[Articulo publicado en el segundo numero de la muy recomendable revista Crisis]
1- Gracias a Dios…
¿Dónde se juega la historia? El brote del cambio no siempre está allí donde sus efectos son más estridentes. Muchas veces lo que circula como visible está separado de su origen singular. Porque el monumento visibiliza -y vive de- lo que irrumpe como agite más que como discurso, como vitalidad no organizada según los códigos imperantes, y esa vitalidad histórica no tiene porqué indicar su proyección constructiva, su consecuencia institucional; agita con una frecuencia que abre posibles y planta intolerancias, como una negación que funda espacios de libertad sin necesidad de proponer alternativas globales.
Así las cosas, situar lo político no es sencillo; puede que la esfera destinada formalmente a tramitar la cosa pública no sea la que funda efectos políticos democratizantes, sino que las armas de insumisión y hambre sesudo de libertad vengan de otro lado. El denominado retorno de la política, entonces, merecería ser situado en su relación con las instancias de creación de posibles políticos. Como, por ejemplo, Patricio Rey: ese espectro pagano, ese tutor-excusa, ese tercero invisible pero común a todos los que estamos en su fiesta, que ya en los primeros años de la Dictadura protegía, en sus recitales, presencias de bronca jolgoriosa que querían “demostrar que hay vida antes de la muerte” (como decía el así llamado Mufercho, presentador entonces de la banda).
Esos espacios marginales –o mejor, excéntricos- contagian, contaminan, con su desesperada afirmación de autosuficiencia, vía vasos comunicantes complejos. Aún si pasan sin dejar monumentos, sino la apariencia-pendejada de que nada pasó, dejan la certeza, en los afectados, de que nunca nada podrá ser igual, en principio porque instalan un parámetro sensible y exigente para juzgar lo que advenga. Incluso si lo que adviene sí le hace un monumento a esa vitalidad, porque aquí, gracias a Dios, uno no cree en lo que oye. Es así nuestro Dios Patricio: gracias a él, no creemos.
2- Del 76 al 2001
La historia como banda activa de Patricio Rey fue de 1976 a 2001. Durante la dictadura tocaba en sucuchos, con monologuistas, performers varios y un obeso disfrazado de sultán que repartía bolitas de ricota, todo bañado por guitarra de Skay, hipnótica y frenética a la vez, y el inconfundible aullido-fricción de Solari. Con los Redondos se disuelve la oposición entre rock comprometido e intelectual y rock de joda: el rock ricotero es un pensamiento crítico que se baila.
El primer disco, Gulp!, fue grabado, distribuido y difundido en autogestión, como el resto de su trayectoria, sin empresas, sin sponsors, sin estructuras ajenas a la organicidad de su experiencia; esta fue de movida una de sus distinciones esenciales, que los inscribió fuera del “mercado” e hizo de su música algo más que música: el rock como expresión y sustento de otra concepción de la vida, de un mecanismo diferente de organización de las voluntades (Solari).
A Gulp! lo graban en el 84; en plena primavera democrática, abren diciendo “esta vez, por fin la prisión te va a gustar”. Desde su antro sucio y dionisíaco le gritan al encierro del espectáculo (aún el de la democracia). Eso es obvio en 1988 con Un baión para el ojo idiota, pero ya antes, en 1985, ese carnaval nocturno de intensidades, culto difundido de boca en boca, nombra su segundo disco con un saludo a la dicotomía política fundamental del siglo XX, Oktubre. No es nostalgia de la revolución perdida, no es un mero repliegue del proyecto emancipatorio en el arte. Porque se aprendió de las derrotas. El cambio no nacerá de una ocupación del Kremlin o la Casa Blanca; empieza por lo que hacés de la noche a la mañana, decía Solari, y cantaba –como si todo el tiempo y el espacio tensara su voz aquí y ahora- que un sueño acabó, ya te dijeron, pero no que todos los sueñitos… (Pura suerte).
Los Redondos condensaban la épica de las luchas contra la injusticia, el ímpetu de cambiar el mundo, con el vértigo sensual de cambiar la vida ya, sin necesitar convencer a nadie, sin conquistar voluntades; la libertad empieza hoy, porque si la emancipación es habitar la desigualdad desde la lógica de la igualdad (Ranciere), no se trata de sacrificarnos por un mañana sino de alterar la manera de estar donde estamos. Por eso ese disco, Oktubre, además de la tapa que pareciera reunir a Berni con Eisenstein en una noche de dark post-punk; además de la catedral platense en llamas, trae otro dibujo, uno de los que más alcance tuvo de la profusa iconografía visual que Rocambole (Ricardo Cohen, reciente Director de Arte de la UNLP) vertió vía Patricio Rey a la imaginería popular: el esclavo rompiendo su cadena. Esa figura demacrada que revolea con furia su cadena recién rota, la muñeca aún lastimada: la propia cadena, apenas suelta, se torna bandera de festejo de la liberación.
Ese es el esquema ricotero que hace que su obra –más allá de análisis y valoraciones-, música, letras e imágenes, atraviesen la cultura infundiendo en quienes se la apropian un inequívoco sentimiento de libertad: el esquema que va del malestar a la rabia, y de la rabia, por su propia fuerza de afirmación rabiosa, al festejo. Es fuerza, no poder. Así, los Redondos ofrecen una fuga del mundo que a su vez lo trastoca, porque ese “sentimiento” es una alteración de los valores. Es un raje (está llena de anuncios de raje, la lírica), pero el agujero de su salida ejerce un fuerza gravitatoria que obliga al entorno a posicionarse en torno a sí; una afirmación autónoma que instala ella misma los parámetros para valuarla. Un escape vanguardista.
Hoy, esa salida autónoma es la más insistente cortina musical de 6-7-8, o más que cortina, bandera, yo quiero verlas…
3 – Tandil, los redondos al poder
El del trece de noviembre en el hipódromo de Tandil fue el recital pago más concurrido de la historia argentina; ochenta mil personas dijo Solari desde el escenario; los tandilenses decían ciento veinte mil, misma cantidad que su población estable. Tandil vivió la fiesta de alojar algo que la excediera, esa marea virtual que, al corporizarse, desborda cualquier continente; miles y miles y miles de nómadas ocasionales, para los que no había nafta ni cerveza fría ni baños ni cigarrillos suficientes; millares de cuerpos que cubren calles y avenidas, convertidas en escaparate de banderas con nombres barriales y dibujos y frases tomados de Rocambole y el Indio. La gran tribu cubre la ciudad y espera cantando en su fiesta atávica; era llegar a Tandil y encontrar otro planeta que de pronto se expresa diciendo que está en este.
Esa marea ya no se desborda a sí misma como pasaba en los noventa. No deviene tierra de nadie; permanece tierra de todos. No se ve pungueo, arrebato ni saqueo, no se ven sí o sí peleas sangrientas ni avalanchas provocadas para entrar sin ticket, no se ve a la montada repartiendo palos al galope ni a los patrulleros rasando con descargas de balas de goma. De aquella crispación policial, hay que decirlo, puede haber cierta nostalgia, puesto que, en tanto reacción represiva, denotaba la virulenta fuerza de la marea en su regulación autónoma; es una memoria que puede contraponerse como recuerdo de intensidad ante la paz hoy reinante. Pero al final de la velada, después de horas aunados en masa fluida que grita, salta y baila, todos nos vamos felices y orgullosos de no haber perdido otro Rubén Carballo, otro Walter Bulacio, otro pibe a manos del poder de daño institucionalizado.
Es que los tiempos han cambiado. Por un lado, el dolor de Cromañón instaló una prudencia en los encuentros rockeros (sobre todo en los convocados por Solari, cuya única y fija bajada de línea desde el escenario siempre fue cuidensé). Pero específicamente la congregación ricotera, ya no se muestra erizada hacia el entorno –la versión dominante de lo público- como en los noventa, ya no se constituye en un radical a pesar del entorno; no se canta, por ejemplo, contra el gobierno, como se cantaba raudamente contra Menem, y apenas contra la policía. De los dos componentes principales de su pasión, ahora el festejo prevalece por sobre la bronca. La resistencia ricotera aguantó, las pasó duras –de hecho la banda no aguantó-, y hoy el entorno se le presenta menos hostil: no hay intendentes que suspendan shows, la policía no demuestra concebirla como enemigo directo, pero más aún, el ricoterismo parece haber devenido cultura oficial. No sólo banda sonora de la emocionalidad seisieteochista, sino fuente de consignas para La Cámpora (convocan a actos con la frase este asunto está ahora y para siempre en tus manos, nene), ¡parece que los ricoteros llegamos al poder!, y agradecemos al bramoso Aníbal Fernández por colgar en su blog los mapas para llegar a Tandil.
El análisis de la relación entre cultura redonda y oficialidad kirchnerista puede dejar de lado Las condolencias que, según el jefe de Gabinete, el Indio le mandó para Cristina (Si es posible y cuando lo creas oportuno, hacele llegar a la Presidenta el mínimo significado de nuestra sincera tristeza. Indio y familia). Porque el Indio no es tanto el líder, como el emergente del ricoterismo. La marea tiene su propia voluntad. Allí estaban, en Tandil, los militantes de La Cámpora tratando de ejercer la operación peronista de apoyar lo que se mueve para gobernar(lo) -la clase trabajadora en los cuarenta, los neoliberales en los noventa, los movimientos sociales y de derechos humanos post 2001-. Desplegaron una gran bandera y cantaban “soy ricotero, nacional y popular”, pero nadie se sumaba, y mucho menos con “soy argentino, soldado del pingüino”, pero sí se plegaba la masa (ellos no ven marea viscosa, ven masa trabajable) cuando iniciaban cantos netamente ricoteros.
Porque los cantos eran ricoteros, y ahí se ve cuánto el Indio –que facturó neto 9.600.000 pesos según la afluencia que él declaró- no es estrictamente líder: él y los Fundamentalistas del aire acondicionado mantuvieron la euforia escénica ante un público que alentaba un ay otra vez a Patricio Rey y sus redonditos de ricota como diciendo somos receptores pero nosotros decidimos el sentido de lo que nos estás dando. La hinchada repetía una y otra vez pocos cánticos; pero su devoción redonda no es una repetición sino una insistencia: aún frente a nuevas condiciones, se mantiene el enunciado –vamos los Redondos. Porque los Redondos no dejan de ser un ente abierto que incluye a quien lo grita. “Indio” no es un sujeto colectivo; sólo los redó designan en común a artista y público: no que sean iguales, sino que valen porque participan de lo mismo.
4- Legitimidad redonda
No es sólo por ese vínculo de consustancialidad entre emergente y público que el kirchnerismo busca arroparse con el sonido y la liturgia ricotera. No: a través de los Redondos, el kirchnerismo busca llevar a fondo su identificación con el estallido de 2001, sus efectos y su historia, la legitimidad dosmilunera (la paradoja de gobernar heredando el que se vayan todos, acaso superada en la plaza del luto).
Porque si los Redondos tuvieron efectos en lo público hay que buscarlos no sólo en el corpus musical ulterior, sino allí: en la revuelta de 19 y 20 de diciembre de 2001.
Habían sido entrenadas en la experiencia ricotera, por un lado, las formas de ocupación del territorio urbano del 19 y 20. Los saqueos eran frecuentes en los recitales de PR en los noventa, y, especialmente, el enfrentamiento con las fuerzas de seguridad en el centro (policía y privados, robocops sin ley), como puja callejera era menos propia de los saberes setentistas (aparato contra aparato) que de la experiencia de choque reiterado de las bandas ricoteras con la cana; sabíamos correr, aguantar, avanzar, seguir liderazgos variables, cuidarnos, no dejar tirados, llorar muertos… De hecho, una de las poquísimas veces que en la década del 90 las fuerzas de represión estatales tuvieron que darse orden de repliegue, fue en el recital de PR en Villa María, Córdoba, en mayo de 1998 (informó Clarín).
Además de la inteligencia material de la revuelta, también contribuyó al caldo dosmilunista cierta sensibilidad ricotera: la desconfianza ante el poder -mercantil y estatal-, el autonomismo autogestivo, y –cierto- rechazo al craso imperio de la nueva Roma.
Junto a los escarches de HIJOS, a las puebladas y cortes de ruta en el interior, los MTD’s en el conurbano, ese saber y esa sensibilidad ricotera fueron ingredientes esenciales de las representaciones de resistencia disponibles para la olla que estalló en 2001, y, aunque se quiera acusar como móvil del estallido al corralito, esos elementos fueron condición de posibilidad, cauce de existencia de ese grito que, sin organizar una configuración posterior, sacudió el tablero y dispuso nuevas exigencias y condiciones: esas condiciones en cuya fina lectura consistió el principal mérito del triunfalmente muerto jefe del peronismo, Néstor Kirchner (los pingüinos nunca caen para atrás).
Ahora bien, un punto adicional que merecería más pensamiento: si en 2001 termina la post-dictadura, en tanto lo que en ella era marginal pasa a ejercer poder de determinación central, gobernar legitimándose con la agenda progresista de la post-dictadura, ¿es progresismo combativo o cinismo que hace de un piso techo?
5- Con tanto humo el bello fiero fuego no se ve
Es ambiguo: nos alegramos de que lleguen al gobierno estéticas y retóricas y puntos de agenda que sostuvimos como resistencia muchos años. Al fin y al cabo la otra gran apropiación resignificante de 2001 fue el caceroleo propietarista de barrio norte y los piquetes de la abundancia. Pero al mismo tiempo, nuestro amo juega al esclavo y adorna nuestra esclavitud, y en el extractivismo exportacionista, sojero y minero, Gobierno y capitales acuerdan, derrame más, derrame menos (por no hablar de la burocracia sindical y la red de intendentes -perros que no se contentan con los restos- que constituyen el primordial sostén estructural del Gobierno).
Lo que más aprendimos es que la fuga, el rechazo a la mesa servida y el sostenimiento de una voz propia –aún o especialmente si no significa nada y es sobre todo intensidad de enunciación-, tiene efectos mediatos. Podemos entonces casarnos con el proceso de su institucionalización –apoyado y gobernado hoy por el peronismo, que nunca se casó con nadie-, o decidir que ese grito no es todo el grito, y gastar la vida sosteniendo los rajes de las formas habidas, como tribus callejeras que escriben la pared y sostienen, difusa, quizá atolondrada pero intensamente, el ánimo de otra concepción de la convivencia, el nervio del futuro. Confianza en lo que vibra de otra manera; en los noventa era imprevisible que el aguante derrocaría un gobierno (y unas formas de gobernar: con represión a mano, con el Estado como puro botones del capital transnacional, etc). Hasta la corriente de conversaciones anti-neoliberales, en aquellos años menemistas, fueron un modo del aguante, y su incidencia histórica es inconmensurable, pájaros de la noche que oímos cantar pero no vemos…
Y ante la asociación entre la realeza multitudinaria de Patricio y el Gobierno, el pogo más grande del universo. Es una enseñanza antropológica, la del pogo: se asume que todos, cada uno, somos peligrosos (por eso nos cubrimos con los brazos, incluso al principio con los codos), pero se apuesta por la confianza, por festejar el peso de los semejantes, por compartir una violencia habitable y anti-anodina. La marea, como dijimos, es fluida y espesa, te lleva: no podés apropiarte de un lugar. Durante Ji-ji-ji, en la inminencia del estallido poguero se abren con mucha fuerza grandes huecos para que haya espacio para el baile de chocar, pero apenas arranca la euforia, esos huecos desaparecen porque sus bordes también poguean, se fluidifican; el enorme campo se alisa y todos circulamos en caos veloz decidido, potencialmente tocándonos todos con todos, cualquiera con cualquiera, marea de potencia que perdió la forma humana, una igualdad fáctica entre ochenta mil cuerpos como muy cada tanto presencia la historia.
1- Gracias a Dios…
¿Dónde se juega la historia? El brote del cambio no siempre está allí donde sus efectos son más estridentes. Muchas veces lo que circula como visible está separado de su origen singular. Porque el monumento visibiliza -y vive de- lo que irrumpe como agite más que como discurso, como vitalidad no organizada según los códigos imperantes, y esa vitalidad histórica no tiene porqué indicar su proyección constructiva, su consecuencia institucional; agita con una frecuencia que abre posibles y planta intolerancias, como una negación que funda espacios de libertad sin necesidad de proponer alternativas globales.
Así las cosas, situar lo político no es sencillo; puede que la esfera destinada formalmente a tramitar la cosa pública no sea la que funda efectos políticos democratizantes, sino que las armas de insumisión y hambre sesudo de libertad vengan de otro lado. El denominado retorno de la política, entonces, merecería ser situado en su relación con las instancias de creación de posibles políticos. Como, por ejemplo, Patricio Rey: ese espectro pagano, ese tutor-excusa, ese tercero invisible pero común a todos los que estamos en su fiesta, que ya en los primeros años de la Dictadura protegía, en sus recitales, presencias de bronca jolgoriosa que querían “demostrar que hay vida antes de la muerte” (como decía el así llamado Mufercho, presentador entonces de la banda).
Esos espacios marginales –o mejor, excéntricos- contagian, contaminan, con su desesperada afirmación de autosuficiencia, vía vasos comunicantes complejos. Aún si pasan sin dejar monumentos, sino la apariencia-pendejada de que nada pasó, dejan la certeza, en los afectados, de que nunca nada podrá ser igual, en principio porque instalan un parámetro sensible y exigente para juzgar lo que advenga. Incluso si lo que adviene sí le hace un monumento a esa vitalidad, porque aquí, gracias a Dios, uno no cree en lo que oye. Es así nuestro Dios Patricio: gracias a él, no creemos.
2- Del 76 al 2001
La historia como banda activa de Patricio Rey fue de 1976 a 2001. Durante la dictadura tocaba en sucuchos, con monologuistas, performers varios y un obeso disfrazado de sultán que repartía bolitas de ricota, todo bañado por guitarra de Skay, hipnótica y frenética a la vez, y el inconfundible aullido-fricción de Solari. Con los Redondos se disuelve la oposición entre rock comprometido e intelectual y rock de joda: el rock ricotero es un pensamiento crítico que se baila.
El primer disco, Gulp!, fue grabado, distribuido y difundido en autogestión, como el resto de su trayectoria, sin empresas, sin sponsors, sin estructuras ajenas a la organicidad de su experiencia; esta fue de movida una de sus distinciones esenciales, que los inscribió fuera del “mercado” e hizo de su música algo más que música: el rock como expresión y sustento de otra concepción de la vida, de un mecanismo diferente de organización de las voluntades (Solari).
A Gulp! lo graban en el 84; en plena primavera democrática, abren diciendo “esta vez, por fin la prisión te va a gustar”. Desde su antro sucio y dionisíaco le gritan al encierro del espectáculo (aún el de la democracia). Eso es obvio en 1988 con Un baión para el ojo idiota, pero ya antes, en 1985, ese carnaval nocturno de intensidades, culto difundido de boca en boca, nombra su segundo disco con un saludo a la dicotomía política fundamental del siglo XX, Oktubre. No es nostalgia de la revolución perdida, no es un mero repliegue del proyecto emancipatorio en el arte. Porque se aprendió de las derrotas. El cambio no nacerá de una ocupación del Kremlin o la Casa Blanca; empieza por lo que hacés de la noche a la mañana, decía Solari, y cantaba –como si todo el tiempo y el espacio tensara su voz aquí y ahora- que un sueño acabó, ya te dijeron, pero no que todos los sueñitos… (Pura suerte).
Los Redondos condensaban la épica de las luchas contra la injusticia, el ímpetu de cambiar el mundo, con el vértigo sensual de cambiar la vida ya, sin necesitar convencer a nadie, sin conquistar voluntades; la libertad empieza hoy, porque si la emancipación es habitar la desigualdad desde la lógica de la igualdad (Ranciere), no se trata de sacrificarnos por un mañana sino de alterar la manera de estar donde estamos. Por eso ese disco, Oktubre, además de la tapa que pareciera reunir a Berni con Eisenstein en una noche de dark post-punk; además de la catedral platense en llamas, trae otro dibujo, uno de los que más alcance tuvo de la profusa iconografía visual que Rocambole (Ricardo Cohen, reciente Director de Arte de la UNLP) vertió vía Patricio Rey a la imaginería popular: el esclavo rompiendo su cadena. Esa figura demacrada que revolea con furia su cadena recién rota, la muñeca aún lastimada: la propia cadena, apenas suelta, se torna bandera de festejo de la liberación.
Ese es el esquema ricotero que hace que su obra –más allá de análisis y valoraciones-, música, letras e imágenes, atraviesen la cultura infundiendo en quienes se la apropian un inequívoco sentimiento de libertad: el esquema que va del malestar a la rabia, y de la rabia, por su propia fuerza de afirmación rabiosa, al festejo. Es fuerza, no poder. Así, los Redondos ofrecen una fuga del mundo que a su vez lo trastoca, porque ese “sentimiento” es una alteración de los valores. Es un raje (está llena de anuncios de raje, la lírica), pero el agujero de su salida ejerce un fuerza gravitatoria que obliga al entorno a posicionarse en torno a sí; una afirmación autónoma que instala ella misma los parámetros para valuarla. Un escape vanguardista.
Hoy, esa salida autónoma es la más insistente cortina musical de 6-7-8, o más que cortina, bandera, yo quiero verlas…
3 – Tandil, los redondos al poder
El del trece de noviembre en el hipódromo de Tandil fue el recital pago más concurrido de la historia argentina; ochenta mil personas dijo Solari desde el escenario; los tandilenses decían ciento veinte mil, misma cantidad que su población estable. Tandil vivió la fiesta de alojar algo que la excediera, esa marea virtual que, al corporizarse, desborda cualquier continente; miles y miles y miles de nómadas ocasionales, para los que no había nafta ni cerveza fría ni baños ni cigarrillos suficientes; millares de cuerpos que cubren calles y avenidas, convertidas en escaparate de banderas con nombres barriales y dibujos y frases tomados de Rocambole y el Indio. La gran tribu cubre la ciudad y espera cantando en su fiesta atávica; era llegar a Tandil y encontrar otro planeta que de pronto se expresa diciendo que está en este.
Esa marea ya no se desborda a sí misma como pasaba en los noventa. No deviene tierra de nadie; permanece tierra de todos. No se ve pungueo, arrebato ni saqueo, no se ven sí o sí peleas sangrientas ni avalanchas provocadas para entrar sin ticket, no se ve a la montada repartiendo palos al galope ni a los patrulleros rasando con descargas de balas de goma. De aquella crispación policial, hay que decirlo, puede haber cierta nostalgia, puesto que, en tanto reacción represiva, denotaba la virulenta fuerza de la marea en su regulación autónoma; es una memoria que puede contraponerse como recuerdo de intensidad ante la paz hoy reinante. Pero al final de la velada, después de horas aunados en masa fluida que grita, salta y baila, todos nos vamos felices y orgullosos de no haber perdido otro Rubén Carballo, otro Walter Bulacio, otro pibe a manos del poder de daño institucionalizado.
Es que los tiempos han cambiado. Por un lado, el dolor de Cromañón instaló una prudencia en los encuentros rockeros (sobre todo en los convocados por Solari, cuya única y fija bajada de línea desde el escenario siempre fue cuidensé). Pero específicamente la congregación ricotera, ya no se muestra erizada hacia el entorno –la versión dominante de lo público- como en los noventa, ya no se constituye en un radical a pesar del entorno; no se canta, por ejemplo, contra el gobierno, como se cantaba raudamente contra Menem, y apenas contra la policía. De los dos componentes principales de su pasión, ahora el festejo prevalece por sobre la bronca. La resistencia ricotera aguantó, las pasó duras –de hecho la banda no aguantó-, y hoy el entorno se le presenta menos hostil: no hay intendentes que suspendan shows, la policía no demuestra concebirla como enemigo directo, pero más aún, el ricoterismo parece haber devenido cultura oficial. No sólo banda sonora de la emocionalidad seisieteochista, sino fuente de consignas para La Cámpora (convocan a actos con la frase este asunto está ahora y para siempre en tus manos, nene), ¡parece que los ricoteros llegamos al poder!, y agradecemos al bramoso Aníbal Fernández por colgar en su blog los mapas para llegar a Tandil.
El análisis de la relación entre cultura redonda y oficialidad kirchnerista puede dejar de lado Las condolencias que, según el jefe de Gabinete, el Indio le mandó para Cristina (Si es posible y cuando lo creas oportuno, hacele llegar a la Presidenta el mínimo significado de nuestra sincera tristeza. Indio y familia). Porque el Indio no es tanto el líder, como el emergente del ricoterismo. La marea tiene su propia voluntad. Allí estaban, en Tandil, los militantes de La Cámpora tratando de ejercer la operación peronista de apoyar lo que se mueve para gobernar(lo) -la clase trabajadora en los cuarenta, los neoliberales en los noventa, los movimientos sociales y de derechos humanos post 2001-. Desplegaron una gran bandera y cantaban “soy ricotero, nacional y popular”, pero nadie se sumaba, y mucho menos con “soy argentino, soldado del pingüino”, pero sí se plegaba la masa (ellos no ven marea viscosa, ven masa trabajable) cuando iniciaban cantos netamente ricoteros.
Porque los cantos eran ricoteros, y ahí se ve cuánto el Indio –que facturó neto 9.600.000 pesos según la afluencia que él declaró- no es estrictamente líder: él y los Fundamentalistas del aire acondicionado mantuvieron la euforia escénica ante un público que alentaba un ay otra vez a Patricio Rey y sus redonditos de ricota como diciendo somos receptores pero nosotros decidimos el sentido de lo que nos estás dando. La hinchada repetía una y otra vez pocos cánticos; pero su devoción redonda no es una repetición sino una insistencia: aún frente a nuevas condiciones, se mantiene el enunciado –vamos los Redondos. Porque los Redondos no dejan de ser un ente abierto que incluye a quien lo grita. “Indio” no es un sujeto colectivo; sólo los redó designan en común a artista y público: no que sean iguales, sino que valen porque participan de lo mismo.
4- Legitimidad redonda
No es sólo por ese vínculo de consustancialidad entre emergente y público que el kirchnerismo busca arroparse con el sonido y la liturgia ricotera. No: a través de los Redondos, el kirchnerismo busca llevar a fondo su identificación con el estallido de 2001, sus efectos y su historia, la legitimidad dosmilunera (la paradoja de gobernar heredando el que se vayan todos, acaso superada en la plaza del luto).
Porque si los Redondos tuvieron efectos en lo público hay que buscarlos no sólo en el corpus musical ulterior, sino allí: en la revuelta de 19 y 20 de diciembre de 2001.
Habían sido entrenadas en la experiencia ricotera, por un lado, las formas de ocupación del territorio urbano del 19 y 20. Los saqueos eran frecuentes en los recitales de PR en los noventa, y, especialmente, el enfrentamiento con las fuerzas de seguridad en el centro (policía y privados, robocops sin ley), como puja callejera era menos propia de los saberes setentistas (aparato contra aparato) que de la experiencia de choque reiterado de las bandas ricoteras con la cana; sabíamos correr, aguantar, avanzar, seguir liderazgos variables, cuidarnos, no dejar tirados, llorar muertos… De hecho, una de las poquísimas veces que en la década del 90 las fuerzas de represión estatales tuvieron que darse orden de repliegue, fue en el recital de PR en Villa María, Córdoba, en mayo de 1998 (informó Clarín).
Además de la inteligencia material de la revuelta, también contribuyó al caldo dosmilunista cierta sensibilidad ricotera: la desconfianza ante el poder -mercantil y estatal-, el autonomismo autogestivo, y –cierto- rechazo al craso imperio de la nueva Roma.
Junto a los escarches de HIJOS, a las puebladas y cortes de ruta en el interior, los MTD’s en el conurbano, ese saber y esa sensibilidad ricotera fueron ingredientes esenciales de las representaciones de resistencia disponibles para la olla que estalló en 2001, y, aunque se quiera acusar como móvil del estallido al corralito, esos elementos fueron condición de posibilidad, cauce de existencia de ese grito que, sin organizar una configuración posterior, sacudió el tablero y dispuso nuevas exigencias y condiciones: esas condiciones en cuya fina lectura consistió el principal mérito del triunfalmente muerto jefe del peronismo, Néstor Kirchner (los pingüinos nunca caen para atrás).
Ahora bien, un punto adicional que merecería más pensamiento: si en 2001 termina la post-dictadura, en tanto lo que en ella era marginal pasa a ejercer poder de determinación central, gobernar legitimándose con la agenda progresista de la post-dictadura, ¿es progresismo combativo o cinismo que hace de un piso techo?
5- Con tanto humo el bello fiero fuego no se ve
Es ambiguo: nos alegramos de que lleguen al gobierno estéticas y retóricas y puntos de agenda que sostuvimos como resistencia muchos años. Al fin y al cabo la otra gran apropiación resignificante de 2001 fue el caceroleo propietarista de barrio norte y los piquetes de la abundancia. Pero al mismo tiempo, nuestro amo juega al esclavo y adorna nuestra esclavitud, y en el extractivismo exportacionista, sojero y minero, Gobierno y capitales acuerdan, derrame más, derrame menos (por no hablar de la burocracia sindical y la red de intendentes -perros que no se contentan con los restos- que constituyen el primordial sostén estructural del Gobierno).
Lo que más aprendimos es que la fuga, el rechazo a la mesa servida y el sostenimiento de una voz propia –aún o especialmente si no significa nada y es sobre todo intensidad de enunciación-, tiene efectos mediatos. Podemos entonces casarnos con el proceso de su institucionalización –apoyado y gobernado hoy por el peronismo, que nunca se casó con nadie-, o decidir que ese grito no es todo el grito, y gastar la vida sosteniendo los rajes de las formas habidas, como tribus callejeras que escriben la pared y sostienen, difusa, quizá atolondrada pero intensamente, el ánimo de otra concepción de la convivencia, el nervio del futuro. Confianza en lo que vibra de otra manera; en los noventa era imprevisible que el aguante derrocaría un gobierno (y unas formas de gobernar: con represión a mano, con el Estado como puro botones del capital transnacional, etc). Hasta la corriente de conversaciones anti-neoliberales, en aquellos años menemistas, fueron un modo del aguante, y su incidencia histórica es inconmensurable, pájaros de la noche que oímos cantar pero no vemos…
Y ante la asociación entre la realeza multitudinaria de Patricio y el Gobierno, el pogo más grande del universo. Es una enseñanza antropológica, la del pogo: se asume que todos, cada uno, somos peligrosos (por eso nos cubrimos con los brazos, incluso al principio con los codos), pero se apuesta por la confianza, por festejar el peso de los semejantes, por compartir una violencia habitable y anti-anodina. La marea, como dijimos, es fluida y espesa, te lleva: no podés apropiarte de un lugar. Durante Ji-ji-ji, en la inminencia del estallido poguero se abren con mucha fuerza grandes huecos para que haya espacio para el baile de chocar, pero apenas arranca la euforia, esos huecos desaparecen porque sus bordes también poguean, se fluidifican; el enorme campo se alisa y todos circulamos en caos veloz decidido, potencialmente tocándonos todos con todos, cualquiera con cualquiera, marea de potencia que perdió la forma humana, una igualdad fáctica entre ochenta mil cuerpos como muy cada tanto presencia la historia.