0.
El
encuentro quizá más multitudinal de la historia argentina,
dispersado con la razón de la imagen, disuelto por la realidad
mediatizada. ¿Cómo es que el más hermoso héroe de este lío, y la
potencia de reunión autónoma y masiva más grande que haya visto
esta tierra, resultan tan vulnerables a un golpe de la subjetividad
mediática? Tantos años: contables pero infinitos años. Que ahora
se anudan, o desanudan más bien, en este punto crítico con tufo a
final. Desagradable, triste, encolerizante.
Hace
años que el espacio ricotero se venía poblando de fuerzas que
debilitaron su naturaleza, aún masificándolo más y más. Eso nos
dejó servidos. Pero no fue eso lo que sufrió la monumental condena
de la moral mediática: fue el tesoro revoltoso y rajante, patrimonio
de la larga historia patricia, lo que recibió el reto gozoso de las
vidas tristes y sumisas a la Realidad. La batuta de la condena la
llevó el Presidente. Aduciendo tristeza por los dos muertos,
pedagogizó que “esto es lo que pasa cuando no se respetan las
normas”: felina expresión de la alegría natural del poder ante
muertos cuyas vidas, aunque sea un poquito, se le habían escapado.
Aquí
van algunas líneas intentando entender las fuerzas en juego:
1.
Los
redondos y Patricio Rey fueron siempre un espacio de aire respirable,
de libertad mutante, de vida abierta en raje de la realidad obvia de
cada época (y el pogo y los psicoactivos son, en efecto, parte de la
gestión de ese aire respirable). En el mundo parido por la
gran derrota moderna, en el mundo de la enajenación como única
verdad fija, Patricio Rey fue el santo y seña de un espacio donde,
sí, somos nosotros. Hubo un momento -empezando el siglo nuevo- en
que Patricio se difuminó (y sin embargo eso también lo difundió);
después, con Patricio desplazado, muchos redondos, incluido el
Indio, incorporaron versos provenientes de otro caldo. Versos
esperanzados. Acá estamos: vulnerables ante la corriente de verso
general.
2.
Si
algo de lo magramente llamado “grieta” pudo darle alta estocada a
la esfera ricotera, es porque el territorio ricotero ya se había
mudado, en una parte demasiado grande, a la Realidad. La noción de
grieta implica una mismidad esencial de los bordes separados; la
grieta es grieta de una cosa. Los Redondos no. El espacio
redondo nunca partió unidad alguna; siempre fue más bien una
vertiente generativa. Napa subterránea, diluvio, marejada. Unos
aparecidos. Por mudarse a la Realidad, el espacio ricotero pudo
devenir documental semi publicitario, materia de selfies, saludos a
678 desde el escenario, filmaciones de los shows del Indio usadas de
cortina del mismo show televisivo, misivas públicas a “colegas
quejosos” explicando su poética, Aníbal Fernández en camarines,
etcétera... Ya estaba abierta la puerta a la realidad mediática y
su Juicio. Al Ojo de la berretada cruel.
3.
Un
indio solo es un oxímoron. Los indios han sido y son sujetos
comunitarios: imposible concebir la existencia yoica individual. Es
comprensible que nuestro Indio solo no sostuviera el hermetismo
ricotero. Desde abajo también manyamos verso... No hay que
subestimar la fuerza que traccionó hacia una utilitarización del
espacio ricotero. Que lo mediatizó: lo convirtió en un medio para
otra cosa. Explicitó nombres en los lienzos blancos. Diluyó el
secreto: fue a la ventanilla de la Realidad y lo canceló al contado
como capital político. No era fácil resistirse a tales sirenas. No
sin Patricio alentando en la nuca de sus bombones.
El
espacio ricotero, entonces, se publicó.
Por
eso ahora puede verse al
recital como “un recital”;
incluso puede irse como
si fuera “un recital”.
Para nosotros un recital redondo -y
mucho de los recitales del
Indio fueron recitales
redondos-
nunca fue “un recital”; siempre
un acontecimiento, la
autogestión de una zona temporariamente autónoma que,
más bien, desmentía el orden de la Realidad.
Y
claro: cuando en la cumbre de la yunta ya no está el Rey Patricio,
ese tutor invisible que
guardiana un clima de nosotros (su
existencia es un juego:
el juego
que le da la clave a la situación),
sino un individuo, una
persona con dni (individuo:
figura subjetiva de la Realidad), nuestro Indio solo, es más fácil
desplazarse a la posición de consumidor que reclama “organización”.
Así como, también, es más
fácil dejar a alguien tirado (en
el barro, o sin llegar al micro que se va con menos gente de la
que llevó), si vine a
consumir un recital del Indio.
La posición de “usuario”
no cabe bajo atmósfera del
Rey misterioso que nos iguala a todos en tanto que redondos, fieles
suyos: en el espacio de Patricio, está claro que lo que hay somos
nosotros.
4.
No
apunto a la nostalgia; genealogizo. Y genealogizo -someramente- no
solo la debilitación del espacio ricotero, sino también las claves
por las que centenares de miles de personas todavía sintieron que
hay algo más verdadero ahí, en esa yunta nacida con el soplo del
Rey; ahí, donde Patricio nunca se muestra y habilita la realeza del
nosotros. Trescientas, cuatrocientas mil personas movilizadas por el
deseo de algo real más intenso y eterno que esta vil realidad.
Masividad de algo que no está encuadrado en el orden cotidiano de la
realidad, no se lo puede ubicar ni circunscribir; por eso es
incomprensible cómo se dan cita; por eso hasta los detractores dicen
que es un “milagro” que nadie hubiera muerto antes: es una
masividad que en la Realidad está escondida, latente, clandestina.
Son vidas, claro, tomadas a la vez por otras fuerzas, es evidente (de
usuario, de consumidor, de miniturismo a la intensidad ricotera...).
5.
El
encuentro de cuerpos más
multitudinario sucumbe ante una corriente
de pantallas. No una “operación
mediática” -que, además,
para que funcione, necesita morder
en el mar de lo sensible; tiene
que haber un ánimo difundido que sea conductor de esa corriente
calculada-.
En todo caso, “operación
mediática” en tanto conjunto de movimientos que concurren a un
mismo efecto y comparten el mismo cuño. Cuño
mediático: un masivo movimiento
con patrones perceptivos, expresivos, morales, relacionales, etc,
propiamente mediáticos. Signados
por la supresión de la distancia a tiempo real.
6.
Nos
quejamos de la compulsión
opinológica. Pero en nuestros días, la opinión es el registro
natural de la invasión de lo
mediato; de la centralidad de
lo mediato. Compelidos a
hablar (y nunca la humanidad estuvo tan compelida a hablar; ¿qué
está en tu mente, Patricio?),
asistentes a un paisaje imaginal, los cuerpos se entrenan en un decir
desligado de la experiencia de habitar aquello sobre lo que se habla.
Y todos estamos sometidos a
poderosísimas fuerzas de estímulo y extracción discursiva. Apuesto
a que lo que más creció, en
todos los ordenes de la existencia humana, en estos últimos años,
es la cantidad de palabras proferidas.
La
opinión es el género de la valoración a distancia. O,
mejor, el género de la valoración propio de la “proximidad
mediática”, como dice
Virilio. La
compulsión a opinar es
efecto de cuánto las vidas
viven impregnadas de un paisaje de cosas que no habitan
en presencia: es inevitable tener una opinión. Es
imposible no
tener opinón. “Si nada te
conmueve, ¿para qué opinás?”, leí a
Carlos Gradín. Pero Diego
Valeriano me apuntó: es precisamente porque no te conmueve, que
opinás. Vos, él, yo, cualquiera.
7.
Sobre
todo cuando hay muertos. “Los muertos siempre van en la tapa”:
periodismo básico. Pero ese protocolo periodístico no alcanza para
explicar lo que se hace pasar por esos muertos. Los sentidos que se
les insuflan: taxidermia moral. Taxidermia moral. Obviamente, para
vaciar la vida que habitó un cuerpo apenas el cuerpo muda en
cadáver, y llenarlo de los propios miedos y fantasías, es necesario
tener borrada la capacidad de conmoverse. Al menos de conmoverse con
aquello que se percibe a la distancia. Porque tal cosa existe (“es
necesario sentir en lo más hondo...”); es posible conmoverse con
algo distante. Quizá sea difícil cuando lo distante pasa por
próximo: desaparece toda noción de que hay algo más -más real-
que lo que percibimos sin más. Digo: los “medios”, como
artefactos de técnicos de transmisión, tienen la capacidad de
mediar, en el sentido de hacer puente, acercar; es por el tipo
de vida que los tiene como tecnología (vida que no se limita a ser
“efecto de los medios”), que los medios no median sino que
mediatizan: separan más de lo que ligan; organizan la ligadura de la
separación.
9.
Hay
chicos que son bombas pequeñitas, y otros que son medios pequeñitos.
Cuerpos aparatos, que difunden la Realidad mediática. También de
esos se forma el “oceáno de gente” que va a ver al Indio solo.
“Infiltrados”, como escuché decir al colectivo Juguetes
Perdidos. Consumidor, usuario, indignado. Figuras que acaso no
encarna plenamente nadie y que atraviesan a muchos, en convivencia
ambivalente, promiscua incluso, con fuerzas y deseos de la presencia
intensa.
Porque
cuatrocientas mil personas es un montón, pero sucumbimos a las
fuerzas anti-presentificantes. Des-presentificantes. Fuerzas sacan la
existencia de la presencia, la alejan. Las coordenadas de la
existencia (las imágenes prácticas con que nos concebimos) le son
despojadas a la presencia. Ya no soy el que está acá, mi
existencia deja de concebirse como fundada por estar acá. No “soy
redondo” sino “alguien que vino al recital del Indio”. Así
es como se puede hasta
hablar como un “sobreviviente” después de no haber vivido ningún
daño ni amenaza, a lo sumo unos apretujamientos y demoras en la
movilidad a la salida-esperables-. La presencia invadida por una
concepción mediatizada de la existencia.
10.
Patricio
Rey es un ejemplo maravilloso de un elemento presentificador. Un
intensificador de la presencia, a grado tal que la existencia entera
se ve pensada, cuestionada, tonificada por esa presencia -al
contrario de la mediatización que castra la presencia a título de
una imagen de la existencia-. Soy redondo. Esa existencia
afirmada por la presencia luego alcanza a tener un modo propio de
habitar las escenas “ajenas”. Por eso es padrino de múltiples
micro-complicidades en la ciudad. Por eso se constituyó como la voz
que más hablaron las paredes urbanas de las últimas cuatro décadas.
Por eso permitió sobrevivir y gozar a las sensibilidades de
disidencia instintiva, estética, desde la dictadura hasta que fueron
esas sensibilidades, esos cuerpos, los que echaron a pedradas al
neoliberalismo noventoso.
Patricio
Rey, un sueñito presentificador. Gracias a él uno no cree en lo que
oye; la presencia recupera su ánimo de poder, olvidando la obviedad
circundante.
11.
¿Qué fuerzas llevan a ver “tragedia” donde murieron dos de
trescientas o cuatrocientas mil personas, sin haber sido asesinadas
ni víctimas de violencia accidental? ¡Masacre, incluso! ¿Estás
bien, estás bien? Los medios, por supuesto, mostraron su condición
terrorista, como señaló Ezequiel Gatto: llamando “desaparecidos”
a los que no tenían señal de celular. Hijos de yuta, propiamente.
Pero hay más...
La creencia inmediata en la tragedia indica un lugar previo
disponible para afirmar eso, masacre, tragedia, para desmentir una
fiesta como desastre. No hubo masacre ni tragedia; hubo dos muertes
al interior de una autogestión (sanitaria, toxicológica,
experiencial), ejercida, por cierto, en un espacio de autocuidado
colectivo mucho más eficaz que la convivencia urbana normal. Y sin
embargo es inmediata la creencia, el crédito que se le da al
desastre sangriento de la fiesta ricotera. Cosa que no sucede con los
veinte muertos diarios en “accidentes” de tránsito, los siete en
una comisaría días antes, los miles y miles de muertos normales que
son cuerpos donde estalla el modo de vida de explotación, miedo,
odio y estrés. No: son los caídos en un viaje propio, en una
historia propia, los que despiertan el retito moral.
Es la gozosa condena de los castrados: aquellos resignados a que todo
es igual, todo lo mismo. Las vidas que renunciaron a la
existencia de viajes diferenciales, desesperan por desmentir
todo rastro de disidencia de cualquier agite que lo contenga; le caen
con todo el peso de la Realidad: vieron, esto iba a pasar, el
Indio es una pyme que no produce la organización que necesita.
“Si respetan las normas hay más oportunidades” dijo el gato (el
abanderado en la Rosada del propietarismo y de las vidas del miedo y
la impotencia), contento porque dos muertos le permiten condenar al
ricoterismo. Pero Patricio, la gran escuela de la presentificación,
no quiere oportunidades; no las necesita. Planta su fiesta y trae su
cielo un rato a esta tierra, que es una herida. O bien se disuelve
derrotado. Tenemos dos muertos redondos: que en paz descansen.
Murieron en una apuesta por intensificar la vida al interior de una
poética propia. Mucho más francos que una vida que goza con
tragedia y masacre tanto como para verlas donde no las hay, tanto
como para darles crédito así existen efectivamente -así tienen
efectos aunque no existan-.
Es entendible: una sensibilidad mediatizada, los cuerpos enajenados
(con la potestad de la presencia mediatizada), gozan ante el
espectáculo de cuerpos arrancados de vida: de cuerpos más
enajenados que ellos. La mediósfera aumenta la potencia de los
cuerpos de consumir imágenes. En su forma inercial, esta capacidad
se hipertrofia y en cambio duele la parte del cuerpo que
podría habitar una reunión multitudinal como algo más
verdadero, la parte del alma que podría fundar la realidad desde
su presencia arbitraria -la que podría decir la vida es esto, y
que bufen los eunucos. Duele y queda resentida. “¡Muertos, no
hacían fiesta, están muertos!” Como señalaba Bifo, para la
subjetividad mediática el porno y los cuerpos despojados son
trending topic: el triste goce de espectar cuerpos más enajenados
que el propio, en contraste con los cuales el opinador es un re vivo.