¡Pum!, y al primer sopapo ya estás adentro. La voz de Oyola narra su historia desde el interior de tus propios huesos. Empieza en el túnel en construcción del tramo a Plaza Italia de la línea D, año 1939; en un confuso episodio, dos cirujas –perdón: reivindicados atorrantes- se topan con “una oscuridad que puede adoptar una forma definida”: uno es asesinado, al ir a mear, violenta y misteriosamente. “Fue la noche... La noche me respiró en la cara”, llegó a decirle a su amigo, el Tres, quien protagonizará una trama vivísima -con varios muertos más- que, con textura de película, es un policial de aventuras con escenas de western, elementos fantásticos y la urgencia del terror, tramado en una rigurosa novela histórica.
Oyola fluye por un túnel narrativo que late con matices y colores, gemas como un gato “esquizofrénico” (como dice Laiseca en la contratapa) que defiende a su humano sólo para comerlo cuando muera; o digresiones que nos trasladan, con la naturalidad de desplazamiento de un vals, al desierto mexicano, bajo cuyo sol calcinante el propio Diablo recibe la furiosa descarga del Winchester de un cura enloquecido. Hay tramos oníricos muy bien plantados que, además, ordenan la conducta de los personajes, y muchísimo diálogo, arte que Oyola (finalista del premio Clarín con Siete y el tigre harapiento; premio Hammet al mejor policial negro de 2007 por Chamamé) maneja con especial soltura. De hecho el registro base del narrador es oral, bien de un tipo que está contando algo (“la historia que este viejo loco les va a contar...”). Imposible eludir, aquí, la experiencia del autor como narrador en vivo, forjada sobre todo con su banda literario-rockera, El Quinteto de la Muerte, de la que también diseña los flyers de invitación. Su lucidez gráfica juega, también, en cómo escribe: arma páginas con frases que aunque consecutivas por su contenido van separadas con punto y aparte, apostando por el impacto visual del espacio blanco. Así el relato adopta ritmo musical y uno siente la velocidad a la que mueve la mirada para leer a ver qué sigue, para seguirle paso al Tres en su cruzada justiciera.
Tiene de aliado un joven ingeniero defensor de los intereses proletarios frente a la empresa constructora de subtes que es inglesa, canalla y matona. Hay en la novela un clasismo (pre peronista) de frescura inhabitual. Pero aún más allá hay un cuestionamiento del sentido del dinero: el protagonista, zumum de la precariedad material, es nieto del Mr. Torrent inventor de los caños fluviales homónimos (que al ser frecuentemente usados como cobijo nocturno originaron el verbo lunfardo sinónimo de dormir), y se insinúa que, con padre aún millonario, el Tres optó por la vida callejera, rechazando lo que normalmente hay que desear. Es un personaje ambivalente, despojado pero ducho en jazz, de a ratos orgulloso de sí mismo y de a ratos convencido de que siempre fue un boludo, y esa fragilidad estructural es enriquecedora porque le cabe una gran cantidad de acontecimientos. Osvaldo Soriano, King Kong, los Rolling Stones y Edgar Poe aparecen más o menos linkeados. Bajo el mando de un tono profundamente local, Oyola baraja materiales de procedencia diversa con una enorme conciencia del lector: nunca, nunca te suelta.
Oyola fluye por un túnel narrativo que late con matices y colores, gemas como un gato “esquizofrénico” (como dice Laiseca en la contratapa) que defiende a su humano sólo para comerlo cuando muera; o digresiones que nos trasladan, con la naturalidad de desplazamiento de un vals, al desierto mexicano, bajo cuyo sol calcinante el propio Diablo recibe la furiosa descarga del Winchester de un cura enloquecido. Hay tramos oníricos muy bien plantados que, además, ordenan la conducta de los personajes, y muchísimo diálogo, arte que Oyola (finalista del premio Clarín con Siete y el tigre harapiento; premio Hammet al mejor policial negro de 2007 por Chamamé) maneja con especial soltura. De hecho el registro base del narrador es oral, bien de un tipo que está contando algo (“la historia que este viejo loco les va a contar...”). Imposible eludir, aquí, la experiencia del autor como narrador en vivo, forjada sobre todo con su banda literario-rockera, El Quinteto de la Muerte, de la que también diseña los flyers de invitación. Su lucidez gráfica juega, también, en cómo escribe: arma páginas con frases que aunque consecutivas por su contenido van separadas con punto y aparte, apostando por el impacto visual del espacio blanco. Así el relato adopta ritmo musical y uno siente la velocidad a la que mueve la mirada para leer a ver qué sigue, para seguirle paso al Tres en su cruzada justiciera.
Tiene de aliado un joven ingeniero defensor de los intereses proletarios frente a la empresa constructora de subtes que es inglesa, canalla y matona. Hay en la novela un clasismo (pre peronista) de frescura inhabitual. Pero aún más allá hay un cuestionamiento del sentido del dinero: el protagonista, zumum de la precariedad material, es nieto del Mr. Torrent inventor de los caños fluviales homónimos (que al ser frecuentemente usados como cobijo nocturno originaron el verbo lunfardo sinónimo de dormir), y se insinúa que, con padre aún millonario, el Tres optó por la vida callejera, rechazando lo que normalmente hay que desear. Es un personaje ambivalente, despojado pero ducho en jazz, de a ratos orgulloso de sí mismo y de a ratos convencido de que siempre fue un boludo, y esa fragilidad estructural es enriquecedora porque le cabe una gran cantidad de acontecimientos. Osvaldo Soriano, King Kong, los Rolling Stones y Edgar Poe aparecen más o menos linkeados. Bajo el mando de un tono profundamente local, Oyola baraja materiales de procedencia diversa con una enorme conciencia del lector: nunca, nunca te suelta.
Publicado en Rolling Stone de Noviembre