Niño con globo. Lo golpea hacia arriba y algún costado. En principio el globo es fiel al golpe y sale disparado continuando su sentido. De pronto, como si chocara con una barrera de aire solidificado, reduce su velocidad y varía de dirección; a partir de allí, su destino cambia de dueño, abandonando el designio infantil (manteniéndolo como inercia prehistórica) y entregándose a la compleja combinación entre lo irregular de su forma, los vaivenes de la brisa y, también, el agite y las dilataciones y contracciones del aire apresado en su interior. ¿Hacia dónde resulta que va el globo?
Niño, atento, calcula el lugar y se ubica allí a tiempo. Vuelve a golpear. Vuelve a observar su determinación y lo imprevisto del medio, vuelve a adaptarse al resultado; para una vez más decidir una dirección y una vez más seguir la mezcla entre su fuerza y el caos. Podría pasar horas así, impulsando y persiguiendo y sudando y sonriendo.
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