Bizarra tragedia argentina, gracias a Dios…
Colosal e hilarante libro de la obra de teatro homónima, sus quinientas páginas nunca se hacen pesadas, al contrario, logra el enganche de la telenovela –género que toma, tritura y recién ahí copia con una libertad desaforada y delirante. La trama de este culebrón sobre las clases sociales es un tejido de accidentes y peripecias, divertidísimo y ligero pero no light porque el texto trabaja en muchos planos (de dimensión de la experiencia, de referencias culturales, de sentido y de lenguaje) a la vez, como si Spregelburd hubiera encontrado y puesto a trabajar, con una velocidad de mil megas, los sobreentendidos no dichos de su época. Situada en la crisis de 2001, esta obra, que es como una eyaculación imaginativa continua de meses, muestra que la catástrofe también puede conducir a potencia y a indeterminación creativa.
Resulta que la rubia de Abba de pronto recupera la memoria, es argentina y decide buscar a las dos mellizas que abandonó porque nacieron una noche de eclipse solar. Con un tono de trapisondas (como una Conjura de los necios descontrolada), el relato está repleto de personajes y acontecimientos dementes pero acaso verosímiles en la Argentina inmediatamente post-menemista donde cualquier cosa se cruza con cualquier cosa, todo es cotidianamente amenazado de reestructuración y son excepcionales otras reglas y valores que los monetarios.
Un poderoso empresario de la carne, por ejemplo, de noche es el Señor del Dans (quiere coreografiar un libro de Bucay) y se enamora de un agente del Mossad travestido; un obrero bolchevista full time arma pareja con una artista conceptual, y una marchand de arte, gozosa y de ingenio sin escrúpulos, con un ex taxista sumido en los mares de la depresión; unas monjas, ansiosas de un advenimiento de Satán que las haga útiles, se alían con una manzanera en una villa de Merlo; un comisario desesperado por conseguir más de un perfume hecho por una chica sin sentido del olfato, cuyo ingrediente secreto es un porro palestino que produce “un estado místico-enzimático” inigualable.
Con algo de una Esperando la carroza laisequiana, es una de esas obras que hacen sentir la certeza de que existe un modo de ser propiamente argentino, lo argentino -sin rasgar, claro está, su condición indefinible.
Las dos mascaritas, tragedia y comedia, recorren Bizarra de punta a punta: sufriendo la catástrofe argentina, Spregelburd creó con procedimientos netamente vitalistas y festivos, exuberantes. El dolor legitima la disposición a la carcajada. Y el humor en la escritura es una inocencia, fuente de desprejuicio y lucidez para captar el modo –tan extraño- en que son las cosas.
Resulta que la rubia de Abba de pronto recupera la memoria, es argentina y decide buscar a las dos mellizas que abandonó porque nacieron una noche de eclipse solar. Con un tono de trapisondas (como una Conjura de los necios descontrolada), el relato está repleto de personajes y acontecimientos dementes pero acaso verosímiles en la Argentina inmediatamente post-menemista donde cualquier cosa se cruza con cualquier cosa, todo es cotidianamente amenazado de reestructuración y son excepcionales otras reglas y valores que los monetarios.
Un poderoso empresario de la carne, por ejemplo, de noche es el Señor del Dans (quiere coreografiar un libro de Bucay) y se enamora de un agente del Mossad travestido; un obrero bolchevista full time arma pareja con una artista conceptual, y una marchand de arte, gozosa y de ingenio sin escrúpulos, con un ex taxista sumido en los mares de la depresión; unas monjas, ansiosas de un advenimiento de Satán que las haga útiles, se alían con una manzanera en una villa de Merlo; un comisario desesperado por conseguir más de un perfume hecho por una chica sin sentido del olfato, cuyo ingrediente secreto es un porro palestino que produce “un estado místico-enzimático” inigualable.
Con algo de una Esperando la carroza laisequiana, es una de esas obras que hacen sentir la certeza de que existe un modo de ser propiamente argentino, lo argentino -sin rasgar, claro está, su condición indefinible.
Las dos mascaritas, tragedia y comedia, recorren Bizarra de punta a punta: sufriendo la catástrofe argentina, Spregelburd creó con procedimientos netamente vitalistas y festivos, exuberantes. El dolor legitima la disposición a la carcajada. Y el humor en la escritura es una inocencia, fuente de desprejuicio y lucidez para captar el modo –tan extraño- en que son las cosas.
Publicado en Rolling Stone de abril 09