Tras la enorme marcha y batalla en el Congreso:
El campo de batallas -muy en plural- da lugar a la mañana siguiente
a una prolongada lluvia en la ciudad de los Monstruos. Durante horas
cae elocuente el “sshhh!!” del cielo al Homo bobiens de estas
pampas. De vuelta pues cada uno en su casa, o casado con su
pantallita en el laburo o la calle o el bondi; ese recorte hace una
realidad autogestionada, con una administración táctil del propio
estrés, de la desazón que, con suerte, no llega a ser. El lunes el
celular fue medio de encuentros y tráfico de informaciones; el
martes vuelve a ser la luz individual que no te abandona. Todo sigue
como si nada pero sin embargo.
La gigantesca maquinaria de la proximidad mediática opera sus
choricitos: la opinión es un subproducto de la distancia con las
cosas. Y las cosas cansan. Agotan, extrañan. Basta de cosas.
Suficiente con lo inevitable; la intimidad inevitable con las cosas
es suficiente... La proximidad mediática es una salida perfecta: ni
localía a fondo (esto ahora acá es el centro del mundo), ni
aventura en el mundo. Ni poesía ni política.
La maquinaria de la proximidad mediática rompe el continuo orgánico,
inherente a las cosas, pero lo sustituye con la exhaustividad de los
instantes. Por eso es la gran fuente contemporánea de las
percepciones elaboradas con puros efectos sin premisas: “un grupo
fue preparado para tirar piedras”. Mataron dos pibes en el sur,
hubo represión todo el año y cacería humana el jueves. ¿Marchamos
en bolas? Por lo demás, como resumió McLuhan, “la indignación
moral es la estrategia tipo para dotar al idiota de dignidad”.
Citar a un gran pensador de la técnica y la comunicación señala,
también, la solidaridad del fetichismo tecnicista entre el
telefanático y el agente robocopizado; uno goza con el control
remoto y el click, el otro con el aerosolito, la moto y, también, su
poderoso click.
Era bastante obvio que la aprobarían la ley garca; y no obstante
fuimos una descomunal marea humana, por la tarde en el Congreso.
Pocas veces, del 83 para acá, se vio represión a una multitud tan
grande; no se podía ni correr. El caldo de odio, que constituye la
mayor parte del consenso macrista, tiene declarado ni olvido ni
perdón a todo ansia igualitarista.
Los Monstruos aparecen solo cuando el orden mediatizado de la ciudad
-toda la vida convertida en medio para el rendimiento, toda la
materia subsumida al helado saber de la Gestión-, solo se muestran
cuando la normalidad de la consecución de instantes se ve
suspendida, por la irrupción de una multitud que se opone a algo
concreto sin tener exactamente definido su objetivo: sabíamos que la
ley se aprobaría casi seguro, e igual estábamos ahí. La represión
declaró de hecho Estado de Sitio, y la reacción nocturna popular lo
des-realizó. Nadie sabía que seríamos tantos, ni que el Terror
convocaría más movilización.
¿Por qué no dejan ocupar la plaza, en manifestación democrática?
Esa obstrucción inicia la fase callejera de la violencia. Las
fuerzas de seguridad -¿quién te usa, milico?- son ahí los cuerpos
que prolongan la violencia político-económica. Marcos “Roger”
Peña aludió a los recuerdos del 2001, para justificar la distancia
del vallado. Aquel 19 de diciembre, el Congreso fue invadido, incluso
prendido fuego y saqueado, en una pequeña parte. Si el Gobierno
quiso detener a Hebe de Bonafini, si reprimió en la marcha Ni Una
menos en marzo, a los docentes en Congreso, a los trabajadores de la
economía informal en la 9 de Julio, a los de Pepsico, si asesinó
cobardemente a Santiago Maldonado y a Rafael Nahuel, si ahora agita
este diciembre, es porque quiere convocar lo que hay de vivo de toda
la memoria de las protestas sociales de la Argentina contemporánea,
para liquidarlo. Juegan con fuego y cuando el fuego crezca, muchos
queremos estar ahí.
Pero nosotros también jugamos con fuego: el aliento del recuerdo de
la revuelta, de la potencia de un nosotros enorme, abierto, potente
precisamente porque no sabe lo que quiere más allá de juntarse (por
eso abre zonas de creación), de afirmarse en sus intolerancias, que
no precisa ofrecer alternativas programáticas y puede así variar el
curso de la historia -incluso, puede suspender la historia y permitir
que se muestren los Monstruos, que, también, todos llevamos
dentro...- El aliento de la revuelta, digo, debe incluir el recuerdo
de sus dolores. Fueron ¿33?, los hermanos muertos el 20 de diciembre
de dieciséis años atrás: de ellos casi nadie se acuerda. Sí de
Maxi y Darío, porque su vil asesinato insufló de tanto dolor al
movimiento popular, que quedó disponible para que vengan un Jefe y/o
una Jefa.
Está llena de muerte la ciudad: llena de vida también. De jueves a
martes tuvimos una, dos, tres movilizaciones multitudinarias,
insoslayables, muy lejos de ser acaparadas por el “vamos a volver”:
pasos de un cuerpo colectivo nuevo, animado por el aliento de su
historia. Nuestra tarea es que en este día y cada día quede claro
que el orden de la Realidad está del lado de la muerte. Que es
preciso una y otra vez revivir: nada es verdad, todo está permitido.