Quien pierde su agenda sufre como loco: pierde un mapa de su vida en el mundo, un mapa del mundo de su vida. ¡Cómo se agitan esos desdichados! Especialmente los adultos, es decir las personas independientes, justamente porque esa falta delata la interdependencia. Los unos y los otros constituyéndose mutuamente: las agendas son artefactos de lazo, de registro y organización de puntos del caos.
Junto al nombre y datos de cómo hallar una persona, en algunos casos se agrega una muy breve descripción identificatoria: “Ernesto Tames (plomero)”, “Claudia (amiga de Cuchu)”, cosas así, mínimas definiciones de quién es quién. El ingreso de un desconocido a mi agenda (o sea su acceso al campo de los conocidos) tiene un bautismo: establecer, en dos palabras entre paréntesis, cuál de sus acciones en el mundo lo hacen parte de mi mundo.
Entonces la agenda no sólo registra ciertos puntos de la dispersión social sino que decide cuál rasgo o práctica de su existencia es la primordial. El paréntesis designa identidad. En esas dos palabras se condensa y revela la construcción del mundo del dueño de la agenda. (Hay, por ejemplo, agendas que a cada persona le suponen un teléfono de “oficina”, con espacio para aclarar a qué “empresa” pertenece; los puntos sociales existen en tanto agentes de una organización empresarial. En esas agendas, el criterio de definición funcional de las personas está preestablecido y no liberado al escritor -¿o acaso hay agenda sin escritura?)
Cada rotulado seguramente se reconocerá en la definición que le guardan las agenda ajenas, pero objetando que quedan cosas fuera, que él además de técnico de computadoras es padre ejemplar, mago en potencia y mucho más. Lo que cada uno piensa de sí: con eso los paréntesis definitorios no tienen piedad.
El mundo humano podría ser relatado presentando a las personas sólo como figuran en las agendas de los otros. Un personaje es exclusivamente novio de Cinthya, otro ni más ni menos que vendedor de cocaína, otro el ciruja de Melián y Congreso. La trama social según el modo en que cada quien funciona para los otros, suprimiendo toda autoconciencia. Mientras, la conciencia puede jugar a imaginar el contenido de los paréntesis donde uno existe, limitado pero confirmado, más allá de uno.
3 comments:
Reitero lo del otro día, es curioso cómo hay gente que sirve sólo de lazo con otras personas. Juana (novia de Pedro), sólo existe para mí en el momento en que en el único lugar en que puedo encontrar a Pedro, es en el teléfono de Juana. No tiene existencia propia, sino que es una extensión de Pedro, un alargue para enchufar el vínculo. Otra cosa para destacar es cómo una vez que uno pierde relación con alguién, a la vez pierde la relación con la gente de su entorno. Al romperse el lazo concomitante, se hace casi imposible proseguir con las relaciones allende el lazo. Así es como a veces perdemos gente valiosa, por una cuestión de prioridades afectivas.
Si, hay minas que tras una decada de viudez siguen usando su apellido de casadas. Un hueco -una muerte- sigue proveyendolas de existencia social.
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