¿Y
si dormir es lo más importante? No descansar como medio para poder
producir o realizar otras actividades, sino dormir, con su intensa
productividad onírica por supuesto, como objetivo de la vida más
preciado. Nada sencillo objetivo por otra parte; escuché poca gente,
en los últimos años, decir que duerme bárbaro en general. Ah, qué
maravilloso ese momento en que logramos sentir que se baja en
nosotros la guardia, la vigilancia, y vamos entrando en otro estado,
el sueño, regido por algo nuestro que no es yo. Raramente percibimos
el momento en que estamos durmiéndonos; como si no fuéramos
nosotros los que nos dormimos como acto, sino algo que nos pasa.
El
descanso reparatorio es necesario para poder hacer bien las cosas:
tal el sentido común históricamente dominante. Algunos se rebelan
contra el sueño como necesidad,
chillando que dormirán cuando estén muertos y demás -el
capitalismo mediático-farmacológico va en esa dirección-. Pero es
contra la mediatización del descanso -su concepción como medio
para otra cosa- que conviene
rebelarse. El sueño,
el descanso, perfectamente pueden concebirse como un delicadísimo
objetivo, aspiración y deseo máximo. Y esto resulta un ordenador de
la vida, porque es preciso cultivar el buen sueño, elaborarlo.
Es necesario cansarse, y bien cansarse, para producir el buen
descanso. No es que, por ejemplo, si le dedicáramos todo el
tiempo a estar en la cama, obtendríamos un descanso estupendo. No
no. Podemos estropear nuestro sueño por exceso de quietud y de
desidia, así como por exceso de actividades y esfuerzos. Ojalá
pudiéramos regular nuestros esfuerzos y haceres vigílicos en
función de llegar al lecho con la cantidad y calidad de cansancio
justos para el frágil y sublime placer del buen descanso.