Monday, October 26, 2015

Fiebre amarilla, notas rápidas.

"Vos solo tenés que darme el voto. De todo el resto me ocupo yo".


Afirmando la deriva desmovilizante del kirchnerismo, Scioli quiso -como Macri- ocupar el centro: la continuidad de la vida como puro capitalismo.

Criando el orgullo de "romperse el orto laburando", la alegría del consumo en cuotas y el ansia rendimentista, no debe sorprender que el suelo subjetivo de la década prefiera la continuidad de su pacto material sin el ruido de la verba inflamada de líder y tropas.
Los sensibles al discurso quedaron fuera del sciolismo; los sensibles a "mirar su bolsillo, no el país", como pidió CFK varias veces, reformulación del "No seas rata, Roberto, si te va bien", ahora quieren una continuidad de eso, simple capitalismo sin olor peronista ni discurseante. Esto además de los fascistas más decididos.

¿Qué es -qué será- peor para la democracia, para la igualdad? Es difícil saberlo, entre dos tipos que a la mañana comparten cepillo de dientes. Incluso el "tener gente y organizaciones populares detrás" -argumento con que querían convencernos de votar al otrora delfín menemista y actual responsable de la Bonaerense- no necesariamente obstaculiza políticas anti populares, a veces ayuda (como al propio menem haber llegado con el frejupo y tener apoyo sindical); y la casi diría franqueza evidente del neoliberalismo más puro de Macri podría facilitar la velocidad y decisión de la resistencia. Realmente es incierto qué escenario sería peor para la repolitización de la vida común, para la organización de espacios de autonomía resistente. El kirchnerismo se va con el que creo es el primer luchador asesinado por el Estado en su gobierno, en la provincia de uno de los dirigentes más ungidos por la Presidenta en los últimos años, y ni siquiera hubo alta alharaca. Incertidumbre.

Lo que sí siento claro es que el triunfo de Macri sería una regresión estética masiva en Argentina. Esa forma de hablar propia de la cápsula elitista, esa sonrisa de Clase Dominante heredada, esa forma de bailar de Simulación y garchar feo; asco. Uno modelo de belleza neutra, seca, lisa, amarilla. Espantoso. Imágenes, formas de la corporalidad y del encuentro que trafican afirmaciones sobre la sociedad de clases, rubio patrón para el que los privilegios y las pobrezas son dato natural. Prefiero sin dudarlo la mentira híbrida del anudamiento de intereses del peronismo de derecha. A manquear el balo.

Friday, August 28, 2015

Bipedismo y subjetividad

El hombre es hombre porque la mujer se puso de pie y la función nutricia fundante -la mama elemental- puso al bebé cara a cara, anclando la gravedad mutua de las pupilas.

Nos erguimos y alimentarse pasó a ser un proceso subjetivante.

Sonrisa

La sonrisa no viene de movida, se sabe; se aprende.

Primeramente la boca se abre o bien para comer -recibir, succionar: hay una bella violencita de apropiación alimenticia- o bien para chillar, para digamos protestar por determinado aquejamiento -también violencia para que algo pase-.

La sonrisa es la primera apertura de la boca no utilitaria; la primera incorporación no cuantificable de mundo, la primera expresión no determinista, puro festejo de lo que ya está pasando.

Thursday, June 25, 2015

Anomalía de píxeles (sobre las cámaras de seguridad)




Publicado en Revista Crisis, diciembre 2015. Imágenes de Osvaldo Rodríguez y de SpY


La maroma camarista


Las 2000 cámaras de la Policía Metropolitana en las calles porteñas, las 1200 de la Federal, las 1200 o 2000 -según versiones- en los subtes, las miles que vigilan el tránsito, son un gigantesco negocio, incumplen la Justicia (en el caso de las municipales) y constituyen una política compartida por oficialismo y oposición que crece velozmente en la urbanidad argentina, porque expresan el sustrato sensible común de la política. En efecto todas estas cámaras del control estatal, como por ejemplo las que coronan la punta del Obelisco porteño –convertido en torre de vigilancia-, no son nada: nada comparado con la cantidad y tasa de crecimiento de las cámaras privadas, no solamente en las fábricas vigilando el proceso productivo (cuidando el robo legal de la plusvalía), no solo los bancos con alta tecnología de reconocimiento facial, no solo los clubes de fútbol y los shoppings y los cines y rapipagos, sino una ola verdaderamente inmensurable de cámaras puestas por pequeños comerciantes y, sobre todo, por vecinos cualesquiera.


Solamente en la Cámara Argentina de Seguridad Electrónica (CASEL) se consignan 107 empresas que ofrecen dispositivos de videovigilancia: para micros, para bancos, para jardines de infantes, para la puerta del hogar, para el cuarto de los niños. Los últimos modelos transmiten la imagen a internet en tiempo real y pueden monitorearse desde el celular. Por seis mil pesos puede comprarse algo básico: un domo infrarrojo con alcance de veinte metros que se activa cuando detecta movimiento, con el cableado, la grabadora que guarda todo por un mes y hasta el humano trabajo de instalación incluidos. Otras ofertas proponen kits autoinstalables, con dos cámaras, por cinco mil pesos. “Vimos que es muy creciente la demanda de compra por parte de consumidores finales, familias, y que en ese segmento, la presencia del personal de instalación era una traba”, explica Pamela Carrizo, encargada de márketing de Big Dipper, una de las empresas líderes en distribución de dispositivos de video-vigilancia (representante en Argentina del gigante chino Dahua).


La gran mayoría de las camaritas son chinas; también hay estadounidenses y europeas, pero cuestan casi el doble y las chinas en los últimos años han elevado mucho sus estándares”, cuenta una fuente del negocio de la videovigilancia, a quien llamaremos Carlos porque pidió anonimato, una fija en este gran negocio del miedo y el control, que en Argentina con la crisis (con la idea sola de crisis) crece, y que en el mundo tiene pronósticos de expansión de 16% anual hasta 2017 según TSR (investigadora de mercado japonesa), o 22% anual hasta 2018 según IHS, una consultora yanqui terrorífica que se dedica a la información industrial en rubros como Defensa, Aeroespacial, Medicamentos, etc. En China trabajan en la industria de la seguridad un millón y medio de personas; tres millones de manos. Cuando Shangai hizo su Expo Universal, en 2012, contrató para la video-vigilancia a Hikvision, que puso para el evento doce mil cámaras. Hikvision es otro gigante chino, fundado en 2001 con 28 trabajadores y que ahora tiene ocho mil, de los cuales 2800 son ingenieros de investigación y desarrollo, y que dice en su web cotizar en bolsa doce mil millones de dólares; con gran presencia en Argentina, representada por Security One (dirigida por el joven empresario Christian Uriel Solano), tiene a cargo por ejemplo las videovigilancias de Boca Juniors, del municipio de Calafate y -Randazo mediante- de la red ferroviaria nacional.


Según el ingeniero Eduardo Casarino, miembro fundador de CASEL desde su empresa Sistemas Electrónicos Integrados, “El mercado de la videovigilancia crece en Argentina a un 15% anual, y el segmento de uso doméstico a un 20%. En términos absolutos, la dimensión del mercado de la Seguridad Electrónica fue de unos US$ 595 millones al término de 2013 y se espera que alcance los 700 millones para el fin de 2014, de los cuales 230 corresponden específicamente al mercado de video-vigilancia. En el año se instalan, en todos los rubros, más de 35000 cámaras de CCTV [Circuito cerrado de televisión]”. Una empresa local grande, informa Carlos de primera mano, importa en 2014 unos tres millones de dólares que vende a cinco millones (actividad comercial con escasísima mano de obra, claro).


Basta con prestar atención y se empiezan a ver cámaras por todos lados, incluso en trayectos que se hacen a diario sin haberlas registrado antes –porque, claro, el hombre no es bicho de registro constante y total-. Se torna, luego, imposible dejar de encontrarlas por doquier, en la propia cuadra, en la manzana, en las inmediaciones. Ojos inertes, más o menos disimulados por ejemplo entre los artefactos de alumbrado, aunque estos hacen lo opuesto: absorben luz. Enfrente en el depósito de pintura, en la otra cuadra el chalet de dos pisos y otra casa, en la otra esquina el maxikiosco; a la vuelta, una vivienda modesta con dos soberanas cámaras que, muy extraño, no filman la puerta sino el cordón de la vereda. “No”, dice un vecino, “parece que hace un tiempo tuvo problemas con el auto… que un vecino se lo rayó, algo así, debe ser por eso”. Puso pues un sistema de unos ocho mil pesos que registra todo lo que pasa, que somete a los pasantes a ser apuntados con esos artefactos, asimilándolos a un “afuera peligroso”.


Ese material filmado queda en poder de los privados y su potestad; “¿por qué no imaginar, pongamos, que un supermercado que filma la vereda por motivos de seguridad no podría venderle su archivo de imágenes a una consultora que hace estudio de mercado para marcas diversas? Cómo se viste la gente cuando va a comprar, diferencia de géneros, etcétera, lo que sea”, cuestiona Carlos.


La eficacia de las cámaras para evitar delitos en hogares y comercios pequeños es muy discutible (dato gracioso: mucha gente compra dispositivos IP, cámaras de alta definición que suben la imagen online en tiempo real, pero olvidan cambiar la contraseña que traen de fábrica, de manera que es muy fácil de acceder a sus transmisiones, como hace el sitio insecam.com, donde pueden verse las tomas en vivo de 75mil cámaras de todo el mundo, mil argentinas). “La gente suele comprar dos DVRs [el aparato que recibe y guarda las imágenes], porque los ladrones cada vez más es lo primero que buscan, para destruirlo, entonces tenés otro de reserva…”, dice Pamela Carrizo (de Big Dipper). Pero supongamos que un vecino corriente sufre un robo hogareño, y le queda grabado en imágenes. Irá a… ¿la comisaría, a hacer la denuncia? ¿Qué investigación realizará la policía a partir de dicho material? En fin. Lo cierto es que se ponen cámaras por “prevención”, es decir por miedo: ese gran regulador de la economía anímica citadina.


Por un fantasma, por una imagen especular, se implementan movimientos materiales concretos, y de pronto caminar por la ciudad es ser filmado por una increíble cantidad de cámaras –y, se sabe, la observación es una fuerza física que altera la trayectoria de las partículas-. Shenzhon VVS, otro monstruo oriental, asegura en su web que en China hay “mil millones de clientes potenciales”. Se importa de China (o Corea, o Israel si el cliente es el Estado, o Alemania si es un banco), se le vende a “mediadores”, es decir micro empresitas o simplemente individuos que, en cada torre, en cada barrio, en cada pueblo, ofrecen el servicio a los vecinos: señora, no necesita más estar vigilanteando detrás de la persiana. Señor, si le revisa cada tanto el mail a su esposa y las cosas a su hijo, esto es para usted.


Mucho se ha señalado que el neocapitalismo hizo más complejo identificar las caras del poder; paralelamente, se multiplica una tecnología que instala un sinfín de ojos técnicos que son la materialización actual de la mirada del amo, como plantea el ensayista Gabriel Muro (en un artículo sobre la obra de Harun Farocki, que estudia el uso de video-vigilancia en procesos fabriles y militares).






Cámaras metropolitanas


El sociólogo Andrés Perez Esquivel presentó una demanda contra el Gobierno de la Ciudad porque la Metropolitana no publica la ubicación de sus cámaras ni de las cámaras de empresas cuyo material puede usar (debe hacerlo según indica la Ley 3998, de 2011, que modifica la ley 2602 de 2007). Aunque el juez Darío Reynoso falló a favor de la demanda, la Ciudad sigue ocultando. Entrevistado para esta nota, Pérez Esquivel explica que “lo que hay es un gran negocio. La ciudad acaba de prorrogar por un año su contrato de leasing con la empresa Global View; la prórroga establece el pago de dieciséis millones de pesos por continuar el mantenimiento de las 2030 cámaras que recién serán propiedad de la Ciudad cuando termine el contrato, que empezó en el 2010 y por el cual Buenos Aires habrá pagado aproximadamente 320 millones de pesos, unos 160 mil por cada una: lo que cuesta un dron de avanzada. Y sin incluir el cableado, porque se usa el de empresas privadas que tienen redes de fibra óptica, empresas que técnicamente tienen la posibilidad de acceder a esa información.” Las cámaras de la Federal, por su parte, que son 1200 en 300 puntos (porque coloca cuatro en cada cruce), son de la marca Mer Systems, empresa israelí; coincidencia, el empresario ex montonero Mario Montoto es el creador de Global View y también es vicepresidente de la Cámara de Comercio Argentino Israelí.


Montoto, ex secretario de Firmenich, fundó y dirige Global View, aunque en 2012 vendió el 85%, por 30 millones de dólares, a la japonesa NEC, gigante que, cuando anunció la compra, ponderó desde Tokio que “Global View S.A. tiene una fuerte base de clientes en servicios de vigilancia, particularmente gobiernos municipales, y su negocio está basado en un modelo de cuota mensual”. Provee por ejemplo a Tigre, Rosario, Lomas de Zamora; acaba de ganar la licitación en Mar del plata, por seis millones de pesos por 65 cámaras durante treinta y seis meses: fue la única empresa en presentarse. “Los municipios ya lo toman como un ítem más de la política que tienen que hacer: construir una calle, poner cámaras”, afirma desde Big Dipper Pamela Carrizo. Al respecto, Eduardo Casarino dice: “El futuro del control de la seguridad en los municipios tiende a utilizar aún más las tecnologías de los sistemas de video-vigilancia, al igual que en los países de más alto desarrollo. El único escollo que tienen los municipios es la inversión que tienen que realizar para que un sistema sea eficaz, ya que lo que realmente sirve suma un monto muy importante y lo que se instala a un costo más bajo resulta en un sistema de prestación defectuosa y poco eficaz”.


La Metropolitana –sintetiza Pérez Esquivel- no quiere inscribir sus cámaras en la Defensoría del Pueblo y en ningún control externo, y ha sido intimada por la propia Defensoría, por la Auditoría, por la Legislatura y por la Justicia. Se trata de un negocio y de una puja de poder entre fuerzas policiales: la Metropolitana tiene tres comisarías, patrulla cinco comunas, pero tiene cámaras en todos lados”.


Las dos mil cámaras de la Metropolitana envían sus capturas al Centro de Monitoreo Urbano. Uno de sus operarios-espectadores, que pide no dar su nombre, cuenta que “son 2030 cámaras y en cada turno hay quince o dieciséis operadores monitoreando: ciento treinta, ciento cuarenta cámaras para cada uno. Cuando vienen los medios, como vino La Nación, o cuando viene algún diplomático extranjero, llaman a los operarios de los otros turnos, llaman hasta al portero y le ponen uniforme y los hacen actuar que laburan, para mostrar que hay treinta personas monitoreando. La ciudad tiene trece mil cruces (de calles), inabarcable. Donde sí sirve es en la Comuna 1 (Retiro, centro, Constitución), zonas de mucho asalto callejero, y donde ahora los chorros saben que están las cámaras –en esa zona hay muchas- y se corren a otros lados. Las que están en el Obelisco ahora son visibles porque están afuera de las ventanitas, pero ya estaban, solo que adentro. Podemos moverlas para mirar en cualquier rango, y tienen, como todas las de la Metro, un alcance de 1600 metros. Lo que se dice mucho y es falso es que violan la privacidad. Están programadas para que si hacen zoom a una casa, por ejemplo, donde está la ventana se bloquee, se pone negro; cada cámara se programa específicamente. Y también es falso que se usen para hacer espionaje, para espiar militantes o activistas. Salvo en el Borda, ahí sí les pusieron una cámara, dentro del Borda, para vigilar a los agitadores.”


Igual, el sistema es obsoleto. Londres tiene veinte mil cámaras municipales, y ni un solo operador: son cámaras de una inteligencia tal que están programadas para registrar anomalías de píxeles. Si una puerta se abre en un horario en que debería está cerrada, o si en un pasillo de subte una sola persona camina en dirección opuesta a la masa, el sistema lee la anomalía en píxeles, y larga una alarma para que, ahí sí, venga un operador”.


Homo-occidentalis


Es que las cámaras se usan para no estar. No se trata solamente del control, no; aquí el control participa de un atributo genérico de la subjetividad mediática: la multiplicación de instancias de la presencia simultánea. Estar sin estar. Poner camaritas en el cuarto del niño o el bebé sirve para poder estar tranquilo en otro lado. Así es que NEC, que en su web cuenta su larga y expansiva cronología, hito por hito, salto por salto, cuando llega a 2003 exalta el momento bisagra como ningún otro: La era de la omnipresencia. ¡El futuro es ahora! ¡El sueño se convierte en realidad! La gente ya ha comenzado a experimentar los beneficios y el confort que les ofrece la sociedad omnipresente.


La pasión por mirar es conocida. Con una larga preparación del sentido de la vista, los homo-occidentalis nos conformamos como espectadores. ¿Cómo pensar, cómo nombrar, a esto que somos ahora, personas filmables? ¿Actores? Los quince minutos de fama para todos preconizados en los sesentas, ¿es descabellado verlos como preparación para esta visibilidad permanente? También es cabellado pensar que la pulsión por exhibir la propia vida (desde facebook hasta el “giro autobiográfico de la literatura argentina”) es consustancial al reputado fin de los grandes relatos: ante el vacío de una entidad magnamente inclusora, integradora, que nos oprime pero nos cuenta y proyecta, el yo narcisista se cuenta a sí mismo y gestiona ser captado. Sobre el fondo anímico de irrelevancia individual se apoya la aceptación social de la omnipresencia de las cámaras: me filman, soy alguien.


Este engarce entre control y subjetivación vía imagen es bien entendido por ejemplo en Nueva York: hay un bar, subsuelo del clásico edificio Seagram, un bar restorán muy a la última onda, que tiene arriba de la barra, como principal presencia estética del salón, un largo panel de pantallas unidas: muestran, con un leve efecto de espasmo y repetición en loop, las imágenes de la gente que entra, tomadas por las cámaras del ingreso; el recién llegado puede verse, por unos minutos, hasta que su imagen pasa a retiro y sigue viendo a los nuevos ingresantes.


Pero si las cámaras son omnipresentes, ya no pueden pedir sonrisas. La webcam para ejercer el "yow 2.0" puede ser el mismo aparatito que me filma en el kiosco, pero una es vía de subjetivación espectacular, la otra de objetivación por control.


Y del ser filmado como excepción a ser filmado como la nueva naturaleza hay un cambio cualitativo; ya no puede existir la cámara "oculta": el punto de partida en cualquier parte es la como mínimo posibilidad de estar siendo capturado como imagen (por eso los recientes casos de “éxito” de videovigilancia es con tipos de sanidad mellada: el asesino de la estudiante chilena, el pirómano de Caballito). ¿Qué subjetividad genera esta mirada inerte omnipresente, qué verdad queda naturalizada, qué asume el cuerpo? ¿Hasta dónde llega, o llegará, el efecto de las camaritas sobre la conducta común? ¿Es la punta que más lejos llegó para subsumir todo rastro o expresión de salvajía, todo impulso de espontaneidad?


La cámara no solo te ve: te guarda. O mejor, con ese órgano nuestro que es la cámara, nos guardamos. Nos registramos, como una marca; nos enmarcamos, nos hacemos marca. Nos objetiva como imagen visible, donde lo invisible no existe. Son un órgano sin cuerpo, las cámaras, ojo puro, una pura función: un ojo sin cuerpo que nos embalsama: salva nuestra imagen para la eternidad, y nos llena de nada.


Si algo le duele a las cámaras, es ser ellas mismas visibles. Su anhelo es ser un ojo sin cuerpo. Ojos que alteran el estatuto mismo del suelo, de la materia urbana: ahora está siendo filmada, las cámaras la captan y le devuelven el dato de que es imagen. ¿Succión del alma citadina? Toda la realidad, duplicada. Guardada por sesenta o noventa días y eliminada si no hay nada que verificar. ¿Qué decir de este back-up de la realidad, de esta "memoria externa" de la realidad?, que, por otra parte, en vez de "inocente hasta probar lo contrario", dice "amenaza pero irrelevante y eliminable salvo que suceda delito". ¿Vigilancia de la normalidad de lo no-acontecimental? No somos nada, hasta que resultamos anomalía de píxeles.


Christian Ferrer, miembro editor de la revista Artefacto, autor de El entramado. El apuntalamiento técnico del mundo (además otras obras como su flamante biografía-ensayo sobre Martínez Estrada), consultado para esta nota, dice: “Hemos sido integrados a un inmenso campo de maniobras, un entrenamiento gigantesco para la subjetividad del que a nadie le está permitido salir, sin mayor conciencia de qué estamos haciendo y sin que aquellos que lo instalaron sepan todavía qué van a hacer con los resultados”.























Thursday, June 11, 2015

De aquellas movilizaciones en Brasil (sobre la subjetividad programática)

Con Leandro Barttolotta, en De pies a cabeza, y publicado en Marcha allá cuando el Mundial estaba en el futuro.

Brasil, el estadio de las cosas

1
Brasil es un equipo de fútbol en el que todos juegan pero arman un equipo horrible que juega horrible y gana. Horrible: apuestan a lo horrible, a lo mezquino, calculando que la genialidad aparecerá como emergencia mínima suficiente. Nunca apuestan a organizarse como equipo, como un nosotros orgánico, desde la premisa constante de esa genialidad. No juegan a la belleza. Su máquina, su equipo marca-Brasil, explota vilmente la belleza que portan los cuerpos que lo componen. Explota la belleza vilmente, sin soltarle la rienda ni tampoco alentarla con voluntad para que rija. Una voluntad horrible.

2
El año pasado hubo agites muy fuertes en Brasil, que con menos prensa aún continúan y que pusieron al Mundial en el centro de la escena de un modo inesperado. A las plazas centrales, palacios de Gobierno, templos religiosos, embajadas extranjeras, palacios de Justicia, viviendas particulares de algunos funcionarios, a las comisarías y destacamentos militares, se hacen las manifestaciones políticas desde centurias. Los brasileños no: ellos agregaron, como sitio de concentración de libido política, los estadios de fútbol. Pasó a ser a los estadios donde hay que llevar los cuerpos y las palabras de la disidencia.
Estas movilizaciones nacieron esencialmente improgramadas, y por tanto exentas de tradición militante. No heredaban consignas, proclamas y cánticos de manera obvia y lineal. Había que inventarlas. En una postal conmovedora, entonces, los gritos del nosotros brasileño usaron, para marchar a los estadios a protestar contra el Mundial, la melodía inconfundible y la entonación palmaria de las canciones de cancha.

3
Es interesante que el disparador del estallido haya sido el boleto del colectivo. O, digamos, el transporte como problema.
La jornada laboral no es ya el ámbito por excelencia del conflicto. Porque es la vida misma, entera, sin “afuera”, la que está puesta al servicio de la valorización mercantil. Un extractivismo que no es solo de los recursos de la naturaleza, sino de la vida humana urbana misma como fuente de valor. Toda la vida como insumo de la maquinaria mercantil. Es la vida, por lo tanto (y no solo el trabajo), el problema político fundamental.
Hay muchos que viven al fútbol como –o evitan vivirlo por considerarlo un- operador del extractivismo vital. El fútbol es visto, en Brasil, pero también en AFA plus para todos, como argumento para que se modernice la dominación. Pero amamos el fútbol no sólo porque la bocha no se mancha, sino porque permite visibilizar las operaciones de mercantilización y de control.
No es contra el fútbol que se agitó en la red metropolitana brasileña; no: es desde el fútbol. Como ejemplo, un mail enviado desde Brasil en los días más fuertes de las movilizaciones (y la Copa Confederaciones):  “Un amigo fue hace unos días a ver un partido al Maracaná recién reformado, y volvió con el corazón en la mano. A partir de ahora, decía, una marcha como la de ayer iba a ser de las pocas ocasiones en las que se iba a poder sentir la vibración que se sentía en el viejo estadio cuando gritaban los hinchas de tu equipo y del otro, porque al nuevo Maracaná, por convenio con la FIFA, le metieron una acústica que deja todo en un cono de silencio.”
Sentir la vibración de los otros; ser informado por la vibración de los otros. Una experiencia de la igualdad. Se ve, en ese testimonio, al fútbol como experiencia de tierra propia, tierra materna (tan masculino) que provee los parámetros y las imágenes con las que medir también las intensidades de la pasión política. El fulbo señala y activa preguntas: ¿En qué ciudad queremos vivir? ¿Para qué vidas están haciéndose las ciudades?

4
El Mundial es un escenario de guerra. Objetiva, estratégicamente, el mundial, que llegó hace rato, es un escenario de guerra: “Brasil usa aviones no tripulados que pueden atacar sin orden de Dilma. Podrán derribar aeronaves sospechosas. Sin permiso presidencial. Pero temen que los usen para controlar manifestaciones. Son drones que ya vigilan la Copa Confederaciones, y los utilizarán en la visita del Papa y en el Mundial.”
En las movilizaciones del año pasado hubo algunos episodios de represión. Pero hubo un tipo de movilización especialmente que produjo represión de la más alta violencia: la que intentaba acercarse a los estadios durante los partidos de la Copa Confederaciones. 
Un axioma reza que “si el poder reprime algunos movimientos, aquellos que no son reprimidos no amenazaban entonces al poder”. Las movilizaciones que imponen la presencia de la multitud en las ciudades parecen ser tolerables, mal que mal, para el orden. El imperio de lo obvio es flexible, aprende. En cambio, las que imponían esa presencia atacando de modo directo los partidos de la Copa, debían ser impedidas, con la violencia que fuese necesaria.
Parece que incluso el Palacio Legislativo tiene menos valor para la constelación de poder gubernamental que los estadios que alojan la Copa. La realización de los partidos de Copa era cuestión de Estado, parte del orden de la Nueva Roma con colmillos policiales.

5
No miro fútbol. El fútbol es una mierda. Tal es la verdad de muchas vidas sensibles. Muchos amigos y compañeros lo afirman, se afirman en esa perspectiva, y, vamos coartadas les sobran. Básicamente, el dominio de las mafias. Corrupciones arbitrales; raciocinio millonarista de los jugadores; periodismo oportunista y advenedizo; negociados de emporios capitalistas euro-petroleros y fuga de talentos; explotación de niños indios para el endiosamiento global de la marca equis; acomodos gubernamentales; arreglo permanente entre poderes: etcétera.
Escenario visible tras el cual se traman tamañas empresas, el fútbol es una mierda, una mentira, dicen y sienten tantos amigos. Amigos a los que -y éste es el problema- les encanta el fútbol.
Su renuncia busca sustraer su torrente pasional de la gran maquinaria mercantil, publicitaria, securitista. La pasión por hinchar, la pasión por el juego de la pelota al pie y por el toque, la pasión arbitraria que signa el color de una cara de la vida, esa pasión secuestrada, activa pero al servicio de designios ajenos; la pasión zombi de las mafias blancas.

6
Brasil es un gran ejemplo. Con miles de millones invertidos en la cita internacional (este mundial cuesta mas que los dos anteriores juntos), muestra un paquete de  “pacificación” de favelas, despliegue de nuevas tecnologías de control poblacional, auge de ciudades-marca con transformaciones urbanísticas traumáticas para muchos (estadio, shopping, autopista, torres: una red de exclusividad pública que tajea la superficie de lo común, y miles de personas desplazadas por la gentrificación capitalista).
Pero no es posible –es indeseable y por eso inválido- desactivar nuestra pasion de vidas futbolizadas.
Es necesario pensar para proteger el aliento –el aliento, perseguido como cuántium calórico que insufla valor a las redes de degenerada reproducción del capital. El aliento, fuente de plusvalía pasional.
Los encuentros callejeros que agitaron la red metropolitana brasileña fueron mayormente leídos como critica al futbol en los viejos términos del opio de los pueblos (manto a corrupciones varias, entretenimiento popular que desvía valores de las verdaderas necesidades, etc). Sin embargo, rápidamente esas movidas bastaron para que el circo que rodea el fútbol retirara, por un momento, su investidura celestial de imágenes grandiosas, y dejara ver el oscuro cinismo que lo motoriza. El deseo de las mafias blancas no es un deseo futbolero. Es voracidad del capital. Y el amor al fútbol puede mostrarlo.

7
Las  críticas al mundial por “despilfarro de dinero” o “irracionalidad estatal en la administración de recursos públicos” expresan criterios utilitaristas y economicistas. Lo que se trafica y se gestiona en torno a un mundial en Brasil es otra cosa. Una economía, sí, pero también libidinal. De gastos y derroches pasionales, no únicamente mercantiles. Cuando se pregunta qué le queda a la población brasilera además de la recaudación extra de unas buenas semanas para la economía domestica, se pifia: el derrame de dinero es secundario. El “saldo” –energético– incluye un nivel mucho más amplio que las infraestructuras y novedades materiales.
Parece que el gobierno (todo el entramado de  entes y prácticas que gobiernan las relaciones sociales, entramado con parte estatal y parte privada) ve en mayor plazo que estas críticas. Porque lo que se construye es una valorización, un salto cualitativo del valor de la marca-país. El valor de la marca, o mejor, del mundo-Brasil, viene primero; las ganancias vienen después.
Con una miríada de intereses -de naturaleza diversísima y más o muy menos coordinados- confluyendo en “el proceso brasileño”, el país hermano, otrora imperio, protagoniza el proyecto más radical que se recuerde de salto de estatus de un país. Las objeciones podemos discutirlas. Pero el aumento de la población enganchada a los parámetros de consumo y producción del globo occidental (vida pensada como fuente de productividad, tarjeta de crédito para electrodomésticos, plan de salud, turismo y entretenimiento, etc), la alianza con simios del tamaño de Rusia, India y China, el empoderamiento militar (con propuestas de producir armas atómicas), la carretera interoceánica que le da salida por el Pacífico, y tantas cosas que pululan como datos por doquier, son un experimento histórico monumental, que contiene a la vez poder y resistencia, y que busca coronarse, valga Dios, con la organización de las Olimpíadas y, primero y ante todo, el Mundial.

8
Pero las movilizaciones instauran su verdad: la valorización de la marca-Brasil no coincide con la valorización de la vida-Brasil.
El crecimiento económico puede pasar por afuera de la vida. O, mejor, por afuera de la experiencia. Es lo que sucede cuando la economía es puro programa.
(Una anécdota grafica la no determinación entre economía y calidad de la experiencia: cuando Tom Jobim volvió a vivir a Brasil después de varios años en Estados Unidos, le pidieron que comparara cómo se vivía en ambos países, y dijo: “allá está bueno, pero es una mierda; acá es una mierda, pero está bueno”).
Y aquí cabe una digresión: una digresión a lo que quizá sea el centro del problema.
El programa: es un modo de pensar, un mandato, un formato de concepción del existir, que prediseña la vida. Por eso la niega como experiencia.

9
El Mundial, por ahora, es un acontecimiento programático; ojalá el fútbol haga que pase algo. La economía programática es una economía (contaba el historiador Ignacio Lewkowicz que Mao se peleaba con Stalin por la planificación centralizada: si bajaba programada desde el Estado, o si se elaboraba tomando como data base el vivir improgramado del pueblo… Los chinos hacían grandes parques sin caminos, y solo al par de años el Estado “construía” los caminos que la gente había marcado).
Ahora, programa y capital tienen afinidad electiva. El programa prediseña la vida; es vida ya-vivida, vida sin sorpresa, sin no-saber. Y el  capital por su parte es trabajo muerto acumulado: es decir, también, vida ya vivida, que se invierte para que proyecte vida futura. El capital, trabajo muerto, ya hecho, se invierte, y produce vida ya hecha.
Programa y capital, además, implican fetichismo. Fetiche de la concentración del tiempo de trabajo ajeno (capital), y fetiche de la imagen de vida que existe –como mágicamente- antes de la experiencia (programática).
Es desde aquí que hay que comprender las movilizaciones sin programa. Con vindicaciones, sin programa. Sin un saber pre-hecho sobre a dónde quieren ir.
Esto habilita confusiones, por supuesto (si las movilizaciones “son de derecha o de izquierda”); habilita la ambivalencia de la multitud.
Pero hay que comprenderlas desde aquí porque desde aquí puede vérselas como un arrebato neto contra el capitalismo, contra la subjetividad que el capitalismo produce y requiere: la subjetividad programática.

10
Son movilizaciones contra la succión que traduce el valor de la vida-experiencia al código vida-valor, es decir al capital, y que lo proyecta como programa traduciéndolo al código de vida-imagen.
Son una presencia prepotente contra programa sabiondo. Un nosotros-ahora-acá que vale más que el gran relato del primer mundo.
Tuvo que aparecer el fútbol para que los brasileños hicieran intolerable esta concepción de su vida.
Fue sólo cuando se puso al fútbol como convertor de la vida-Brasil en marca de jerarquización nacional en el concierto de la fluidez de negocio global, que se dijo ya basta.
¿Dónde está la vida?, dónde está en juego la vida, aparece como una pregunta-disputa, una pregunta grito de combate. Grito del pasado, el presente y el futuro hacia el presente. Gestas multitudinales que arrebatan la vida-Brasil del altar donde manda el estatus de la marca Brasil.






Thursday, June 04, 2015

Buenas ondas (radioboludeo)

Por Ignacio Gago y Agustín Valle para revista Crisis (2012)

Almacenes coloridos a los que llamás `ciudad`
te envuelven con canciones indoloras como hilo musical”
(Indio Solari, “Nike es la cultura”)

Al investir a los jóvenes y a las mujeres de un absurdo plusvalor simbólico, al hacer de ellos los exclusivos portadores de dos saberes esotéricos propios de la nueva organización social -el del consumo y el de la seducción- el espectáculo ha libertado, sin duda, a los esclavos; pero los ha libertado en cuanto esclavos.”
(Tiqqun, Teoría de la Jovencita)

Todas aquellas aptitudes creativas que ponemos en juego a lo largo de nuestras vidas, en cualquier situación, en las más cotidianas, son ahora puestas a trabajar, puestas a obedecer. Precisamente cuando lo que se esclaviza ahora es el lenguaje, la mente, las fuerzas de creación, la subordinación toma esta forma infantilizada, en la que quien puede hablar no tiene nada para decir y quien debe enfrentar los problemas los encuentra ya planteados. Hay que estar atentos a las consignas. Hemos vuelto a la escuela. ¡Atentos, atentos a las consignas!” (Del libro ¿Quién Habla?)


1. Boludeo modulado
El boludeo es una práctica activa, que tiene lugar en la generalidad de las autogestiones de la salud; al parecer el boludeo forma parte de la supervivencia, y tenemos variados dispositivos para ejercerlo. La programación de las radios fm’s colabora masivamente en esta tarea; cinco millones de personas escuchan radio diariamente en Capital y el GBA, según Ibope. Por supuesto el arco de opciones es muy amplio, desde radios barriales sostenidas con altruismo, hasta las frecuencias de música clásica o la de tango de la Ciudad; pero en cambio las tendencias marcan grandes cauces subjetivos, con matices por ejemplo entre La100, Pop101.5, Metro95.1, que lideran la audiencia. Los programas suelen ser, para una sensibilidad no habituada, complicados de escuchar en casa; hasta insoportable. Ejemplo al azar: últimos minutos de la tarde de un día de semana, poner la Metro 95.1 (online), y Sebastian Wainraich –cuyo talento radial es reconocido en el mundo del éter- comparte el parloteo con “La gorda con helado”, en un dispositivo que aparentemente realizan hace mucho y consiste básicamente en proferir boludeces, una tras otra, con una creatividad notable puesta al servicio de la abundancia y variedad: que no decaiga. La cualidad del producto por supuesto no se retroyecta como identidad en los productores: todos –hablantes y también oyentes- parecen tener muy clara la decisión de producir boludez artificialmente, con esfuerzo y habilidad. “¿Qué helado pedís?”, pregunta La gorda con helado a las mujeres que llaman, y ante las respuestas -banana split con mousse de limón, por caso- responde a su vez con –ahora sí- rápidas identificaciones personales, casi todas reducidas a “trola”, pero también otras más detalladamente superfluas (como “acaricia siempre los perros ajenos y se lava las manos rápido”).
Escucharlo en casa puede ser duro; empero se torna mucho más naturalmente sentido en la calle o en el trabajo: el boludeo y la música, incluso las ofertas mercantiles que piensan en nosotros, resultan una trinchera móvil para transitar esferas ásperas. Es aplastantemente mayoritario lo poco serio, en las emisiones, pero su función lo es: distiende a quien viene de seriedades agobiantes, agotadoras –la vida común de la ciudad. El boludeo radial siempre es amistoso. Pero además, alimenta la autoestima individual: en vez de lidiar con la dificultad que implica tener y sostener el propio lugar en el mundo, este mundo enorme-gigante-complicado e inherentemente exento de toda noción de “justicia”, escuchar a La gorda con helado nos devuelve la tranquilizadora imagen de que modos de ser muchísimo mas pavotes que nosotros tienen igualmente su lugarcito en este mundo. Misma función cumplen con gran eficacia el muñeco Lapegüe o Roberto Pettinato (tambien es una estrategia muy usada en las publicidades de algunos rubros, como servicios de Internet y marcas de cerveza).
La buena onda (que toma forma de boludeo, aunque no siempre, o no solamente) abarca todo el espectro FM. Versionada, omnipresente. Programas que se pasan la posta compartiendo un rato al aire, todo en continuado, una gran mesa de charla de amigos constante, con momentos de protagonismo diferente, pero con un mismo clima de relajo y acierto, como dicen que sucede en aquellas empresas exitosas en donde se crea valor a través de la atención y la ocurrencia permanentes, con audio multicolor y un mundo de consumo al alcance de la mano. En definitiva es un tono con el que conectarse como válvula descompresora del clima en que vivimos atravesando la ciudad repleta, o sosteniendo al cuerpo como pieza de una máquina horrible y sobre todo ajena (“trabajando”).
El registro anímico-semiótico de la radio piensa en ciertas condiciones materiales de escucha. Un fuego se apaga con otro fuego: para sostener la vida en la ciudad volcada al trabajo, para atravesar el malestar amontonado en el transporte por la mañana y la tarde, para vivir con la líbido aturdida y mareada (un deseo desfasado de los cuerpos que busca sosiego en el éter), resulta funcional ir escuchando una meseta de música-propagandas-boludeo-desborde sexual-información general, todo homogeneizado como un bloque sonoro de tono buenaondero: todo parece consumirse de igual modo.


2. Sexo etéreo
La nueva Argentina, la Argentina que ha recuperado a su juventud, no escamotea superficies de tersura; ofrece un panorama etéreo hecho de jovialismo juvenil que inunda orejas por millones a través del dial. El juvenilismo como subjetividad dominante se verifica en la radio no tanto con la presencia de jóvenes al micrófono como en la insistencia en estilos juveniles en tipos que ya se hubieran retirado del fútbol profesional hace varios años, como es el caso de “Andy” Kusnetzoff, que seguramente se llama Andrés y nació en 1970 (según Wikipedia); pero también Beto Casella, que gritó por vez primera en 1960 y hoy conduce el programa con mas oyentes de la FM (las mañanas de Pop 101.5), participa del estilo informal, desprolijo y veloz, en fin: del imperativo aparateado del jovialismo juvenilista, donde envejecer es flagelo.
Otra figura líder con modos juveniles y que también nació en el 70 es Matías Martin, conductor de Basta de todo (Metro), el programa más escuchado de la tarde. Acompañado por el inefable “Cabito”, MM detenta una entrenada destreza periodística (cualificado para tocar cualquier tema de actualidad sin nunca mear demasiado fuera del tarro), nutrida estilísticamente con una combinación entre una más o menos marcada “ética progre” y una obscenidad militante: esa mezcla, entre corrección política (pegada a la agenda de correcion moral) y guarangada febril, es paradigma de la racionalidad media en las FMs actuales.
Aunque huelga decir que en la enorme cantidad de horas de aire que ofrece la radio fm hay notas y contenidos plurales, el zapping radial hace palmario que la tara sexual es el cemento principal de su pared semiótica; digamos que es la cal, y el boludeo es la arena. “¿Medida bustial?” o “¿Habilita colectora?” (=sexo anal) le preguntan en Basta de todo a toda oyente que llama; lo cual opera –en tiempos sigloveintiuneros de presunta liberación sexual- como forma de la identificación sexual que vale de credencial identitaria en el aire radial (“identificación” porque se saca a los placeres de su contingencia situacional para cristalizarlos en una paleta abstracta de lo que “me gusta” y lo que no, como si el gusto refiriera a algo inerte y no a un patrimonio de encuentros con capacidad de sorprendernos y variar). Cambiamos de programa medio al azar, a Gente sexy, conducido por Clemente Cancela en Rock and Pop, y justo se le pregunta a una oyente que ha llamado: “Sol, ¿le entregaste tu flor a alguien?”, y sólo después pasan a “la nota”. “Gente sexy”, nombre irónico que se dieron conductores que no cumplen el estereotipo de belleza mediática; lo cual evidencia la norma de belleza que es imperativo en el medio.
En la ciudad como superficie –hojaldre milhojas- de una híper promoción del sexo, que expresa y produce frustración en cantidades post-industriales, la radio participa de la obsesa fijación con una forma extraña de sublimar todo lo que no pasa –¡pobre carne ante el ideal!- en palabras sobre lo que se quiere –o lo que se quisiera querer: un régimen de sexualidad permanente que es, por supuesto, macabra promesa de paraíso para esta tierra, expresión pseudo gozosa del malestar de las horas. Muchos programas le dedican secciones a esto, como Da para darse o Ex parejas en Perros de la calle, donde oyentes y conductores esbozan historias o secuencias de la vida amorosa o relacional (indiferencia, mal de amores, ganas que no se concretan) en clave lúdica o novelera, tramitando el deseo en el éter. Si de reír se trata, ¡son verdaderos dramas!


3. Conversiones
Con la radio del Grupo Clarín liderando la audiencia (La100), no goza sin embargo del nivel de monopolio que tiene en otros rubros; Daniel Hadad cuenta con Pop101.5 y Mega, mientras que Matias Garfunkel es socio de Moneta (que compró al grupo mexicano CIE) en el paquete de radios Metro, Rock & Pop y Blue, pero tambien es socio de Spolsky en la nueva radio que amenazaba sacudir la frecuencia modulada: Vorterix, con la firma y marca de Mario Pergolini. Su alejamiento de la R&P no fue uno más entre los varios “pases” del año (Casella de Radio10 a Pop, Closs de La Red a R&P). Pergolini es icónico porque lideró establemente la mañana de las fm’s muchos años con su Cual es? (aunque ya había perdido el primer puesto con Casella), sentando coordenadas de una estética: es padrino mediático de varias devenidas figuras radiales emancipadas (Cancela, Kusnetzoff, el “Pelado” López, que está en La100).
La fundación de Vorterix puso a Pergolini en alta rotación mediática, por ejemplo con su cara en las tapas de las revistas Rolling Stone (tercera tapa que le dedica la RS y la primera en que está “limpia”: en las anteriores estaba luqueado de Guasón y de demonio) y la de Aerolíneas Argentinas (expresión de la alianza Pergolini con Garfunkel-Spolsky).
Anunciando el montaje de un teatro –otrora El Teatro–, en Colegiales, ensamblado con un estudio mediante la más puntosa tecnología, Mario Pergolini hizo cundir el lema de que “el rock se mudó”, no sólo en referencia a su ex radio (“donde el rock vive” es el lema de R&P), sino, también, a la renovación de las condiciones materiales de existencia urbana del rock: “pareciera ser el principio del fin de aquellas cuevas ochentosas o los parajes de los noventa donde el rock caminaba por senderos marginales”, redactó Diego Pintos en una nota sobre la inauguración del emporio Vorterix en el sitio de noticias Info-News (que es del grupo de Spolsky y donde se ven fuertes propagandas de Vorterix). En efecto, con su brillosa instalación en la Avenida Lacroze (cuya rutilancia saturada emula, pongamos, a Tokyo), Pergolini es erigido como emprendedor modelo del modelo en el rubro industria rocker: saberes “rebeldes” mamados en los ochenta, inteligencia cínica entrenada en los noventa (exitoso como empresario mediatico crítico del menemismo), todo puesto al servicio, ahora, del emprendedor neo-desarrollismo empresario argentino, que con valor agregado entretiene multitudes en condiciones de programado orden: “pueden ir a dormir tranquilos y seguir escuchando la mejor música”, dijo Pergolini para cerrar la inauguración de su radioteatro de vanguardia.
El redoble de la apuesta de “Mario”, sea exitoso o no (aparentemente lo primero en el teatro y lo segundo en la radio) es paralelo a la consolidación en primera línea de caras por él apadrinadas. El estilo desenfadado, pillo, de los periodistas que bajo el ala de CQC encarnaron la crítica a la vieja política y a “los noventa” –engalanados en trajes negros arrugados y el pelo revuelto, el cuerpo puesto a encarnar las propagandas de Philip Morris– ha pasado a ser el código del orden discursivo radiofónico porteño en la nueva Argentina (de la realidad macristinista). No es casual que “Néstor” haya tenido varias escenas de complicidad y cercanía (callejera, informal, juvenil) con los noteros de CQC: los percibía como un buen elemento para alimentar la nueva legitimidad gubernamental que supo elaborar. Es decir: saberes de estética noventera y cierta moral dosmilunera tornados código de atracción semiomercantil y reguladores del orden urbano –figurita repetida.

4- Despolitización hasta ahí
Otro ejemplo: ponemos a Casella y está hablando de que “no hay que confiar en quien a la semana de conocerte te pide cien pesos”, e inmediatamente pasa a referirse a los deseos de lxs travestis… Pareciera, decíamos, que en la racionalidad estandar de las fm, el boludeo es el pacto y la pornografía el vicio; pero ninguna es vocacional. Pueden encontrarse muchos pequeños espacios interesantes en el mainstreem radial; buenas intenciones, intereses amplios, momentos divertidos –incluso memorables. Hay segmentos culturales, hay intervenciones de talante reflexivo sobre temas políticos y económicos; al fin y al cabo los oyentes son cuerpos vivos con problemas de cuerpos vivos. No podríamos decir, tampoco, que el mundo de las fm’s esté plenamente despolitizado. No sólo por las presencias de kirchnerismo explícito que tienen algunos programas (Cabito, Gabriel Schultz que estuvo con Martin y ahora con “Andy”).
Hay mucha fuga de oyentes de la AM a la FM. Los productores y programadores la están matando de a poquito, torturando con una agenda aburrida. La gente quiere otra dinámica: humor, distenderse y un poquito de información”, dice Beto Casella (nota en Perfil en marzo de este año). Sin embargo, los oyentes no necesariamente quieran ser completamente ajenos a los temas políticos de la semana, ni menos a los temas económico-administrativos de la vida, puesto que, si la metralla publicitaria concibe a los oyentes como consumidores, el tratamiento semio-acústico de las programaciones los considera también como productores: tipos que están en el trabajo, que se esfuerzan para sostener una vida, que buscan evitar quilombos y darse gustos. Urbanitas que tienen la vida más o menos armada, más o menos plancentera, más o menos sufrida, tienen preocupaciones e intereses propios de su integración –bifronte- al mercado: las tasas de crédito, la inflación, el monotributo, las paritarias, el acceso a la vivienda, los dólares para viajar a playas cálidas (en Metro una de las empresas que mas se oye publicitar es Despegar.com). Masas sueltas que la prensa gráfica perdió ya históricamente, se calzan los auriculares, algunos la radio en el auto, la compu en el trabajo, y escuchan las cosas del mundo a través de un marco de buena onda –y un horizonte de ofertas.

Saturday, April 25, 2015

Lectura de "En nombre de mayo", de Bruno Nápoli

Sangre por dinero.


Por calentura, por impresión, por asco político en el cuerpo, escribe Bruno Nápoli; la calentura como umbral de investigación. El cuerpo es sagrado, sagrado para hacer cualquiera, designio privado cuyo cuidado es una responsabilidad común. Y la violencia de la historia que le interrumpe su potencial cualquierización es el enemigo programático, casi infinito, contra el que Nápoli empero pelea: toda legitimidad organizada de poder sobre los cuerpos, vía terrorismo estatal, vía discurso popular, vía régimen financiero. Desde los indios hasta los presos que hoy, en este momento, están siendo golpeados en el piso sucio de una comisaría con un bastón comprado por el Estado. El cuerpo de aquellos para los que la organización oficial de la vida social (o la política del Estado) implica la vejación y la muerte (en nombre de mayo…), mide el verdadero estado de la política. Las palabras con que escribe Nápoli son como piedras que hacen de lápida amante para aquellos que ni tumba recibieron, y por tanto piedras que señalan el mapa de la actualidad hecho sobre la carne olvidada de las víctimas, y de los cómplices.
El archivo es el recurso complementario perfecto para este trabajo de pensamiento desde la calentura por los maltratos a los cuerpos, ya que la materialidad mínima del archivo disimula su condición de testimonio de gritos y sangrías, y su tedio lo sustrae en apariencia del polvorín de la arena política. Pero el archivo –declaraciones, leyes, etc.- guarda los puntos de sutura que cierran con artificio las heridas criminales; guarda los puntos, guarda los cirujanos, guarda incluso a los que pedían la sutura temerosos de las difusiones invisibles que emanaban.
“La deriva de los entierros y desentierros invade la historia”, dice Nápoli: enuncia ahí su campo de combate. Esa frase la dice sobre el Che, a quien usa como exigencia: el Che es, hoy, “una mirada infinita”. Un superyó elegido, una mirada de amante combativo -que sobrevive tanto a los asesinos como a los cultores de la gramática del ejemplo-, con la que medimos el grado de desarrollo de nuestra sensibilidad: el Che nos mira y en su mirada vemos el alcance de nuestra mirada -¿somos capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera…?-.
En nombre de mayo es un libro de intervenciones; todos sus textos responden a problemas. El método es el de un arqueólogo de archivo, pero también el de un historiador: para cada segmento temporal, distingue las fuerzas activas aunque invisibles, así como las cáscaras visibles que solo son lastre. Donde se ven cortes encuentra continuidades, y viceversa. Las periodizaciones de la historia reciente se ven, así, fuertemente trastocadas. La masacre no empieza en el 76 sino en el 73; las políticas oficiales de memoria empiezan durante el gobierno de Videla, y su mayor número no se da durante el kirchnerismo sino durante los 90; el Estado no estuvo ausente ni en el golpe ni en el menemato (tal argucia busca eximirlo culpando a pseudo-terceros, “fueron las FFAA en un caso, fueron los mercados en el otro”). Y la dictadura no terminó, aún, si ponemos el ojo en diversas leyes y reglamentaciones del mercado financiero y bancario, así como en buena parte del aparato represivo; el kirchnerismo, como inteligencia de gobierno concreta, tiene al neoliberalismo como condición fáctica de posibilidad.
Arqueólogo, historiador, Nápoli también es un lingüista. No sería justo –paréntesis- llamarlo foucaultiano; más bien él y Foucault tienen una relación de fraterna coincidencia. Nápoli cita solo cuando necesita, cuando aparecen en sus palabras las de otro –Ricardo Iorio, Osvaldo Bayer, Karl Marx-. Lingüista, pero que establece no la verdad de unas palabras según la estructura abstracta del lenguaje a la que remiten, sino los fluidos materiales que portan y chorrean: el insulto gorila “konchuda” y el giro “anarcocapitalismo financiero”, acuñado por la presidenta, son dos sintagmas analizados en sendos textos brillantes que hablan por la formalidad argumental de sus enunciados pero sobre todo por la intensidad de su enunciación, crispados porqu algo huele mal. Konchuda gritan los que no toleran la falencia del macho que antes odiaban, los que en los cuerpos políticos ven la pura carne (la medida del cajón y las hendiduras para la vejación, como las que necrofílicamente sufrió Eva, la santa de los pobres). Anarcocapitalismo financiero, bandera izada por la morocha –porque los adherentes también anatomizan la política, en una retrosublimación- en el G20, reclamando “un capitalismo serio”: es decir, un capitalismo que no renuncie a su necesidad de cuerpos para explotar. Es el sintagma propio de la encerrona del combate entre capitalistas como horizonte del conflicto social, horizonte de la vida común volcada a trabajar y el trabajo volcado a consumir, “la vida cotidiana convertida en vida financiera”: nadie puede pagar su vida al contado.
Para Nápoli, las cacerolas de 2001 inciden menos en el destino político argentino que los desocupados combativos de Cutral Có, Mosconi y Tartagal: campos de batalla por irrupción e intuición, luchas sin códigos. ¿O es que los pobres solamente “protestan”, y no “hacen política”? La clase media tardó diez años en decodificar, participar, tener cargos. “Es interesante pensar que un evento como el de diciembre de 2001, que compartió identidad solo en dos o tres grandes ciudades, apareció como el momento de cambio político de todo un país, por la participación de sectores que querían decidir qué debía hacerse con la cosa pública” (del capítulo La reconstrucción de un relato histórico como forma de representación política).
Ni el Estado fue espectador en la dictadura ni en los noventa, ni el 2001 fue la profunda crisis fundante de nuevos modos de hacer política. Ni, ni, ni. En nombre de mayo es un libro demoledor que no propone salidas, no ofrece programas; ni siquiera convoca a la reunión de todos los que piensan como él. Su modelo es más bien el del sabotaje y el acto justiciero; sabotaje de los consensos sórdidos, cándidos y canallas; actos justicieros que restituyen a los cuerpos lo que es de ellos. “Ver la realidad tal cual se presenta”, dice Nápoli, y, en efecto, historiador arquéologo, su faz lingüística le permite ver la política argentina en mute, sin sonido, sin cháchara, sin su discurso; devolviendo al discurso su condición de operador material, de cosa entre las cosas, mira las cosas de manera que puedan hablar en silencio.
La vida siempre viene primero, y “el Estado es por naturaleza apropiador”. En nombre de mayo presenta muchas verdades así: evidentes pero expulsadas programáticamente del régimen de obviedad reinante. Le habla, este libro, a los anarquistas. No se sabe cuántos anarquistas hay. Se trata de una de las pulsiones políticas, acaso, mayoritarias?, solo que invisible tanto por correlación de fuerzas organizadas como por su naturaleza de instinto vital y de modestia.
“No se puede pensar la Argentina sin hablar de los desaparecidos”, dice; vale entender que no se puede pensar en Argentina sin hablar de los desaparecidos. Pero es difícil hablar de los desaparecidos. En Carnadura de un relato imposible, Nápoli refuta la posibilidad de hacer la historia de sujetos tan radicalmente ausentes: la mayor tragedia de los desaparecidos es que su destino no se puede contar. El asesinato es un vínculo; “desaparecido” es una cualidad individual: ahí el extremo del proyecto perverso. No nos olvidemos de nosotros, recordémonos, es el rumor que subyace al libro; “todo el tiempo los desaparecidos están desapareciendo”. Que no desaparezca la memoria de los cómplices es tarea del historiador; los civiles que gobernaron en dictadura, “los casi cuatrocientos intendentes radicales, ciento setenta y nueve peronistas…”, las editoriales que hacía Alfonsín en la revista que dirigió del 76 al 79, Propuesta y Control –en efecto, Nápoli asume que la verdadera crítica al kirchnerismo empieza en la crítica al alfonsinismo.
Topografía del terror, un artículo sobre el museo berlinés del Holocausto, muestra que la sensibilidad que ejerce Nápoli es una ética universal a la que le toca habitar la Argentina. Los usos de la herencia es un texto que concentra hilos del libro, exhibiendo que la dictadura no desapareció, sino que se desarmó con división de bienes –y hay propietarios- y evolucionó con descendencia moderna. Cámaras de inseguridad. La opción por los pobres, es ejemplo de la vastedad de problemas del poder y la opresión de clase que se vuelven visibles cuando concebimos a la democracia, al sistema político argentino todo, como montado constitutivamente sobre el crimen: el texto En nombre de mayo reconstruye con admirable síntesis la genealogía de los cuerpos decididos como rompibles (ni siquiera sacrificables) para “defender lo nuestro”. En nombre de mayo se funda un nosotros exclusivo, contra el que se alza la voz de Nápoli.


Tuesday, March 03, 2015

Gracias Román. Belleza y disidencia.



Lujo Riquelmeano 
 
Es una historia de amor de punta a punta. De amor, de belleza y de pensamiento, de inteligencia sostenida con fuerza ante la estupidez ambiente. Una historia, también, de justicia, de violenta, disputada justicia. Gracias Román, gracias por tanta hermosura, gracias eternas por tu gracia eterna. Acaso el primer crack del fútbol argentino en retirarse con una carrera íntegramente observable en internet. Sea. Es mirarte y mirarte y mirarte y no poder parar de llorar, no querer parar de llorar porque este llanto es signo de un querer tan intenso, un querer que empezó cuando entraste por primera vez a la Bombonera repleta y que desde entonces cocinaste con tu juego al punto de lograr que convivieran en este querer tanto una expectativa constante, suprema, elevada, como una sorpresa anonadada una y otra vez. Expectativa y sorpresa; gracias a acostumbrarnos a que lo esperable a esperar sea lo inesperable; gracias, Román, maestro -desde el fútbol- de la vida.
No hay otro jugador en la historia de este juego que en su partido debut, adolescente entre monstruos, haya sido ovacionado, su apellido coreado por sesenta mil personas, dos veces, durante y al terminar el partido: es evidente, el pibe plantó una diferencia sustancial, una verdad distinta e indiscutible, un modo de ser en el campo que elevaba al propio campo a una versión mejor. Entró con diez compañeros y once rivales, entró con sesenta mil hinchas y él veía más que todos e imponía su lucidez. Qué calidad. Toda la vida para extrañarte. Para seguir encantándonos con tu juego, tu enorme tacto, tu magia y tu superioridad ética, hecha de cuidado, respeto, honestidad, generosidad y, quizá sobre todo, lujo, esa decidida atribución.
El lujo riquelmeano no es, como el lujo capitalista, el accesorio innecesario y ostentoso de algo que está aunque -o para demostrar que- sobra; no, es un lujo dado por asumir que las cosas, dentro del juego que planta reglas, valores y necesidades, pueden hacerse de cualquier manera, cualquier manera que se logre cumplir físicamente; un lujo donde el cuerpo es vector de liberación al interior del régimen reglado. El lujo de Román es hacer lo más simple, que no solo no es en absoluto lo más fácil, sino que suele ser invisible tras el barullo de los cálculos y la programática. Con la mano nada, con el pie y la cabeza, cualquier cosa. La ética lujosa de Román reivindica a las reglas como promotoras lúdicas, y no como versión simpática de la ley que monta un imperio de lo posible. En sus antípodas está el objetivismo futbolero, donde las reglas determinan un repertorio de conveniencias corporales calculables, dando lugar a un aburrido rendimentismo calculable y matrizado, del que un ejemplo era la concepción del juego ejercida por el loco Bielsa hasta su rotundo fracaso en 2002, o el estilo de Juan Sebastián Verón, que hacía todo bien sin sorprenderte jamás.
El lujo abre espacios, ensancha el propio tiempo, corta bloqueos con atajos. Román es un habilidoso que siempre piensa en el otro, siempre ve al compañero en su potencia antes de que lo perciban los contrarios. Piensa también en el arco, en culminar, y por supuesto, en defenderse. Porque es mentira que Román no defiende, defiende con la pelota en los pies: ese es su modo de pensar en los contrarios. (Esto es lo que no entendió Pekerman cuando lo sacó de la cancha mientras le ganábamos a Alemania en el mundial 2006, para poner al eficiente y predecible Cambiasso)


Alegría del cuerpo común (contra la felicidad jetona)

Bajador de línea, Román: un tipo que, en ese nivel de exposición, de llegada, habla una y otra vez de disfrutar, de sentirse feliz durante el partido, de hacer las cosas bien. Poner la felicidad como valor público, y a la vez mostrar, claro, que la felicidad no es un jovialismo tontolón, no es una imagen de superficie plena; es jugar mucho y lo mejor posible. La buena felicidad no se nota porque es una dimensión de la práctica, en nada vinculada con los códigos establecidos de la gestualidad. Román es feliz jugando y sale en las fotos con cara de orto: porque se expande haciendo lo suyo y en el momento capturable está incómodo.

Nadie mostró más que Román toda la belleza y la fuerza de la pelota, después del Diego -otro juvenil del Bicho, campeón con las camisetas de Boca y de Argentina, otro muchacho de clase trabajadora del conurbano y que llevó a un equipo europeo subalterno al momento más importante de su historia-, ambos hombres que resultan problemáticos para las leyes de los campos que habitan, tanto el del verde césped como el de la interacción social general; hombres-problema, no simples “incluidos”. Es que el esplendor con la redonda, esa sabiduría intuitiva del cuerpo, esa danza con pelota y rivales (muchos juegan al fulbo como un combate con pelota), que es la que produce esta emoción estética inmensurable (lágrimas de alegría en un ojo y de tristeza en el otro, por Román y su retiro), toda esa irreverencia y autoafirmación y libertad del cuerpo, no es algo que se activa maquinalmente en el campo y se apaga afuera, no son aptitudes profesionales: son modos de vivir. Que enamoran.
Amor, porque ver el movimiento de su cuerpo llena de alegría al mío. No sólo por ser de Boca -de hecho, es el jugador del fútbol argentino, nuevamente después del Diego, más apreciado por hinchas de clubes ajenos al suyo, y que, dicho sea de paso, con su exquisito materialismo pedestre demuele ideales respecto de las idiosincracias lúdicas de cada equipo1. Juan Román Riquelme: un tiempista en el vértigo, un omnisciente de la cancha, un pie con más tacto que muchas manos. Un espacialista, también, que, como dice Gustavo Varela, produce un agujero en el campo, ahí donde está él y cuida la bocha. Su juego excelso y eterno no es producto de una superfuerza física ni de una supervelocidad, tampoco de una supercorrección técnica o táctica. Es simplemente la tozuda investigación a fondo de lo que puede su propio cuerpo. Un cuerpo de hombre común, es decir un cuerpo único e irrepetible, a diferencia de los repetitivos cuerpos de superhombre que -vimos en el Mundial- son el horizonte actual de la industria del fútbol. Cuerpo grande, que ocupa bastante espacio y por tanto se preocupa y ocupa de tener el espacio que necesita, cuerpo cansino que usa su máxima velocidad sólo cuando es imprescindible, que como no le gusta correr por correr, logra insuperable precisión para dar el pase, y que como no vencerá en cantidad de movimientos a cuerpos más cortos y crispados, tiene entrenadísima la inteligencia de la adivinación. 
La pelota se alegra cuando llega a sus pies.
A lo que voy: todo lo que hace Román es entendible por nosotros, a diferencia del Diego que es de otro planeta, de Messi que es más rápido que el entendimiento, de Bati que es más fuerte que lo que podemos imaginar; lo que hace Román es entendible para cualquiera de nosotros, y por eso nos alegra: nuestro cuerpo puede sentir la inteligencia de él. Y, así, sin enunciarlo, Riquelme moviliza la cualidad más cara de las condiciones comunitarias: sentir la existencia del otro y disponer al pensamiento para entenderla.
Esa es la escuela de Román. De mirada seria. Así se templó su juego: “a mi viejo le gusta mucho el fútbol y siempre me iba a ver. Es mi mayor crítico, siempre me decía qué cosa podía hacer mejor”. Mirado, observado por un padre tan amante como no condescendiente, amorosa mirada exigente y honesta, que lo deja hacer con lo suyo -el balón- para luego compartir su alegría sin dejar de decirle, cada vez que le parece pertinente, “podés mejor”.
Mi familia me hizo bostero y los hinchas de Boca me hicieron mucho más bostero”. Una historia de amor de punta a punta.


Espacio propio (campo y habla) 

Un agujero en el campo de juego, dice Varela, un agujero donde la pelota desaparece para el rival y reaparece en el lugar que, durante el azoro y desorden de los contrarios ante esta exclusión de la pelota, devino el mejor para la ofensiva del equipo de Román. Mata el tiempo para que su cómplice -un compañero o la misma pelota-, exento de la detención, logre un plus de espacio. Un agujero en el campo, un espacio excluido, un espacio privado para los contrarios, eso arma Román. Más que ser él la continuidad del campo de juego, convierte una zona del campo en la continuidad del espacio privado de su cuerpo. De ahí su gesto típico de cuidar la pelota, de rodearla de un campo energético donde no entra nadie. Porque nadie sabe tratarla como él. Su gesto eminente no es -como Messi- de llevarse la pelota a otra parte, de escabullirse y escapar con la pelota, es de hacer patinar a los contrarios en torno al espacio que él está protegiendo, donde dejar en paz a la pelota para que pueda ella misma mostrar la línea de su óptimo devenir. Messi, como dice Ezequiel Gatto, arranca directamente en su máxima velocidad; Román dice “pará, pará”. Pará que vi algo… Incluso su festejo ha consistido muchas veces en ese gesto excluyente, cuando decidió con quién o cómo quiere festejarlo y entonces corre poniendo la palma de la mano hacia adelante, diciéndole a los compañeros “pará”, impidiendo que lleguen a su cuerpo hasta que él haga lo que quiere hacer. Salva un espacio de la inercia general de las fuerzas. Así juega; así, también, habla.

Y cómo habla Román. Como juega: dejando pasar, con esfuerzo mínimo de su parte, a los que vienen con una idea tarada, dejándolos pasar al vacío que los tracciona. Román habla, habló mucho durante su carrera; el lugar que ocupó durante dieciocho años (el jugador con más partidos en cancha de Boca, por cierto que en tiempos de fugas y fugacidades) lo hizo tener que hablar mucho. Ahora bien, supo forjar una destreza lingüística para hablar sin hablar de lo que no quiere, para hablar cuidando el espacio propio (pará, pará), el espacio de salud de la vida íntima -personal, familiar, amistosa, del plantel- del mismo modo que cuida jugando el espacio de salud de la bocha.
Para ser el diez de Boca hay que estar un poco loco”, explicó una vez ante la sonsera (cuando volvió a Boca después de haber declarado que no volvía más). Lógicamente, ser el diez e ídolo del club más grande del país más futbolero del mundo, inevitablemente implica la creación de una subjetividad por así decirlo experimental, una psique que no será normalita. Mucho tuvo que explicar ante la sonsera. El habla periodística, sobre todo pero no únicamente en el fútbol, es una máquina de hiper-expresión, una máquina de saturación del espacio, que produce, a la vez, un silencio, en tanto impide que consistan palabras sensibles, palabras que digan cosas amarradas efectivamente a los cuerpos. Es el pacto de la palabra vacía, que permite ver horas de tele e internet y no escuchar ni leer ninguna declaración que realmente mueva algo, donde decir sea un acto y no mera actuación. En cambio, muy en cambio, Román sostuvo una manera de hablar que, diciendo menos, eludiendo preguntas desubicadas, etc, mueve más, ubica más. Aferrado a la literalidad de las palabras -una inocencia-, emplazado siempre en el lugar que habita, Román contesta dejando en orsai a la compulsión mediática; con simple sensatez y ubicación, deja en evidencia la estupidez ajena. “Román, ¿habrá vuelta olímpica el domingo”, le pregunta Tití Fernández después de que Argentina ganara la semifinal de la Copa América; “Y, alguno de los dos va a ganar”. Ya en su debut en primera, un Periodista se acercó a entrevistarlo al terminar el partido porque había sido ovacionado por la hinchada: “Riquelme, qué se siente, es la primera vez que jugás en esta cancha…” – “No, jugué un montón de partidos en reserva”. O al final de su tiempo en Boca, apenas terminó con triunfo un partido -contra Quilmes, creo-, Mario Cordon se le acercó en el pasto y le preguntó “¿Qué vas a hacer después de junio?”, refiriéndose a si renovaría o no su contrato, a lo que Román contesta “A vos no te gusta hablar de fútbol, ¿no?”. O bien cuando el horrísono y maligno Fernando Miembro le dice (también en la antesala de la renovación de su contrato con Boca): “Yo quiero preguntarte si tu futuro contrato es por dinero”. “¿Y qué querés que pida, dos bolsas de papas?”, contesta Román. Es realmente difícil mantener una cordura, una sensatez tan firme ante la catarata incesante de estupidez.
Sabe y enseña, Román, que el nivel de mega-exhibición es desquiciante, y que también resulta un campo de combate -contra la palabra vacía, contra la indistinción de los espacios, contra la espectacularización de la intimidad, contra la estupidez, en fin, contra las fuerzas que separan las palabras de las cosas y montan el enorme show semiótico que vela lo real; Román contra las fuerzas de abstracción de la vida, realismo pelotero contra realidad mediática. Román hace un mundo mejor.


Siempre jugar

Repasaba Gonzalo Sarrais Alier qué quieren los que no quieren a Román, y en efecto el negativo de Román es un mundo horrible, sin amigos, falso y obediente. Se le ha reprochado que no le gusta entrenar… Román lo dice explícitamente, que no le gusta “entrenar todos los días” (ver el extraordinario documental Román x Román, minuto 1’35”). “Tomé mate todos los días y jugué bien el año y medio”. El mate, que mide las horas vanas según Borges, el mate es artefacto de producción de una demora -como el asado, otro enorme placer de Román, héroe de la ralentización de los flujos de un juego que ha canonizado a la maximización de velocidad, como decía Juan Sodo-. No le gusta entrenar todos los días; “Nos gusta jugar a la pelota”, explica. Es un jugador, no un trabajador, y el jugador trabaja de jugador, como todos realizamos nuestra práctica en el mercado, que la modula como valor mercantil (dinero, imagen, status, poder; actividades cuya inconmensurabilidad es disuelta en la igualdad ontológica del dinero y la imagen). Pero Román nos recuerda que se puede simular la simulación, es decir, que se puede jugar a que se trabaja de jugador, sin dejar de ser eminentemente un jugador.
Una vez sin embargo Román sí apeló a la figura del trabajador. Discutiendo con la razón mediática, en los días en que los periodistas llenaban el gigantesco espacio que se ven forzados a llenar constantemente con presuntas noticias, con presuntos acontecimientos, con el relato de una pelea entre Román y Julio César Cáceres, compañero en Boca. “Yo si tengo que hablar con él lo haré, y, si lo hago, voy a venir la semana que viene y me voy a sentar acá -era una conferencia de prensa- y no te voy a contar nada a vos, ni a vos, ni a nadie, como no les voy a andar pidiendo a ustedes que me cuenten sobre las conversaciones personales que tienen en su trabajo”. Lo que decía de fondo Román era: acá en el equipo somos un grupo y nuestras cosas las tramitamos entre nosotros, es ridículo pretender publicarlas, lo público son los partidos, el juego… Es decir, intimidad y tarea afectiva, situación concreta vs. Espectacularización, respeto por las diferencias de naturaleza entre las situaciones.
Emplea la semántica del trabajo, que es la semántica oficial, porque es lo que la razón mediática (los periodistas como emergentes de una onda que los excede) puede entender. Las palabras de Román pueden ser palabras-palos (como por ejemplo cuando dijo y repitió que no quería festejar ante la barra), pueden ser palabras mimos (“no me voy a cansar de decirles que están relocos, que nunca podré devolverles el cariño que me dan y que este día no me lo voy a olvidar nunca”, cuando se inauguró su estatua), también palabras-celosías. La mayoría de las cosas que dice en respuesta a preguntas periodísticas son obviedades (estoy contento porque ganamos, porque pude ayudar a mi equipo, toca pensar en el próximo partido, el entrenador tomará las decisiones, etc), pero obviedades que la razón mediática hace no-evidentes. De vuelta, Román, inmune al barullo, recuperador de una inocencia.
Es desde acá también que se entiende que renunciara a la selección cuidando a su vieja, y, especialmente, que se peleara con el Diego, primer homo sapiens-sapiens subjetivado integralmente como espectáculo, toda su intimidad como materia pública, justamente por diferencias sensibles en cuanto a lo que se dice a las cámaras y lo que se reserva para el vestuario.

Disidencia riquelmista y debate tribunero

Román sostuvo la resistencia contra la onda encabezada por Mauricio Macri, el espantoso. Riquelme le espetó el Topo Gigo; Riquelme mostró que los “éxitos” son alegrías solo en la medida en que no se desligan de la materia orgánica que expresan, que coronan; que los éxitos son imagen vacía si el modo de vida que quieren representar ve ofendida su sensibilidad. Obviamente no se trata de un militante. Es más: su resistencia consistió en un gesto. Un gesto, nomás, pero un gesto que nos devolvía a todos los hinchas la verdad de que si él era fuerte y podía plantarse ante el millonario, era solo como canal transmisor, condensador de flujos de una fuerza multitudinal, de la fuerza festiva de los muchos. Esas palmas detrás de las orejas sinceran la fuente común y anónima de la energía del astro. Román desestima a los dirigentes y a la barra mercenaria; enaltece siempre al hincha y al jugador. A los simples locos.
Esas mismas tribunas vivieron un debate explícito, con Román como cuerpo que encarna una disputa de valores, durante el primer semestre de 2014. Boca dirigido por Carlos Bianchi, tercer cuatrimestre al hilo con malos resultados, sin calamidades ni catástrofes, pero sin dar con una propuesta de juego consistente. Román jugando partidos salteados, perseguido por lesiones propias de una carrera larga, de miles de patadas recibidas… Román lejos de su mejor nivel, pero aún regalando lujos, aún elevando al campo de juego, aún haciendo jugar a su equipo mejor que en su ausencia. Partido tras partido, en la mítica Bombonera se vivió un debate, un debate propiamente tribunero, con modalidades propiamente tribuneras, entre los que rumoreaban cuando Román perdía una pelota, y los que los callaban y alentaban al maestro. Fue arduo; para los más xeneizes, increíble realidad encontrar auriazules criticándolo. La disputa se traducía también como Riquelme, el ídolo, contra Angelici, otro presidente millonario y nada futbolero, que era el primero en poner en duda a Román. Boca no ganaba, Boca perdía, malos resultados; y, partido a partido, domingo por medio, una tensa situación en la cancha, un enfrentamiento entre partidarios del rendimiento, del resultadismo, y los leales defensores de la belleza agradecidos por siempre con Román; durante varios partidos fue un debate, un desacuerdo entre miles, llamado “Cabildo abierto” por el comentarista Alejo Levandoski en el partido en Boca contra Arsenal, fecha 16, cuando ya era claramente irreversible la mayoría riquelmeana, consagrada triunfante, emotivamente unánime, en el partido final, fecha 18, contra Lanús. Llovía, y Román fue, como siempre, un placer: pisadas y amase, visión dinamizante del campo, amagues y precisión. La Bombonera llena aunque no jugábamos por nada, salvo por la disputa sobre si seguía o no seguía Román. Era mayo y se cantó el himno; Román, parado muy serio, oyó como al canto popular de “¡juremos con gloria morir!” se añadió inmediatamente el corolario “¡Riqueeeelme, Riqueeelme, Riqueeelme!”. Todo el partido fue protagonizado por esa onda de amor y agradecimiento: Riquelme es de Boca, de Boca no se va; y Angelici botón, sos un hijo de puta, la puta madre que te parió.

Su última pelota fue un pase hermoso que dejó a Riaño solísimo en mano a mano: no fue gol, pero fue mejor que muchos goles. Salió en el minuto 89, saludando y envuelto en lluvia y cariño. Finalmente sufrimos: la dirigencia millonaria no renovó el contrato de Román, y jugó sus últimos partidos oficiales en otro club. El pueblo xeneize empezó el torneo post-Román con masivo insulto a Angelici y masivo canto de amor al ídolo. Fuimos vencidos pero no convencidos (ahora el Vasco mandó traer a un enganche de calidad, que escasean, ¿efecto del acontecimiento-Román?, y aún con la millonaria compra de estrellas, juegan en boca muchos pibes y sobre todo, hinchas de Boca). Y triunfó en la cancha la sensibilidad que defiende el lujo popular y afirma que hay cosas más importantes que ganar -o mejor, un entendimiento superior, experiencial y no resultadista, de lo que es ganancia. Riquelme no se va.



Notas
1. Al respecto, hay una clave en el documental Román x Román, donde él cuenta cómo fueron sus primeros días en Boca, aún juvenil, rodeado de grandes jugadores que admiraba. Entre ellos, el emblemático Blas Giunta: “Giunta me llamaba y me hacía sentar atrás suyo cuando jugaban al truco, para enseñarme; y después de los entrenamientos, todos se iban y él se ponía los guantes para que yo le tirara tiros libres”. Ese engarce, ese encuentro, ese entendimiento, esa coherencia, eso es Boca