Thursday, December 20, 2012

El mito de Patricio Rey


                                                                               Imagen (aca recortada) compuesta por Rodrigo Noya.

Un verdadero mito
Patricio Rey es un verdadero mito, no un personaje mitificado. Ensoñado inicialmente por jóvenes no tan jóvenes en la ciudad de La Plata en los años 1976/77, Patricio Rey es el mito de que alguien puede apadrinar los berretines de una libertad grupal, que se basta pequeña y efímera pero cuya intensidad puede crecer con trascendencia inmensurable. Alguien excelso, de jerarquía redoblada -patricia y monárquica-, para atizar encuentros en torno al principio ordenador del placer, con el mandato de perder la forma humana y un concepto regente de fiesta. Un personaje exento de acto inaugural; un mito que no es ejemplar sino más bien efectivo en tanto ausente, y que, lejos de prescribir conductas modelicamente, deja, con la presencia de su distancia, un espectro de sentido que debe ser adivinado arriesgando.
Los Redonditos de Ricota, pupilos de Patricio Rey en estas pampas, consiguieron su padrinazgo vía coacción: en la única vez que Patricio dio su palabra personalmente, en el único texto que se le atribuye a su voz,[1] declara que el grupo “no pidió ni imploró padrinazgo, sino que lo exigió a través de una amenaza”. La amenaza de terror si el Rey no apadrinaba la fiesta –y esa tensión, de sinergia entre calamidad y júbilo, motorizó desde entonces el espacio redondo–. A partir de allí, cada acto realizado en nombre de la estela amparadora de Patricio –cada presentación de la banda, cada disco y cada tema, cada declaración y cada acto organizativo del grupo, pero también las vidas mismas de sus miembros, y después también cada encuentro de millares o de a pocos en una esquina o un bar o en las mil situaciones de intercambio de guiños de una “forma de ser ricotera”, o en el mismo mapa que cada ricotero hace de la vida…–, va acrecentando la figura de un Rey que, desde algún lugar lejano, permite, habilita, una experiencia heterogénea, un “mecanismo diferente de organización de las voluntades” (Solari).

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Patricio secularizado, ¿corona expropiada?
La pregunta por la herencia de los Redondos puede ser una falsa pregunta. Aquella afirmación de autosuficiencia, desesperadamente jubilosa, se contagia atravesando la cultura mediante vasos comunicantes complejos. El contagio opera por apropiación, por resignificación, por digestión. En tanto los efectos de la banda son fértiles, no se remiten a su terreno de origen. No reconfirman lo que la banda ya era; por eso muta el circo de Patricio. Así las cosas, en cuanto a la “herencia” de los Redondos, hay que buscar sus efectos no sólo en el rock sino en la música en general; no sólo en la música sino en el arte en general; no sólo en el arte sino en el amplio mapa actitudinal de la vida común. La música no conecta sólo con la música; la obra de Patricio Rey y sus redonditos nutre sensibilidades extra musicales; música con efectos urbanos, música con efectos lingüísticos, música con efectos sociales, música con efectos políticos, música con efectos gubernamentales.
En los últimos años, el mito de Patricio ha sido apropiado por un relato de sentido determinista; Patricio es un mito tan potente que ha resultado objeto del armado de la nueva legitimidad construida desde el Gobierno. Despojado de misterio, es usado como mito predicativo, despojado así de su naturaleza experimental. Difícil saber si esto signa la muerte del mito o si la apropiación –¿que es o no es mutación?– sintomatiza la potencia que todavía guarda (va de suyo que sintomatiza la potencia que tuvo). De todas formas, tampoco es posible cerrar la operación al determinarla de “apropiación”; porque también hay “traducción”, incluso “entrega” (cual “Plan desarme”) de imágenes, símbolos, estéticas, para un “uso” otro, a una lógica no compatible, en principio, con los axiomas del mito y de la producción mítica que hemos descrito. Es evidente el uso que subordina la corona a otra corona… Pero no es tan facil sentenciar si la corona ricotera es apropiada, secuestrada, entregada, si estaba disponible, si la usan como puro anzuelo… Simultaneidad de operaciones, complejidad habilitada, de vuelta, por la potencia del mito.
En todo caso, al situar los fragmentos redonditos –los mitemas– en enunciados que cierran su sentido, como mínimo se le despoja el misterio, es decir su potencia de generar nuevos posibles. Los misterios no pueden resolverse –sí pueden transformarse en misterios mejores–; un mito sin misterio es un mito poco interesante, y las verdades que dejan de ser interesantes se convierten en mentira. Que podría ser peor, eso no me arregla....


El texto, escrito con Ignacio Gago y publicado en la revista de la Biblioteca Nacional, puede leerse entero

Friday, December 14, 2012

De Pies a Cabeza N°2

La revista de futbol menos periodistica del mundo:

Eitorial: http://futboldepiesacabeza.com.ar/extractivismo-pasional/


El N°2:


Extractivismo Pasional. Mecanismos de extracción de plusvalía pasional, con sus lacayos pre-cadáveres, y un combate difuso pero sostenido que dan los tráficos de vibra futbolera por abajo. ¿Hay una futbolidad clandestina ante el imperio mediático? ¿Cómo puede Fernando Niembro ser tan desagradable?
Pensando la marca Boca. ¿Se puede convertir un deseo infinito e inexplicable en un capital de mercadeo pasional? El futbol como marca global, igualador universal, ¿somos clientes de la bocha?
Canten, putos! ¿Para que vinieron? Piano y guitarra acústica, cantos de cancha versionados; música de colores, y un departamento dos ambientes tribunizado…
 La Larga Marcha de River. La bandera de largo record como excusa para una tribunización de la ciudad; las calles de los barrios chetos enfiestados por el modo de vida pibe: una crónica carnal atenta a lo que los códigos mediáticos no pueden ver.
La gran estafa (securitista). La “violencia en el futbol” es violencia en los negocios, y los incidentes y enfrentamientos armados son, casi sin excepción, internas de barras. Aun así los dispositivos de seguridad y los discursos mediáticos siguen partiendo del supuesto de combates entre hinchas rivales: una Gran Estafa.
Jugadorismo reloaded. Ante el protagonismo pibe-jugadoril, la “gestión de grupo” aparece como el saber futbolístico más caliente de la época. ¿Qué modos son los más ricos? Entre la inteligencia de Alfaro, la escolaridad de Pepe Romero y la filosofía superior del Loco Bielsa.
Entrevista a Menotti: “La heladera en la cocina y el inodoro en el baño”. El anciano manantial de saberes del exquisito deporte nacional comparte algunas de las síntesis que ha elaborado en su vida de observador experimental. Ilustraciones de Facundo Gorostiza.
Charla con el Chalo Panatoni, segunda entrega. Nuestro querido Chalo sigue ventilando la cocina de los conflictos micropolíticos del vestuario de Metalense.
 Querer (o no querer) a Román. Introducir una concepción disidente del manejo de la pelota en el futbol nacional no puede no ser conflictivo. ¿Hay efectos geométricos, en las canchas hoy, del juego riquelmeano? Y: ¿Qué quieren los que no quieren a Román?

Verte feliz no es nada


Escrito con Igna Gago - Publicado en Crisis #11

Poco necesitó Onda Vaga para elevarse como uno de los grupos con mayor tasa de crecimiento de los últimos cinco años de la música joven ciudadana. Poco tiempo, poca inversión en difusión, poca parafernalia instrumental (todo acústico), poca estructura de producción y casi nula de mediación: poco, porque cada cosa fue un acierto. Lo “poco” propio de una vagancia exitosa, que no sacrifica su tiempo en esfuerzos para un futuro sino que condensa su alquimia sin usar electricidad.
Despues de consolidada la profesionalización del sonido de los discos de rock (cualquier disco tomado al azar de una banda promedio “suena bien”, todo cerradito y prolijo), este grupo de amigos formado para tocar en la playa de Cabo Polonio volvió a la ciudad y, sin sacarse malla ni ojotas, se proyectó hacia un crecimiento en picada de público y oyentes, que expresó asimismo una mutación en los ánimos estéticos de la ciudad: un tubo de fuerza del presente haciendo su futuro, que nadie había atravesado tan claramente.
Nacido en 2007, ya en 2008 el quinteto recibe galardones de diarios y revistas; sus canciones frescas, livianas, alegres y festivas, cantadas coralmente por cinco voces siempre altas, nunca pesadas, pasaron pronta y fluidamente de salas under a telonear a Manu Chao, tocar fechas dobles en Niceto y encabezar la programación veraniega del Konex (Niceto y Konex: acaso las dos principales bisagras de interfase entre la cultura autogestiva y la industria cultural; Niceto una puerta abierta al primer mundo, Konex a las nuevas cremas de arte en castellano). Mientras se escribe esta nota los vagos tocan en un festival japonés donde volaron con los tickets pagos, según informa –informalmente- una alta fuente de la prensa especializada.
Todos estos datos importan, por supuesto, como índices del crecimiento de un tono subjetivo; incluido del “dato” Onda Vaga, ya que importa el pulso popular del cual son –digamos- voz cantante. Pulso de miles; gusto de la época; sensibilidad de la red. Nunca o casi nunca difundieron sus shows fuera del boca en boca o “las redes sociales”, dice la fuente mencionada; tienen más de ciento veinte mil almas que le declaran su gusto en Facebook. Una banda independiente que no necesita sudar sangre remándola sino que más bien activa una corriente que la hace pasear el mundo.
Dos discos, Fuerte y caliente, de 2008, y Espíritu Salvaje, de 2010, sirven a este proceso. Menos como productos que aspiran a conquistar que como testimonios de lo que surge en la onda de ese espacio de encuentro amistoso (aunque el segundo ya es claramente mas “cuidado”). Es por eso, por ser una instancia cuyo punto de partida ya es de felicidad triunfante, como sin necesidades, que en el primer disco hay invitados ilustres como Fito Páez; nada menos que el artista elegido para dar el broche final a los festejos del Bicentenario de la Nación.
Música sencilla que se nota hecha por gente que sabe; músicos a los que les sobra. Con fuertes dejos del Manu Chao en sus días sin rabia, algo de cánticos balcanos de anti lamento, homenajes a la simpleza ramonera pero pasada por una concienzuda trama de calidez tropical, algún resabio de balada babasónica pero con el desalineo como modo del glamour, guitarras sacudidas por manos derechas bien sueltas, mucha palma conjunta que ritma el canto coral de la tribu, sin líder visible. Imposible meterse en un disco o en un recital ondavago y no encontrarse llevando el ritmo con alguna parte del cuerpo; su influjo hace vibrar a los cuerpos en danza cual zombies de la felicidad. Yo no quiero caer, quiero seguir arriba para bailar (“Jovens”, de Espíritu Salvaje).
Soltura, despojo, inmediatez corporal. Melodías pegadizas y gargantas con la tensión que requieren fogones felices, llamados celebratorios a la luz de la luna; el éxito de Onda Vaga es el de un sonido que elige sin duda el bienestar y sentir para adelante (“podes salir al jardín y cosechar lo bello” dice Ya!; “sacate lo que tengas de más” cantan en Baila; ambas de Espíritu Salvaje, entre tanto ejemplo posible). Por eso, aunque en los discos manejan una sutil paleta de recursos sonoros, el tono afectivo es homogéneo, univalente, una planicie de endulzamiento que coincide con la amplia llanura de la fiesta metropolitana nacional.
Si el éxito, genéricamente, no habla tanto del ganador como de las reglas del ambiente (cosa distinta es la conquista, el triunfo), especialmente “sintomáticos” son los éxitos instantaneos.

El nuevo jovialismo gobernante
Hay un ánimo oficial, con representantes en muchas esferas. Datos: Onda Vaga fue tomada por 678 como cortina musical de su emocionalidad. (Digamos que fue una transición de “alegría pilla” entre la primera fase más combativa con los Redondos, y la actual plenamente melosa con Por una gota de tu voz de Abel Pintos). También el programa Los pibes del puente se inviste sonoramente con los vagos. La cortina de 678 era Mambeado, una de las mejores de las pegadizas canciones de la banda, que también tocaron en el recital organizado por el Partido Obrero en protesta por el asesinato de Mariano Ferreyra. Esa doble presencia no pone en juego algo que “no cierra”; más bien muestra que hay oposiciones que participan del mismo plafón. Aquella noche de protesta había en Plaza de Mayo carteles con la inscripción “Festival por la muerte de Mariano Ferreyra”. La fiesta es el lugar común de la época, un consenso del que no debe alejarse demasiado ningún proyecto de gobierno en cualquier area de la vida social. Cristina bailando su cincuenta y cuatro por ciento; pero a la vez Mauricio Macri bailando su aplastante hegemonía. Los “estetólogos” del macrismo leyeron éste consenso festivo en la Ciudad porteña y transformaron el triangulito de play negro que era su logo, en múltiples triangulitos de colores. Arde la ciudad: canción elegida por ambos partidos, tema que funde al macristinismo. La fiesta es una frecuencia de gobierno compartida por proyectos políticos enfrentados.

La alegria coronada
En medio de este consenso oficial, de fiestas coronadas y representadas, Onda Vaga muestra que incluso el sentimiento indie de tribu se da ídolos. La tribu de iguales recortando sus cuerpos fetiche, la coronación directa de la red, sin mediación estructural. Pibes comunes que eligen lo simple y música para divertirse, resultan cuerpos naturalmente funcionales a su multiplicación imaginal. El actuar de sí mismos, necesario para la representación mediática, escenifica una clara apuesta por la felicidad grupal.
Un ejemplo. La tapa de la revista del Konex dedicada a su programación del verano pasado, tuvo a Onda Vaga como protagonista, artista de punta del espíritu imaginado por el centro cultural para la salida de un año viejo y la gesta del nuevo. El Konex invita a “empezar el año en nuestro patio”, y la mención del patio es importante: se trata de la modesta catedral para multitudinarios patios y terrazas donde se juntan los amigos culturados en Buenos Aires. Vale contrastar este confort organizado con la figura del “congreso de esquinas”, creada por el colectivo Juguetes Perdidos para referirse a los recitales de rock barrial. Se trata de una puesta en masa de la lógica íntimo-privada que fue, en parte, la respuesta que los circuitos musicales hallaron para hacer frente a la ola reglamentarista post-Cromañón (que por cierto sigue rozagante, cerrando centros culturales –u obligándolos a profesionalizarse). ¿Cuánto atrevimiento se pierde en ese desplazamiento?
Volviendo: la revista del Konex es un pequeño lujo; tamaño medio A4, papel de alto gramaje, cuatro colores, y esas tapas satinadas que enloquecen las yemas de los dedos, acariciando, en este caso, a los cinco amigos vagos, que ocupan toda la cubierta, parados ante la cámara en fila, posando sobre montoncitos de arena y con baldecitos y mallitas (de la arena venimos y a la arena vamos). Con fresca alegría y matracas en mano, miran la cámara bajo el lema Onda vaga. Música para ser feliz.
La felicidad festiva: discutimos con este modelo porque se parece a lo que queremos. Hay cosas que parecen lo mismo pero no son lo mismo; y son peligrosas en tanto imágenes de lo común.
¡La felicidad! Pero no así directo, tan resuelta; no tan ya-felices. Porque suprime la experiencia de habitar la pregunta por la felicidad; y te ofrece la aplastante evidencia de su respuesta. “Estamos en la vida para las cosas buenas”, es la cita que titula la entrevista al vago artista del verano. No bajonearse al pedo. Vamos a disfrutar. Casi que quien no es feliz es un gil: “Podés salir al jardín a cosechar lo bello, podés salir también a correr, a disfrutar, no hace falta estar metido dentro de una nube gris y lleno de mierda cuando la decisión está en vos e irte; en vez de hacerte una choza en una villa miseria, te podés ir a hacer la misma choza en el medio del campo”, dice el vago Marcelo Blanco en otra nota, la de tapa del suplemento No! de fines de 2010 (hecha por Julia González).


Amar intuiciones
A la felicidad no se le puede discutir, se dice; el que es feliz tiene razón, hay otras cosas para criticar antes que un divertimento, etcétera. Pero hay felicidades que dan tristeza; y los modelos de felicidad son zona de pelea.
El campo de batalla de las formas de vida muestra una hegemonía palmaria de esta felicidad desproblematizante. Una fiesta que encarrila. Una fiesta en el paisaje del consumo. Bicentenario como gran fiesta-show del relato nacional; el record de Roger Waters para jolgorio tecnológico-moral; Tecnópolis y la fiesta del desarrollo patrio; pero también el consumo progre de yoga y flores de exquisito autocultivo. La lógica de la vacación permanente, que siempre va a necesitar algún padre cuando pase algo bravo.
El bienestar permanente y pregonado es sórdido. Porque el relajo constante y la pose descontracturada son una ostentación de clase. La fiesta con fondo de consumo, que ofrece un modo de vida hecho, sin ignorancias, el hippismo cool donde sobre todo no hay que hacerse problema, deben ser discutidos en nombre de una felicidad que empiece por la propia fuerza. Y no hay fuerza si no se tensa nada. Imágenes de alegría que no menosprecien al dolor; bienestar que no necesite desvalorizar los problemas; ni andar chillando de satisfacción, porque la buena felicidad no se nota…
Vivimos el chillido del consenso fáctico, una fiesta cuyo modo de participar es la adhesión. Para criticarla no hace falta señalar una alternativa. Porque si bien la política –ese campo reglado- es juego de posiciones, lo político es una frecuencia donde hay potencia en la disposición. Una disposición desconfiada de lo que huele mal (tan dulce que empalaga), y fiel a sus intuiciones que no se dejan fotografiar. Al fin y al cabo, poco ha acaecido históricamente festejable sin gentes atrevidas a amar lo que no hay, amar intuiciones.