Con Leandro Barttolotta, en De pies a cabeza, y publicado en Marcha allá cuando el Mundial estaba en el futuro.
8
10
Brasil, el estadio de las cosas
1
Brasil es un equipo de fútbol en el que todos juegan pero arman un
equipo horrible que juega horrible y gana. Horrible: apuestan a lo
horrible, a lo mezquino, calculando que la genialidad aparecerá como
emergencia mínima suficiente. Nunca apuestan a organizarse como equipo,
como un nosotros orgánico, desde la premisa constante de esa genialidad.
No juegan a la belleza. Su máquina, su equipo marca-Brasil, explota
vilmente la belleza que portan los cuerpos que lo componen. Explota la
belleza vilmente, sin soltarle la rienda ni tampoco alentarla con
voluntad para que rija. Una voluntad horrible.
2
El año pasado hubo agites muy fuertes en Brasil, que con menos prensa
aún continúan y que pusieron al Mundial en el centro de la escena de un
modo inesperado. A las plazas centrales, palacios de Gobierno, templos
religiosos, embajadas extranjeras, palacios de Justicia, viviendas
particulares de algunos funcionarios, a las comisarías y destacamentos
militares, se hacen las manifestaciones políticas desde centurias. Los
brasileños no: ellos agregaron, como sitio de concentración de libido
política, los estadios de fútbol. Pasó a ser a los estadios donde hay
que llevar los cuerpos y las palabras de la disidencia.
Estas movilizaciones nacieron esencialmente improgramadas, y por
tanto exentas de tradición militante. No heredaban consignas, proclamas y
cánticos de manera obvia y lineal. Había que inventarlas. En una postal
conmovedora, entonces, los gritos del nosotros brasileño usaron, para
marchar a los estadios a protestar contra el Mundial, la melodía
inconfundible y la entonación palmaria de las canciones de cancha.
3
Es interesante que el disparador del estallido haya sido el boleto del colectivo. O, digamos, el transporte como problema.
La jornada laboral no es ya el ámbito por excelencia del conflicto.
Porque es la vida misma, entera, sin “afuera”, la que está puesta al
servicio de la valorización mercantil. Un extractivismo que no es solo
de los recursos de la naturaleza, sino de la vida humana urbana misma
como fuente de valor. Toda la vida como insumo de la maquinaria
mercantil. Es la vida, por lo tanto (y no solo el trabajo), el problema
político fundamental.
Hay muchos que viven al fútbol como –o evitan vivirlo por
considerarlo un- operador del extractivismo vital. El fútbol es visto,
en Brasil, pero también en AFA plus para todos, como argumento para que
se modernice la dominación. Pero amamos el fútbol no sólo porque la
bocha no se mancha, sino porque permite visibilizar las operaciones de
mercantilización y de control.
No es contra el fútbol que se agitó en la red metropolitana
brasileña; no: es desde el fútbol. Como ejemplo, un mail enviado desde
Brasil en los días más fuertes de las movilizaciones (y la Copa
Confederaciones): “Un amigo fue hace unos días a ver un partido al
Maracaná recién reformado, y volvió con el corazón en la mano. A partir
de ahora, decía, una marcha como la de ayer iba a ser de las pocas
ocasiones en las que se iba a poder sentir la vibración que se sentía en
el viejo estadio cuando gritaban los hinchas de tu equipo y del otro,
porque al nuevo Maracaná, por convenio con la FIFA, le metieron una
acústica que deja todo en un cono de silencio.”
Sentir la vibración de los otros; ser informado por la vibración de
los otros. Una experiencia de la igualdad. Se ve, en ese testimonio, al
fútbol como experiencia de tierra propia, tierra materna (tan masculino)
que provee los parámetros y las imágenes con las que medir también las
intensidades de la pasión política. El fulbo señala y activa preguntas:
¿En qué ciudad queremos vivir? ¿Para qué vidas están haciéndose las
ciudades?
4
El Mundial es un escenario de guerra. Objetiva, estratégicamente, el
mundial, que llegó hace rato, es un escenario de guerra: “Brasil usa
aviones no tripulados que pueden atacar sin orden de Dilma. Podrán
derribar aeronaves sospechosas. Sin permiso presidencial. Pero temen que
los usen para controlar manifestaciones. Son drones que ya vigilan la
Copa Confederaciones, y los utilizarán en la visita del Papa y en el
Mundial.”
En las movilizaciones del año pasado hubo algunos episodios de
represión. Pero hubo un tipo de movilización especialmente que produjo
represión de la más alta violencia: la que intentaba acercarse a los
estadios durante los partidos de la Copa Confederaciones.
Un axioma reza que “si el poder reprime algunos movimientos, aquellos
que no son reprimidos no amenazaban entonces al poder”. Las
movilizaciones que imponen la presencia de la multitud en las ciudades
parecen ser tolerables, mal que mal, para el orden. El imperio de lo
obvio es flexible, aprende. En cambio, las que imponían esa presencia
atacando de modo directo los partidos de la Copa, debían ser impedidas,
con la violencia que fuese necesaria.
Parece que incluso el Palacio Legislativo tiene menos valor para la
constelación de poder gubernamental que los estadios que alojan la Copa.
La realización de los partidos de Copa era cuestión de Estado, parte
del orden de la Nueva Roma con colmillos policiales.
5
No miro fútbol. El fútbol es una mierda. Tal es la verdad de
muchas vidas sensibles. Muchos amigos y compañeros lo afirman, se
afirman en esa perspectiva, y, vamos coartadas les sobran. Básicamente,
el dominio de las mafias. Corrupciones arbitrales; raciocinio
millonarista de los jugadores; periodismo oportunista y advenedizo;
negociados de emporios capitalistas euro-petroleros y fuga de talentos;
explotación de niños indios para el endiosamiento global de la marca
equis; acomodos gubernamentales; arreglo permanente entre poderes:
etcétera.
Escenario visible tras el cual se traman tamañas empresas, el fútbol
es una mierda, una mentira, dicen y sienten tantos amigos. Amigos a los
que -y éste es el problema- les encanta el fútbol.
Su renuncia busca sustraer su torrente pasional de la gran maquinaria
mercantil, publicitaria, securitista. La pasión por hinchar, la pasión
por el juego de la pelota al pie y por el toque, la pasión arbitraria
que signa el color de una cara de la vida, esa pasión secuestrada,
activa pero al servicio de designios ajenos; la pasión zombi de las
mafias blancas.
6
Brasil es un gran ejemplo. Con miles de millones invertidos en la
cita internacional (este mundial cuesta mas que los dos anteriores
juntos), muestra un paquete de “pacificación” de favelas,
despliegue de nuevas tecnologías de control poblacional, auge de
ciudades-marca con transformaciones urbanísticas traumáticas para muchos
(estadio, shopping, autopista, torres: una red de exclusividad pública que tajea la superficie de lo común, y miles de personas desplazadas por la gentrificación capitalista).
Pero no es posible –es indeseable y por eso inválido- desactivar nuestra pasion de vidas futbolizadas.
Es necesario pensar para proteger el aliento –el aliento, perseguido
como cuántium calórico que insufla valor a las redes de degenerada
reproducción del capital. El aliento, fuente de plusvalía pasional.
Los encuentros callejeros que agitaron la red metropolitana brasileña
fueron mayormente leídos como critica al futbol en los viejos términos
del opio de los pueblos (manto a corrupciones varias, entretenimiento
popular que desvía valores de las verdaderas necesidades, etc). Sin
embargo, rápidamente esas movidas bastaron para que el circo que rodea
el fútbol retirara, por un momento, su investidura celestial de imágenes
grandiosas, y dejara ver el oscuro cinismo que lo motoriza. El deseo de las mafias blancas no es un deseo futbolero. Es voracidad del capital. Y el amor al fútbol puede mostrarlo.
7
Las críticas al mundial por “despilfarro de dinero” o
“irracionalidad estatal en la administración de recursos públicos”
expresan criterios utilitaristas y economicistas. Lo que se trafica y se
gestiona en torno a un mundial en Brasil es otra cosa. Una economía,
sí, pero también libidinal. De gastos y derroches pasionales, no
únicamente mercantiles. Cuando se pregunta qué le queda a la población
brasilera además de la recaudación extra de unas buenas semanas para la
economía domestica, se pifia: el derrame de dinero es secundario. El
“saldo” –energético– incluye un nivel mucho más amplio que las
infraestructuras y novedades materiales.
Parece que el gobierno (todo el entramado de entes y prácticas que
gobiernan las relaciones sociales, entramado con parte estatal y parte
privada) ve en mayor plazo que estas críticas. Porque lo que se
construye es una valorización, un salto cualitativo del valor de la
marca-país. El valor de la marca, o mejor, del mundo-Brasil, viene
primero; las ganancias vienen después.
Con una miríada de intereses -de naturaleza diversísima y más o muy
menos coordinados- confluyendo en “el proceso brasileño”, el país
hermano, otrora imperio, protagoniza el proyecto más radical que se
recuerde de salto de estatus de un país. Las objeciones podemos
discutirlas. Pero el aumento de la población enganchada a los parámetros
de consumo y producción del globo occidental (vida pensada como fuente
de productividad, tarjeta de crédito para electrodomésticos, plan de
salud, turismo y entretenimiento, etc), la alianza con simios del tamaño
de Rusia, India y China, el empoderamiento militar (con propuestas de
producir armas atómicas), la carretera interoceánica que le da salida
por el Pacífico, y tantas cosas que pululan como datos por doquier, son
un experimento histórico monumental, que contiene a la vez poder y
resistencia, y que busca coronarse, valga Dios, con la organización de
las Olimpíadas y, primero y ante todo, el Mundial.
8
Pero las movilizaciones instauran su verdad: la valorización de la
marca-Brasil no coincide con la valorización de la vida-Brasil.
El crecimiento económico puede pasar por afuera de la vida. O, mejor,
por afuera de la experiencia. Es lo que sucede cuando la economía es
puro programa.
(Una anécdota grafica la no determinación entre economía y calidad de
la experiencia: cuando Tom Jobim volvió a vivir a Brasil después de
varios años en Estados Unidos, le pidieron que comparara cómo se vivía
en ambos países, y dijo: “allá está bueno, pero es una mierda; acá es
una mierda, pero está bueno”).
Y aquí cabe una digresión: una digresión a lo que quizá sea el centro del problema.
El programa: es un modo de pensar, un mandato, un formato de
concepción del existir, que prediseña la vida. Por eso la niega como
experiencia.
9
El Mundial, por ahora, es un acontecimiento programático; ojalá el fútbol haga que pase algo. La economía programática es una economía (contaba el historiador Ignacio Lewkowicz que Mao se peleaba con Stalin por la planificación centralizada: si bajaba programada desde el Estado, o si se elaboraba tomando como data base el vivir improgramado del pueblo… Los chinos hacían grandes parques sin caminos, y solo al par de años el Estado “construía” los caminos que la gente había marcado).
El Mundial, por ahora, es un acontecimiento programático; ojalá el fútbol haga que pase algo. La economía programática es una economía (contaba el historiador Ignacio Lewkowicz que Mao se peleaba con Stalin por la planificación centralizada: si bajaba programada desde el Estado, o si se elaboraba tomando como data base el vivir improgramado del pueblo… Los chinos hacían grandes parques sin caminos, y solo al par de años el Estado “construía” los caminos que la gente había marcado).
Ahora, programa y capital tienen afinidad electiva. El programa prediseña la vida; es vida ya-vivida, vida sin sorpresa, sin no-saber. Y el capital por su parte es trabajo muerto acumulado: es decir, también, vida ya vivida, que se invierte para que proyecte vida futura. El capital, trabajo muerto, ya hecho, se invierte, y produce vida ya hecha.
Programa y capital, además, implican fetichismo. Fetiche de la
concentración del tiempo de trabajo ajeno (capital), y fetiche de la
imagen de vida que existe –como mágicamente- antes de la experiencia
(programática).
Es desde aquí que hay que comprender las movilizaciones sin programa.
Con vindicaciones, sin programa. Sin un saber pre-hecho sobre a dónde
quieren ir.
Esto habilita confusiones, por supuesto (si las movilizaciones “son
de derecha o de izquierda”); habilita la ambivalencia de la multitud.
Pero hay que comprenderlas desde aquí porque desde aquí puede
vérselas como un arrebato neto contra el capitalismo, contra la
subjetividad que el capitalismo produce y requiere: la subjetividad
programática.
10
Son movilizaciones contra la succión que traduce el valor de la
vida-experiencia al código vida-valor, es decir al capital, y que lo
proyecta como programa traduciéndolo al código de vida-imagen.
Son una presencia prepotente contra programa sabiondo. Un nosotros-ahora-acá que vale más que el gran relato del primer mundo.
Tuvo que aparecer el fútbol para que los brasileños hicieran intolerable esta concepción de su vida.
Fue sólo cuando se puso al fútbol como convertor de la vida-Brasil en
marca de jerarquización nacional en el concierto de la fluidez de
negocio global, que se dijo ya basta.
¿Dónde está la vida?, dónde está en juego la vida, aparece como una
pregunta-disputa, una pregunta grito de combate. Grito del pasado, el
presente y el futuro hacia el presente. Gestas multitudinales que
arrebatan la vida-Brasil del altar donde manda el estatus de la marca
Brasil.