Saturday, February 29, 2020

Yo te creo, máquina




1. La verdad, no sé si tener miedo o no. Creo que el temor sosiega, paradójicamente: da una certidumbre, algo definido sucede, se circunscribe una fuente puntual de opresión a la que atribuirle el malestar que, de común, asedia difuso pero aplastante en la ciudad de la imagen. El miedo puede ser un modo de ordenar el mundo. En fin: creo que alguna vez tiene que pasar y el coronavirus, finalmente, librará de nuestra especie a la faz de la tierra. Creo que es un tipo de gripe y mata gente, más que nada adultos mayores, como también lo hace cada año la gripe común, pero sirve de alimento para la adhesión automática a todo miedo circulante, propia de la fragilidad anímica del reino mercantil, que es por un lado tan buen negocio para los medios de comunicación y, por otro, tan buena excusa para aumentar el arbitrio de los controles gubernamentales. Creo que es un virus introducido en China por los yankis para hacerle un agujero a su amenaza principal. Creo en todas las versiones; creo que todas tienen verdad.

2. El otro día se murió un terraplanero. Cayose de un cohete casero, que armó para demostrar su visión del mundo, según contó la noticia. El tipo -lo adiviné californiano apenas escuché la historia- dio la vida por lo que creía, puede decirse. Aunque es una creencia reactiva, efecto de un radical no-creer en “lo que nos dicen”.
Escépticos nos decían a los criados en la década del 90: tras la denominada caída de los grandes relatos, el escepticismo, no creer en nada, era el ánimo general. Sospecho que el escepticismo se ha diagnosticado en muchas épocas; creo recordar por ejemplo que Sartre lo señalaba en la posguerra. Quizá creer -dar crédito a la existencia de algo- es en el fondo una pulsión fisiológica. El mundo nos excede e incluso lo que conocemos apenas, lo que casi no conocemos, tiene nombre para nosotros, y en el nombre hay ya una idea, un relato, un crédito que damos. Creo que entonces lo que lo que hay son diversos regímenes y modos de la creencia, de aquello que llamamos creer, que, cuando varían, los formados en un régimen viejo no ven sino falta de creencias. En el capitalismo de los flujos -o capitalismo celular-, también las creencias se fluidifican y celularizan; en la mediósfera conectiva en que vivimos, se cree cualquier cosa precisamente porque a la vez no se cree nada. Dado que no se puede creer en nada, es imprescindible creer en algo.

3. Dice Peter Sloterdijk que la función de los medios de comunicación en las sociedades contemporáneas es excitar al colectivo social en cuanto tal, produciendo una inquietud común. Los medios reproducen el lazo social mediante el estrés. O sea que el metralleo sin descanso de crispación mediática no produce simplemente solo anomia y desintegración; esta excitación nerviosa, este odio, este pánico latente, este padecimiento insomne es el pegamento que liga al cuerpo social celularizado.
Cuanto más nervios produzca una noticia, entonces, más creencia obtiene en el régimen de creencia mediático.
Este video, por ejemplo, no creo que sea verdadero; dicen que es una simulación. Yo creo en todo, como decía. En el sentido de que, al revés de lo que decía Guy Debord (¡pero sin negarlo!), lo falso es un momento de lo verdadero. Si el video es una simulación, es concebible, imaginable, verosímil, es verdadero en tanto que simulación; es una simulación verdadera. Creo que hay que creer en todo, incluso por supuesto en muchas cosas contrapuestas, pero creyendo, sobre todo, que todo no es todo. Todo no es todo; el parámetro para valorar una creencia, un régimen de la creencia, es cuán activos -creadores- o nos deja, o simples deglutidores repitentes.

Agustín J. Valle 


Monday, February 10, 2020

El descanso como objetivo ordenador

¿Y si dormir es lo más importante? No descansar como medio para poder producir o realizar otras actividades, sino dormir, con su intensa productividad onírica por supuesto, como objetivo de la vida más preciado. Nada sencillo objetivo por otra parte; escuché poca gente, en los últimos años, decir que duerme bárbaro en general. Ah, qué maravilloso ese momento en que logramos sentir que se baja en nosotros la guardia, la vigilancia, y vamos entrando en otro estado, el sueño, regido por algo nuestro que no es yo. Raramente percibimos el momento en que estamos durmiéndonos; como si no fuéramos nosotros los que nos dormimos como acto, sino algo que nos pasa.
El descanso reparatorio es necesario para poder hacer bien las cosas: tal el sentido común históricamente dominante. Algunos se rebelan contra el sueño como necesidad, chillando que dormirán cuando estén muertos y demás -el capitalismo mediático-farmacológico va en esa dirección-. Pero es contra la mediatización del descanso -su concepción como medio para otra cosa- que conviene rebelarse. El sueño, el descanso, perfectamente pueden concebirse como un delicadísimo objetivo, aspiración y deseo máximo. Y esto resulta un ordenador de la vida, porque es preciso cultivar el buen sueño, elaborarlo. Es necesario cansarse, y bien cansarse, para producir el buen descanso. No es que, por ejemplo, si le dedicáramos todo el tiempo a estar en la cama, obtendríamos un descanso estupendo. No no. Podemos estropear nuestro sueño por exceso de quietud y de desidia, así como por exceso de actividades y esfuerzos. Ojalá pudiéramos regular nuestros esfuerzos y haceres vigílicos en función de llegar al lecho con la cantidad y calidad de cansancio justos para el frágil y sublime placer del buen descanso.