiales sean la causa de la política, pero no son la política.

2Hay una facultad humana consistente en copiarse. Es un recurso, es un vicio, es un placer, es un vaso comunicador de información de la especie. Y la publicidad juega sucio, precisamente, ahí, en la facultad -y el placer- de copiarse.