Los
que criticaban la grieta o brecha sintomatizaban el tabú de la
antigua, rayana en lo invariable brecha constitutiva de este suelo.
De un lado los cuerpos que valen; del otro, los que a lo sumo sirven.
Que
el gobierno anterior tematizara esa brecha antigua, que la tocara,
era para millones de personas intolerable. No dejaba vivir en paz.
Y la
vida en paz viene ofrecida por el mismo sujeto que, también, trae la
reconfirmación de la brecha radical que se vivió siempre y,
naturalizada, no merece alharaca... (“sujeto” histórico
entendido como un viento de cosas con sentido distinguible).
Todo
tranquilo. Pax neoconservadora.
La
historia de esa brecha, la brecha subterránea que rompe la tierra
por debajo, es la historia de la explotación económica y también
la historia de la crueldad. Porque los cuerpos que valen -que se
conciben a sí como los productores del alma de la sociedad-, cuando
los que sirven no sirven más y encima amenazan la cuenta (amenazan
el negocio, en el más amplio de los sentidos), les aplican hasta
saña de la llamada “inhumana”: justamente porque lo que busca es
expulsar de la humanidad.
Pero
también los que solo sirven compran paz salvaje, con la violencia
redoblada de que ni la aceptación de la violación sistémica de sí
baste para estar seguros de algo. Todos podemos estallar de
inhumanidad (productora de un tipo específico de humanidad) con la
mala sangre de ser elementos de un lazo cuya esencia es un tajo de
bordes necrosados (in-aunables) pero que nunca se pierden del todo de
vista.
Esta
invariante histórica es la que se refirma en el puro futuro ofrecido
por el Pro.
Por
eso en la pax macrista la condición histórica de la relación de
clase es un tabú político. Todo tranquilo. El horizonte -no tan
distinto- es que todos tengan un lugar: hay que ajustarse, para
optimizar el espacio. Y si hay sacudones es culpa de los pobres (no
hay conflicto sino sujetos conflictivos...). Al miedo, a la
inseguridad, se la sosiega con la seguridad cierta de la desigualdad.