Una de las críticas contra Lost que escuché repetidamente apunta a la decepción futura: “están todos enganchados como giles y dentro de tres años capaz el final es malísimo y se comen un garrón de novela”.
En esa crítica se esconde Lucifer. Porque en la idea de que un final “malo” anula retroactivamente el valor de todo el enganche, anida una concepción respecto del sentido de la experiencia, para la cual el presente no tiene valor sino como plataforma hacia el mañana. El goce actual sólo es real si se confirma (realiza) al final del camino.
Es la moral cristiana del sacrificio –moral compartida por la militancia partidista de izquierda- donde cada paso se piensa únicamente en función del objetivo final; nunca estamos donde estamos.
¿Y si pensamos en un camino que no tiene un tesoro esperándonos al final sino árboles con frutas todo a lo largo, en los costados? El camino es el tesoro. Lost presenta una ética: el imperio de lo actual.
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