Por Juan Manuel Sodo y Agustín Jerónimo Valle; publicado en Revista Crisis.
Fuimos
siempre imágenes, cuando menos desde el charco reflejante, que,
acaso, haya sido el mismo que el verbo onduló dando comienzo.
1.
Marcos
33, diseñador y baterista; Jimena 29, repositora en Easy; Facundo
37, empresario de software; Sandra 38, ejecutiva de cuentas; Diana
35, profesora de educación física. Cada cual su divisa: “Amo los
asados, el vino y lo simple de la vida”, “Sé reírme de mí si
vos también”, “No tengo jefes y no quiero que nadie me diga cómo
vivir”, “No confundas mi personalidad con mi actitud”. Y las
fotos. Una mirando hacia arriba con trompita a la camarita que ella
misma sostiene. Otra parada sobre una roca en un lago del sur. O con
la torre Eiffel detrás. Uno, muchos, con torso desnudo ostentando
músculos criados a conciencia. En la playa, en una pileta,
manejando, en el baño, en el Machupichu. Otro con lentes oscuros y
la guitarra, siempre la guitarra, de repente los chabones son todos
músicos. Otra vestida de entrecasa con su gatito y gatito es para
quilombo…
La
pantallita, en principio, muestra un mosaico de fotos con
nombre-edad-trabajo. Pero ingresando en cada persona hay más fotos y
alguna frase (“Acerca de mí”). Bueno, “persona”: está claro
que nosotros no somos eso, esas poses, frases de cabecera, no somos
nosotros pero también sí. Somos lo que fingimos y por tanto debemos
ser muy cuidadosos con lo que fingimos, dice Vonnegut (si un sinónimo
habitual para “simular” es el giro “hacerse el/la”, ese hacer
produce lo que simula, como quien se hace mucho el boludo, se hace el
boludo, se hace y se hizo boludo nomás). Después te encontrás y te
encontrás con la persona. ¿O sea que esos datos, lemas (“tengamos
una charla copada, no una entrevista”), gustos (“viajar y ver
series”), fotos de perfil, no eran la persona? Y viceversa, sabemos
que el otro se encontrará, ahora sí, de frente, con nosotros.
2.
Personas-producto
en la pantallita del amor: hay cantidad. ¿Cómo no excitarse, ante
tamaña oferta de carne? ¡¡¿Todos estos quieren garchar?!! Oferta
semiótico-luminosa de carne erotizada; pasar y pasar personas que se
ofrecen; que, si están ahí, están dispuestas. Solamente Happn, la
segunda red más grande detrás de Tinder, tiene 950 mil usuarios en
Argentina, 690 mil en Buenos Aires (segunda en el ranking mundial de
ciudades). A diferencia de un boliche o un bar, donde puede
pretenderse que la presencia responde a otros deseos (escuchar
música, reunirse con amigxs) y solo quizá surjan ganas de ligar,
estar en las “redes de citas” (parece
pero no es el nombre de la producción de tesis doctorales
contemporánea), o
redecitas, es para ofrecerse y solicitar.
Y
en la guerra por la atención, cada quien con su estrategia: boquita
felante (¿no es acaso el sexo oral -el sexo que se dice- el propio
de las subjetividades habituadas a la conversación permanente y las
fábricas de la charla?); gancho humorístico; cara seria y cool de
“hay más en mí que lo que una foto puede mostrar”; primerísimo
primer plano de las tetas. El paseo por la oferta es un estímulo
fenomenal para el cuerpo sedentario. Cuerpo exprimido de la urbe
mediática 24/7,
que pasa pocos ratos lejos de pantallas (un viaje largo en colectivo
sin el celu es... ¿Hay alguien al que no le guste el celular?
¿Cuántas cosas como ese gusto son tan comunes en conjunto social?).
Cuerpos que van en el bondi elevando sus pulsaciones fotosensibles
con la góndola de gente enmarcada en el rectangulito del celular,
pasando ofertas a pura yema.
Al
fin y al cabo cada persona es un mundo y detrás de ese Germán 34,
de rulos y electricista, puede haber mucha carcajada limpia, o esa
Paola 29 esconder una vibra sexual para el recuerdo, o Johana 39
estilista ser, incluso, capaz de mirarnos como nadie nos ha mirado.
El potencial es infinito. Y, encima, brilla. Si ya acariciamos la
pantallita porque sí (cada día alguna dedeadita sin motivo se le
da...) ¿cómo no sumarle la representación de personas que auguran
emociones sudorosas? La pantallita embellece, da rozagancia, nos
mejora. Sujetos editados, de mil fotos elegimos cuatro, sujetos que
son todo promesa pero con efectos inmediatos: no hace falta querer
coger o conocer a alguien para entrar un rato a la red, estar en ella
produce el ansia. Catálogo de personas al por mayor y puedo elegir
la que más se ajusta a lo que me gusta; después, veremos. Tinder es
Zonaprop: verte con tipos, ver departamentos… Mientras tanto (y,
Saer dixit, somos ciudadanos del mientras tanto), la emoción de ver,
la emoción del megustear, la emoción del crush (o “match”, es
cuando dos usuarios declaran gustarse, y ahí se abre el chat...), no
precisa más que esta fabulosa galería de homo sapiens en oferta. La
tan mentada objetualización de los cuerpos ha alcanzado el sumum en
la incorpórea virtualidad.
3.
“Estar
sentado en el inodoro, pasando minas en el tinder, y a los dos días
estoy sentado en un bar y aparece una chica y me dice hola qué tal,
soy Lis y estoy más buena que las vacaciones”. Salvo para quienes
maquinizan con la educación sentimental yanqui (un mundo de película
doblada de sábado a la tarde en el que la gente tiene hobbies,
tiene citas
y primero quiere conocerse,
un mundo en el que
la concepción de género dispone que el hombre es el activo y es el
que propone);
exceptuando a esos,
hoy coger está para cualquiera al alcance de la mano. Mientras se
está en el laburo, aburrido en el futón del monoambiente o
esperando el tren. Levante multitasking de los que aprendieron a
escindirse, training en respuesta automática, entrenamiento en estar
sin estar, estando de un lado a otro en trabajos precarios. “Estoy
usando el dedo a full”. Dáctilo-pornografía. La yema con la que
ingresamos al mercado garchístico de los cuerpos, la que en los
trámites de registros y migraciones nos hace ciudadanos.
4.
Por
otra parte está la benemérita cuestión del control. Para entrar a
la aplicación tenés que hacerlo vía tu cuenta de facebook (y hasta
podes entregar los perfiles de facebook de tus amigos a cambio de más
saludos
gratis, chantaje emocional mediante, una noche de calenturismo que te
copeteaste). El dispositivo geolocalizador de tu teléfono, tobillera
electrónica, te va mostrando el punto del mapa en el que te cruzaste
con tales y tales personas, la cantidad de veces y a qué horas; y
si, megusteando, resulta que ambos os gustáis (“¡tienes un
crush!”), se abre la posibilidad del chat (“hablar”). Para
empezar, esto se inscribe en un marco de época en el que nuestra
trayectoria urbana, el derrotero de la presencia corporal toda, es
convertido en información. Dónde estamos en cada momento, qué
movimientos son rutinas habituales, cuáles son ocasionales, a qué
espectáculos vamos, cuánto tiempo en el shopping y qué fechas,
etcétera, etcétera. La existencia extensa es trazada en un mapa,
como si fuésemos potencialmente para alguien(es) cosa parecida a un
ente enemigo cuyos movimientos analiza (¿O no hay una guerra para
captar la vida? La guerra por la atención tiene al sujeto como
fuente de información sobre sí constante, y captura cautivando).
Niveles y tipos de actividad y todo combinado: ese día mandaste
muchos saludos,
entrás a mirar gente a la tarde, chateás
en la oficina más que en tu casa y un largo etcétera de bytes acaso
útiles mercantil y securitariamente: el erotismo como proveedor de
información biopolítica. “Los
argentinos se van a la cama tarde. Su utilización de happn aumenta
con regularidad a lo largo del día. Entre las 20 y las 00hs se da el
pico de likes. Las argentinas son las segundas más proactivas,
después de las brasileñas”: información provista por la agencia
de comunicación argentina de Happn.
Aunque
el narcisismo (Narciso, el que se fascinó con su reflecta imagen
plana) alimenta el control, el usuario puede descreer que exista o
vaya a existir voluntad interesada y capaz de usar sus datos
personales para algo. Lo que no puede es evitar verse reflejado en la
vitrina de personas producto, personas paquetitos. No son datos
personales, es la persona hecha datos. Los propios cuerpos se
conciben a sí como conjunto de información tipificable. Seguramente
nadie esté ni cerca de identificarse en pleno con la imagen que
emite (aunque habría que ver), pero esto no modifica el hecho de que
cada vez más el cultivo de sí consiste en procedimientos que
implican habitar la concepción de uno mismo (y los otros) como
paquete informacional que provee permanentemente sus actualizaciones.
Desde ya, en la mayoría, o al menos muchos casos, quien usa las
aplicaciones de citas no se come el verso y simplemente eso: las
usa. Usándolas como “una herramienta más para conseguir citas”,
creyendo y no creyendo al mismo tiempo, haciendo lo mismo de siempre
pero de otra forma,
las “redecitas” son una
fuente harto útil para enriquecer la vida, vida que, Mientras Tanto,
se habitúa a pasar por el procedimiento fáctico -ni más ni menos
que habitual- de hacerse pasar como modesta constelación de datos.
5.
“Vas
a un bar y ves que los flacos están todos con el celular mirando
happn o tinder. Ya fue salir”. Si algo hacen estas redes es a)
arrogarse un saber sobre vos (estás solo y caliente); b)
infantilizarte (no podés solo); y c) facilitar: hacen mucho más
fácil salir con alguien. Se alisa lo que era -y en paralelo sigue
siendo- una experiencia rugosa con mayores complejidades. La lógica
del aplicacionismo es esa: ahorrarte pasos, filtrarte mediaciones. De
hecho el salto en relación a los chats de solos y solas que existen
desde la masificación de internet, es la versión “aplicación”
para el celular: ahora no es hace falta tener dificultades para
conocer gente, ahora, para cualquiera, es más excitante, práctico,
fácil y ahorrativo. Bañarte / Vestirte / Salir / que alguien te
guste / que te vea / hablarle / llevarte el contacto para
posteriormente otro día armar cita… Ahora te bañás y vestís
solo cuando ya hay cita. “He tenido perfiles más claros y
explícitos, con gustos de películas, diciendo que me interesa la
política, y otras cosas. Restringe bastante, pero te ahorrás
encontrarte con gente demasiado diferente a vos. Pero ahora lo tengo
más abierto, no digo muchas cosas que restrinjan el target. La otra
vez por ejemplo salí con una que trabajaba en marketing y era medio
fanática del Estado de Israel; pero era una bomba. En este momento
esas cosas no me las quiero perder; en otro prefiero encontrar menos
pero más cercano en cuanto a gustos e intereses, que sepa quién es,
no sé, Lula, Godard…”.
Ahorro
sapiens somos, con aparatos para ahorrar experiencia. Y es que si
algo compartimos los urbanitas contemporáneos es que no tenemos
tiempo. Gente sin tiempo para experiencias carentes de utilidad
prefigurada (si salimos es porque debería estar todo bien, el primer
encuentro ya tiene una disposición clara). Y a la vez, paradoja,
gente entrenada en el disponibilismo, en estar disponible para
recibir y emitir mensajes en cualquier momento. Extraño es tener una
sola ventana o chat activo por vez. Lo que fue clásicamente un
problema de falta (¡cómo conseguir!) hoy es un catálogo donde hace
problema la sobreabundancia. Una de las muchas redecitas existentes,
Kickoff (“patada inicial”), ofrece los siguientes distintivos:
“Calidad versus cantidad (mostramos solo personas que tus amigos ya
conocen); Relevante (detalles que importan, tales como la escuela y
el trabajo); Simple (tan solo unas pocas personas al día)”. ¿No
es maravilloso? Tan solo unas pocas personas al día.
6.
Tan
fácil es coger que incluso es muy fácil encontrarse a coger sin
tener ganas; basta con solo la idea de que uno debería tener ganas,
basta la máquina que lo supone, máquina social que coincide
prácticamente con el territorio de la ciudad... “Acababa de
separarme, re deprimido por la otra hija de puta que amaba como la
mierda y me dejó, y de pronto estaba encima de una mina que gritaba
como loca y yo la veía y pensaba quién sos, qué te pasa que gritás
así, qué hago acá...”. La erotización que las redes del garche
producen logra independizarse del estado erótico afectivo de los
cuerpos. Se ahorra soledad. Y se ahorra también el proceso de
acercamiento, que informa sobre el estado afectivo. Tan fácil es,
que le ahorra al cuerpo los pasos donde podía ir indicando
-enterándose- qué necesitaba. Muchos usuarios se cansan entonces
del sexo fácil, del toco y me voy; cansados por la repetitividad de
sus formatos, o por encontrarse actuando de deseantes, hasta pueden
volverse conservadores: “Ya fue, pierdo tiempo, prefiero estar
sola, y esperar algo serio. Igual, tengo el perfil. Cuando me separé,
me parecía que ya todos estaban en pareja y yo me iba a quedar sola.
Tinder en ese sentido fue un punto de inflexión para mí. Me hizo
ver lo solos que estamos todos”. Con poco más de tres años de
vida, el Tinder está presente en casi todos los países y ha
alcanzado los 10 mil millones de matches: más matches que gente.