Sangre
por dinero.
Por
calentura, por impresión, por asco político en el cuerpo, escribe
Bruno Nápoli; la calentura como umbral de investigación. El cuerpo
es sagrado, sagrado para hacer cualquiera, designio privado cuyo
cuidado es una responsabilidad común. Y la violencia de la historia
que le interrumpe su potencial cualquierización es el enemigo
programático, casi infinito, contra el que Nápoli empero pelea:
toda legitimidad organizada de poder sobre los cuerpos, vía
terrorismo estatal, vía discurso popular, vía régimen financiero.
Desde los indios hasta los presos que hoy, en este momento, están
siendo golpeados en el piso sucio de una comisaría con un bastón
comprado por el Estado. El cuerpo de aquellos para los que la
organización oficial de la vida social (o la política del Estado)
implica la vejación y la muerte (en nombre de mayo…), mide
el verdadero estado de la política. Las palabras con que escribe
Nápoli son como piedras que hacen de lápida amante para aquellos
que ni tumba recibieron, y por tanto piedras que señalan el mapa de
la actualidad hecho sobre la carne olvidada de las víctimas, y de
los cómplices.
El
archivo es el recurso complementario perfecto para este trabajo de
pensamiento desde la calentura por los maltratos a los cuerpos, ya
que la materialidad mínima del archivo disimula su condición de
testimonio de gritos y sangrías, y su tedio lo sustrae en apariencia
del polvorín de la arena política. Pero el archivo –declaraciones,
leyes, etc.- guarda los puntos de sutura que cierran con artificio
las heridas criminales; guarda los puntos, guarda los cirujanos,
guarda incluso a los que pedían la sutura temerosos de las
difusiones invisibles que emanaban.
“La
deriva de los entierros y desentierros invade la historia”, dice
Nápoli: enuncia ahí su campo de combate. Esa frase la dice sobre el
Che, a quien usa como exigencia: el Che es, hoy, “una mirada
infinita”. Un superyó elegido, una mirada de amante combativo -que
sobrevive tanto a los asesinos como a los cultores de la gramática
del ejemplo-, con la que medimos el grado de desarrollo de nuestra
sensibilidad: el Che nos mira y en su mirada vemos el alcance de
nuestra mirada -¿somos capaces de sentir en lo más hondo cualquier
injusticia cometida contra cualquiera…?-.
En
nombre de mayo es un libro de intervenciones; todos sus textos
responden a problemas. El método es el de un arqueólogo de
archivo, pero también el de un historiador: para cada segmento
temporal, distingue las fuerzas activas aunque invisibles, así como
las cáscaras visibles que solo son lastre. Donde se ven cortes
encuentra continuidades, y viceversa. Las periodizaciones de la
historia reciente se ven, así, fuertemente trastocadas. La masacre
no empieza en el 76 sino en el 73; las políticas oficiales de
memoria empiezan durante el gobierno de Videla, y su mayor número no
se da durante el kirchnerismo sino durante los 90; el Estado no
estuvo ausente ni en el golpe ni en el menemato (tal argucia busca
eximirlo culpando a pseudo-terceros, “fueron las FFAA en un caso,
fueron los mercados en el otro”). Y la dictadura no terminó, aún,
si ponemos el ojo en diversas leyes y reglamentaciones del mercado
financiero y bancario, así como en buena parte del aparato
represivo; el kirchnerismo, como inteligencia de gobierno concreta,
tiene al neoliberalismo como condición fáctica de posibilidad.
Arqueólogo,
historiador, Nápoli también es un lingüista. No sería justo
–paréntesis- llamarlo foucaultiano; más bien él y Foucault
tienen una relación de fraterna coincidencia. Nápoli cita solo
cuando necesita, cuando aparecen en sus palabras las de otro
–Ricardo Iorio, Osvaldo Bayer, Karl Marx-. Lingüista, pero que
establece no la verdad de unas palabras según la estructura
abstracta del lenguaje a la que remiten, sino los fluidos materiales
que portan y chorrean: el insulto gorila “konchuda” y el giro
“anarcocapitalismo financiero”, acuñado por la presidenta, son
dos sintagmas analizados en sendos textos brillantes que hablan por
la formalidad argumental de sus enunciados pero sobre todo por la
intensidad de su enunciación, crispados porqu algo huele mal.
Konchuda gritan los que no toleran la falencia del macho que
antes odiaban, los que en los cuerpos políticos ven la pura carne
(la medida del cajón y las hendiduras para la vejación, como las
que necrofílicamente sufrió Eva, la santa de los pobres).
Anarcocapitalismo financiero, bandera izada por la morocha –porque
los adherentes también anatomizan la política, en una
retrosublimación- en el G20, reclamando “un capitalismo serio”:
es decir, un capitalismo que no renuncie a su necesidad de cuerpos
para explotar. Es el sintagma propio de la encerrona del combate
entre capitalistas como horizonte del conflicto social, horizonte de
la vida común volcada a trabajar y el trabajo volcado a consumir,
“la vida cotidiana convertida en vida financiera”: nadie puede
pagar su vida al contado.
Para
Nápoli, las cacerolas de 2001 inciden menos en el destino político
argentino que los desocupados combativos de Cutral Có, Mosconi y
Tartagal: campos de batalla por irrupción e intuición, luchas sin
códigos. ¿O es que los pobres solamente “protestan”, y no
“hacen política”? La clase media tardó diez años en
decodificar, participar, tener cargos. “Es interesante pensar que
un evento como el de diciembre de 2001, que compartió identidad solo
en dos o tres grandes ciudades, apareció como el momento de cambio
político de todo un país, por la participación de sectores que
querían decidir qué debía hacerse con la cosa pública”
(del capítulo La reconstrucción de un relato histórico como
forma de representación política).
Ni
el Estado fue espectador en la dictadura ni en los noventa, ni el
2001 fue la profunda crisis fundante de nuevos modos de hacer
política. Ni, ni, ni. En nombre de mayo es un libro demoledor
que no propone salidas, no ofrece programas; ni siquiera convoca a la
reunión de todos los que piensan como él. Su modelo es más bien el
del sabotaje y el acto justiciero; sabotaje de los consensos
sórdidos, cándidos y canallas; actos justicieros que restituyen a
los cuerpos lo que es de ellos. “Ver la realidad tal cual se
presenta”, dice Nápoli, y, en efecto, historiador arquéologo, su
faz lingüística le permite ver la política argentina en mute,
sin sonido, sin cháchara, sin su discurso; devolviendo al discurso
su condición de operador material, de cosa entre las cosas, mira las
cosas de manera que puedan hablar en silencio.
La
vida siempre viene primero, y “el Estado es por naturaleza
apropiador”. En nombre de mayo presenta muchas verdades así:
evidentes pero expulsadas programáticamente del régimen de obviedad
reinante. Le habla, este libro, a los anarquistas. No se sabe cuántos
anarquistas hay. Se trata de una de las pulsiones políticas, acaso,
mayoritarias?, solo que invisible tanto por correlación de fuerzas
organizadas como por su naturaleza de instinto vital y de modestia.
“No
se puede pensar la Argentina sin hablar de los desaparecidos”,
dice; vale entender que no se puede pensar en Argentina sin
hablar de los desaparecidos. Pero es difícil hablar de los
desaparecidos. En Carnadura de un relato imposible, Nápoli
refuta la posibilidad de hacer la historia de sujetos tan
radicalmente ausentes: la mayor tragedia de los desaparecidos es que
su destino no se puede contar. El asesinato es un vínculo;
“desaparecido” es una cualidad individual: ahí el extremo del
proyecto perverso. No nos olvidemos de nosotros, recordémonos, es el
rumor que subyace al libro; “todo el tiempo los desaparecidos están
desapareciendo”. Que no desaparezca la memoria de los cómplices es
tarea del historiador; los civiles que gobernaron en dictadura, “los
casi cuatrocientos intendentes radicales, ciento setenta y nueve
peronistas…”, las editoriales que hacía Alfonsín en la revista
que dirigió del 76 al 79, Propuesta y Control –en efecto,
Nápoli asume que la verdadera crítica al kirchnerismo empieza en la
crítica al alfonsinismo.
Topografía
del terror, un artículo sobre el museo berlinés del Holocausto,
muestra que la sensibilidad que ejerce Nápoli es una ética
universal a la que le toca habitar la Argentina. Los usos de la
herencia es un texto que concentra hilos del libro, exhibiendo
que la dictadura no desapareció, sino que se desarmó con división
de bienes –y hay propietarios- y evolucionó con descendencia
moderna. Cámaras de inseguridad. La opción por los pobres,
es ejemplo de la vastedad de problemas del poder y la opresión de
clase que se vuelven visibles cuando concebimos a la democracia, al
sistema político argentino todo, como montado constitutivamente
sobre el crimen: el texto En nombre de mayo reconstruye con
admirable síntesis la genealogía de los cuerpos decididos como
rompibles (ni siquiera sacrificables) para “defender lo
nuestro”. En nombre de mayo se funda un nosotros exclusivo, contra
el que se alza la voz de Nápoli.