Columna "Solo las cosas, lo demás no importa nada", emitida en la trasnoche del martes 2/10/17 en FM La Tribu, sobre la dominación, el bombardeo de tristezas y la catarsis indignada que le es inercial. Con agradecimiento a Juan del Bene.
Thursday, October 05, 2017
Tuesday, September 26, 2017
Wednesday, August 30, 2017
Maradona, y los anti. (Columna en La Tribu)
Columna Solo las cosas, lo demás no importa nada, en FM La Tribu, sobre la importancia de las valoraciones de Maradona:
Tuesday, August 22, 2017
El mundo de Feisbuk y la financierización del sujeto (
Columna "Solo Las Cosas, lo demás no importa nada", en FM La Tribu:
Wednesday, August 16, 2017
Alma in vitro
Alma in vitro
Así me veo ver
visto, vitro espejo
torcido, achumado,
enjuto aeroplano
chino, diagonal,
cabroso y agolpado,
en una punta la
planta, el viento y el pelo
en la otra,
jamón en polvo,
reojo colado, hueso de léxico.
Noticias, albricias,
cajón.
Medias, humedad de
ser tantos:
urgente falencia,
luz alumbrada; jamón
en polvo de la punta
opuesta, cansina,
hachera, fagosa. Pérfida -perdida.
El esternón no duda
porque no puede;
dura yunta
de graves,
del sueño a todo,
moro mocho
pogo
del alma
singular ni lugar
circular,
alma con flash,
carbón de alma, carburado jamón
de sal,
piel de agua, sangre
de ojos máquina
de no estar.
Arcos lisos con jugo
celular,
divorcio de la
frente que olvida al parietal,
arcos dedos de
gordos chanfles
del pecho
el pelo hundido, el
nodo
del alma flash.
Son tan pocos los
que están acá.
Que sin dejar de
fumar nunca
jamás en la vida
-de cuero, cabelludos-
fuman jamás.
¡Acá entre brazos
lo ajeno!
¡Acá en el choque,
gota de lo extenso!,
injusta y
violentamente no iluminado
por el cráneo
comunal.
Acá en el cerrado
sublime tufillo
divino del calcio
mínimo,
mimo de lo ínfimo
dulce cosa resacosa
mandanos caricia que
apunta
sus canales de nada
llenos,
y gracias, amiga,
ignorante de los dedos,
inocente amiga en la
cara
del pie que hace
frente,
existencia rosa,
carne prohibida
de decir iluminada.
Tuesday, July 04, 2017
La actualidad como dispositivo de dominación (SLC en La Tribu)
Columna "Solo las cosas; lo demás no importa nada", emitida en FM La Tribu la trasnoche de los martes (1am); esta, apostilla sobre la actualidad como un dispositivo temporal de dominación:
Wednesday, June 14, 2017
Olor a nada (crónica de la marcha macrista del 1A)
“...¿Y
yo? Vivo en Venezuela y Santiago del Estero, ¡soy un mártir de
estos condenados!”, les decía un septuagenario cajetilla a un par
de congéneres en la esquina de Bolívar y Avenida de Mayo.
Apenas
saqué mi cuadernito y tomé unas notas una vieja me interceptó:
“qué estás escribiendo, qué anotás ahí?”; y al toque otra
“¿de dónde sos?”. A la defensiva.
Si
bien había diversidad etaria y socioeconómica, claramente estaban
sobrerepresentados (en relación a su cuantía en la sociedad) los
adinerados (“el grueso de la gente viene de la zona norte, por las
avenidas Córdoba, Santa Fe y Libertador”, dice TN en su
transmisión) y, sobre todo, los ancianos. Primera minoría de
ancianos: contraste rotundo con la presencia de adolescentes en el
aluvión del 24 -la cantidad de gente, por otra parte, no tiene
atisbo de comparación. Si el marzo igualitarista mostró que la
Plaza de Mayo quedó chica para la movilización política callejera
argentina, la reacción oficialista literalmente no llenó ni media
Plaza.
Pero
eso se debió también a que bastante gente no entró a la Plaza y se
quedó en el asfalto circundante: Bolívar y las desembocaduras de
Diagonal Norte y Avenida de Mayo. Hay tomas televisivas que muestran
la Diagonal (la blanca; la Sur era desolación) “llena”: sucede
que la gran diferencia de esta “concentración” con las
habituales, es que le caben las comillas porque la gente no buscaba
concentrarse como masa compacta. El flujo era más bien el de una
peatonal llena, como advirtió mi amigo Rubén Mira. Se armaban
núcleos, rondas de agitación cantarina, y entre esos polos de mayor
densidad, la gente circulaba: alegre, charlando, filmando,
asintiendo. Con mucho espacio para pasear, mucho espacio entre los
cuerpos. La libre circulación es, al fin y al cabo, uno de los
principales valores de los adherentes a un modo de la política que
por principio general prescinde de las reuniones multitudinarias. No
es gente que quiera devenir masa. Ahora se dispusieron a ensuciarse,
en una nítida variación entre el primer momento de gobierno,
buenaondista, y este más combativo (la confrontación como modo de
acumular legitimidad política: ¿nos suena?).
Una
cuarentañera orgullosa decía
a una correligionaria: “¡Acá no
hay olor a chori, no hay olor a nada!”
Entre
sonrisas, saludos y brillos de celulares (“la nota de color en esta
marcha la ponen las luces de los celulares”, también TN), la
escena tenía la forma de una recepción social. En efecto, estaban
siendo recibidos. Ya en el subte línea A se veía, por ejemplo: un
padre, cincuenta años, ojos de joya, informal pero impecable chomba,
charlaba con su hijo, de unos nueve años, rubio de toda rubiez, que
le preguntaba cosas con inocencia y tono bajito: cuánto falta,
dónde nos bajamos, ¿y ahí va a estar Macri?, y él, papá, le
contestaba también en susurros, con prudencia hospitalaria. Dos
señoras paradas justo ante mí, sexuagenarias y pacatas, cuidaban
que nadie las oyera; incluso yo que estaba pegado a ellas apenas cacé
frases cuando se excitaban un poco más: “¡¡Yo no puedo creer,
hay gente que dice que no robó!!”.
En
las inmediaciones de la plaza el panorama era otro: alegría,
emoción. Se cantaba el himno, se cantaba la marcha de San Lorenzo
(“aaavaaaanzael enemiiigo aa paaaaaaso reedoblaaado”), se cantaba
“De-mo-cracia”, “Sí-se puede”, “Mariaeu-genia/
Mariaeu-genia” (esas tres, con el cantito que en la cancha tiene
“hi-jo-deputa/hi-jo-deputa”), “Si este no es el pueblo, el
pueblo dónde está” (era la que más participaba del cancionero
político argentino), y alguna que otra más: el resto, todas
abiertamente reactivas. Como lo que la gente decía explicando su
defensa a la democracia: “El peronismo tiene que dejar gobernar”,
“El peronismo arruinó la gran potencia que era Argentina”, “El
que para que no cobre, y que el gobierno saque los piquetes”,
etcétera. Uno se presentó así: “El principal trabajador de la
Argentina soy yo: treinta y un años como mozo, nunca paré, ahora
estoy jubilado. Es todo mentira lo que dicen los peronistas, a mí
cuando era chico en la escuela me hacían leer libros que decían
'Eva te ama, Perón te ama', pero a mí los únicos que me quisieron
fueron mi papá y mi papá, eh, digo y mi mamá”. Su hija es
arquitecta y decía: “¡Yo hace doce días voy a trabajar! ¡Basta
de paros, hay que laburar! ¡Y el que para, no puede ser que
interrumpa a los demás! Y el que quiere ser zurdo, yo no tengo
problema, ¡¡pero que viva como zurdo!!, estoy podrida de los que
hablan como zurdos y se van de viaje a Miami y tiene un celular
espectacular”. “Al único zurdo que respeto -la apoyó el padre-
es al Che, ese murió por lo que pensaba”.
Dos
canciones reveladoras, en tandem (ambas con la misma melodía de
insulto al referí), fueron: “¡¡No-al-paro/ No-al-paro!!”.
Desataba fervor. Más aún la que le siguió de inmediato: “¡¡El
seis a labu-rar!!/ ¡¡El seis a labu-rar!!”, que a varios
enloquecía; recuerdo en particular una chica totalmente desatada, en
éxtasis de alegría y furia, como púber ante su estrella, como
intensamente encontrada con lo verdadero.
La
estrella acá era una moral: que todos hagan sin más lo
que deben. Nadie proteste. Que la realidad económica se
naturalice, y no sea interferida. Es un sueño anti-político y por
eso el valor “democracia” consiste en que los que jamás se
implican en lo político puedan también ocupar la plaza política
(que, claro, incluye la pantalla: “la marcha fue un éxito porque
fue suficiente gente como para armar la cobertura mediática”,
señala también Mira).
“República”,
“democracia”, “Argentina”, las pocas afirmaciones que
acompañan a la unánime cohesión reactiva (“¡¡No vuelven
más!!!” fue por muy lejos el hit), son nombres de un grado de
abstracción elevadísimo, que sirven para evadir afirmaciones más
específicas. No obstante esta plaza logra, “para sí”, asociar
lo políticamente “neutro” (apartidario, independiente, libre,
etc, etc) a una política que en rigor es extremista: la negación
plena a las luchas sociales (como dice Diego Sztulwuark,
atribuyéndoles causa patológica o criminal).
Jamás
se ha visto, arriesgo, la voz del patrón afirmada tan literalmente
por un encuentro sin líder presente. Dios Capataz debía estar
echado en un sillón viendo la escena por tele, birra en mano y el
látigo enrollado muy tranquilo a un costado, relajado y sonriendo.
Era la polución nocturna del amo.
Por
eso la cantidad moderada de la multitud propietarista no debe ser
subestimada. Cierto que eran mucho más cuando la Mesa de Enlace hizo
su acto en el Monumento a los españoles. Y los que secundaron a
Blumberg en el Congreso. Y a “los fiscales” hace un par de años.
Sin embargo ahora la antipolítica politizada avanzó en su
prescindencia de referentes organizacionales unívocos. Y llegar a
reunir, sin máquina de convocatoria explícita, una pequeña
multitud que defienda el ajuste y el modelo de los grandes capitales
concentrados, es un hecho cuya magnitud supera con creces a la
cantidad de gente que reúne.
“A
nosotros no nos mandan”: es la fantasía perfecta de quienes
encarnan la óptica patronal y propietaria. Muchos llanamente lo son:
los dueños de las cosas. Pero también ellos son mandados por su
temor. ¿Y los no dueños? A los laburantes la pax propietaria ofrece
al fin y al cabo una vida. Una vida ajustada pero “tranquila”
(sin estar recordando todo el tiempo la injusticia y el conflicto,
sin chorros ni piqueteres...). Sin peronismo, entendido como la voz
degenerada de los trabajadores organizados. La negación de la
voluntad ajena (“los traen...”) puede ser el síntoma de un
conflicto en la naturaleza de la propia voluntad, cuando la plaza de
los que se sienten “no mandados” grita las consignas del patrón:
lo que más afirma la plaza de los que se sienten no mandados, es el
mando. Pero claro: el mando mediatizado
no es percibido como tal.
“¡Es
un dedo en el culo la Cristina, un dedo en el culo!”, otra perlita
al pasar. Esta cohesión de sentido propietarista tiene en su centro
al kirchnerismo: esta plaza es su herencia, y no solo por sus
políticas democratizantes e inclusivas. También por su modelo de
acumulación política. Lo cual es un problema complejo, una de
cuyas muchas aristas es la estigmatización del 2001, convertido de
revuelta en mera crisis: esa conversión es uno de los argumentos por
los que es comprensible que millones de vidas sientan que mejor
seguridad desigual que lucha y conflicto. Ahora y mirando octubre los
compañeros sopesan que “ain Cristina no se puede y con ella no
alcanza”. Más que “no alcanza”, la kirchnerización de la
resistencia fortalece las bases crispadas que pusieron al gato en la
rosada. En cambio, en el 1A se cantó muy poco, casi nada por Macri;
más por Vidal; y Clarín le da un palo diario al presidente... Las
fuerzas conservadoras prescinden de personalismos y eso les facilita
constituirse como el sentido común y la obviedad: la realidad del
mercado como la única verdad.
Friday, May 26, 2017
Derecho a la empatía (de qué son bandera los pañuelos blancos)
Escrito en base a una conversación con Verónica Cetrángolo, Juan del Bene, Jerónimo Liñán, Lucía Scrimini y Rubén Mira.
1. Por
qué esto, y qué se afirma
¿Por
qué el 2x1 a genocidas encontró una reacción en contra tan impresionante? ¿Y
qué se afirma en ese rechazo? ¿Qué se juega en ese consenso, virtualmente
unánime, de que entre tanto palazo gubernamental -y vital-, este no podíamos
dejarlo pasar? En la plaza había gente muy distinta entre sí (“¡capaz alguno
que agitaba el pañuelo votó a Macri!”), pero eso no es tan importante como
entender qué dimensión de valor es común entre aquellos juntos mas no
revueltos. No importa tanto quiénes fueron, sino qué de lo común sensible sostuvo
como intolerable que los torturadores murieran libres.
2 ...si
ya nos venían pegando abajo.
Ciertamente
el Gobierno viene aplicando políticas de drástica gravedad desde que asumió; en
sus primerísimos días, entre la quita de retenciones y la devaluación,
multiplicó la renta de la oligarquía en proporciones y celeridad acaso nunca
gozadas por los dueños de la tierra. Y desde entonces, mientras agigantó la
deuda externa, implementó muchísimas medidas con impacto palpable en la
materialidad cotidiana de las vidas: los
tarifazos, los aumentos en transporte y peajes, la suspensión de paritarias,
los despidos, la recesión con inflación, la eliminación de trabas para la
importación de manufacturas. Etcétera. Son medidas que afectan de manera mucho
más inapelable la vida “de cada uno”. Sensibles y dañinas para la vida
concreta; para una cierta concepción de la vida, la vida concebida en el plano
de la Realidad, lo que se reclama como “mundo real”: mercantilismo y
“liberalismo existencial”. El orden económico-político de la privacidad. La
Realidad nos dice: más allá de lo que te guste pensar sobre vos y la vida,
más allá de fantasías, opiniones y ensueños, bajo apuro vos no sos ni más ni
menos que una realidad económico-privada. (En efecto, la Realidad nos
apura, alta y cotidiana apurada).
3
...y esto no tocaba la vida de “cada uno”.
El
2x1 no toca nada del relato prosaico y seco de “la vida de cada uno”. “Si viajo
en un bondi y se sube Muiña, no lo reconozco”. Pero la movilización no fue
moral, ni adhesión opinológica. Al fin y al cabo derrotamos -en esa bola- a un
acuerdo compuesto por el PEN, la Corte, la Iglesia, las FFAA, parte sustancial
de la corporación de prensa... El vínculo con la reposición de la impunidad
para los genocidas es sensible, no es moral. Una prueba -aunque sé que no le
hace falta, lector- es la velocidad, lo rápido con que se multiplicó la
movilización. No se construyó la convocatoria: se lanzó y todos supimos
que ya estábamos ahí (casi que se señaló). De hecho, tuvo relativamente
escasa difusión por parte grandes medios; tuvo algo de clandestinidad masiva
(dimensión de existencia en las vidas multitudinales que no es visible salvo
cuando se corporiza. La clandestinidad masiva, por cierto, existe en las antípodas
del regimen de la Realidad corporacionista, donde solo gozan de
reconocimiento de existencia los cuerpos con algún grado de corporativización).
La
multitud de “cada unos” que se juntó -o se mostró junta- en la plaza, expresa una
dimensión de la vida tocada por el intento de reponer la impunidad a los
genocidas, que no coincide con la verdad mercantil sobre la vida. Una dimensión
que no coincide con los grandes aparatos de individuación, que resiste a la
codificación mediática de nuestra presencia. Una dimensión excesiva respecto
del liberalismo existencial.
Habría
que pensar: cómo es que las luchas en planos de la vida que forman más parte de
la Realidad mercantil corporativa (como los ajustes de salario, nada menos),
venimos perdiendo, mientras que cuando toca moverse por algo que no responde a
cálculos individualistas de subjetividad empresarializada, triunfamos.
4. Propietarismo
existencial (uno tiene su vida, tiene)
El triunfo
del liberalismo existencial (plantea el libro El llamamiento, del
“Comité invisible”, editado localmente por Folía) es el hecho político
fundamental de las últimas generaciones, aunque ha pasado desapercibido como
suceso, y consiste, simple y llanamente, en la evidencia naturalizada de que cada
uno tiene su vida. Una complejísima construcción histórica, de larga
genealogía, ha elaborado esta segmentación privatizante de la vida, ¿no? Una
maravilla.
Cada
uno tiene su vida, y vos lo sabés.
Veamos
tanto el “cada uno” como el “tener”. “Cada uno”: la vida, la concepción
práctica de la vida, la vida como producto histórico-político, se funda en yo
y no en nosotros (y nosotros era fundante de la subjetividad
no sólo en vastas versiones de la humanidad, sino que también es el sustrato en
que abreva cada vida naciente). En todo estás vos, y vos sos uno,
propiamente único. Pero además, cada uno tiene su vida, la tiene. Es
decir que el sujeto es previo a su vida, a la vida: es y tiene, existe el
sujeto y tiene su vida. Es, por tanto, su guardián. La vida como
propiedad, como mercancía -la vida como valor de cambio-. Propietarismo
existencial.
La
subjetividad de “uno” que tiene su vida prefigura al sujeto como vigilante
de ese bien, como maquillador de esa criatura, pero también como capataz, proxeneta
de su vida (así le escuché decir a
Lobo Suelto)...
En
la antigua Roma, contaba Ignacio Lewowicz, lo “privado” designaba no
afirmativamente lo que es de alguien, sino lo que queda privado para la
comunidad. Una tierra privada no es tanto algo de alguien, sino algo que no es
de todos. La vida privada -el premio occidental- es menos la vida de uno que el
nombre de la enajenación de la vida de cada cuerpo respecto de la sensibilidad
común.
5. Madres
amigas
El
liberalismo existencial es el bioma en que vivimos como parte, en el bondi, en
la sala de espera para el estudio médico, en los bares, todos saben. Pocas cosas
lo desmienten: la reacción contra el 2x1 es una de ellas. Algo que no concierne
a “tus cosas” tocó un lugar común sensible. (Un lugar que demostró, además, no
sólo alta potencia política sino independencia del kirchnerismo. Las
organizaciones kas estaban como uno más, no dieron ellas el tono).
“Cuando
vi por la tele que les estaban pegando a las Madres de Plaza de mayo, no lo
dudé ni un segundo y salí a pelear”. Así decía un amigo al contar cómo vivió el
veinte de diciembre del dos mil uno. Un amigo, propiamente, si, como le
escuché decir a Silvia Duschatzky, un amigo es quien te saca de tu egoísmo.
El
egoísmo, en el régimen del liberalismo existencial, es destinal. El viento de
lo dado produce egoísmo. Hay composiciones, encuentros y alianzas por cálculos
egoístas, por supuesto; dicho esto sin juicio moral. Liberalismo existencial:
soledad saturada, soledad enajenada, pero soledad: no compartir los problemas, no
compartir efectiva y afectivamente los problemas, y las alegrías (compañero:
con quien se comparte el pan).
Se
vio también el año pasado, cuando el Gobierno (no recuerdo si un juez o fiscal,
activamente partícipe de la política gobernante) intentó detener a Hebe de
Bonafini. En cuestión de horas, una banda de cuerpos se apersonó, para mostrar
la densidad colectiva de ese cuerpo de Madre: cuerpo no detenible. No era un
simple cuerpo de la Realidad. Algo de esas Madres, y lo que portan, es la
médula de lo no domeñado de la vida local. No es un cuerpo sin más, es
un cuerpo con más: es más que único. Ellas nos sacan de nuestro egoísmo;
ellas son las amigas; son un fundamental principio de amistad política en
Argentina.
6. Puesta
en nosotros
¿Viniste?
¿Dónde estás? ¿Nos encontramos? Incontables mensajes
cruzaban, ese miércoles, nuestra vivísima inmaterialidad, dulce enjambre no
siempre empalagoso. Pero combinar encuentros era casi imposible: el lugar, la plaza primordial
de la Argentina y su extenso derredor, estaba disuelto como espacio trazable
por la voluntad individual. La magnitud de la voluntad colectiva fundía a los
cálculos personales. “No te podías encontrar con quienes querías, pero en
ningún momento te sentías solo”. Juntura, complicidad, estar en confianza. “Y
en otras situaciones masivas podés sentirte más solo que en soledad”.
En
el bondi, yendo, se convenía logística con cualquiera (dónde bajar, por dónde
agarra chofer, etc), sin necesidad de explicitar que se estaba yendo al mismo
lugar. Porque ya se estaba en el mismo lugar. En la pizzería posterior
se hablaba animadamente con cualquiera, se regalaban cervezas... Una atmósfera
sensiblemente distinta -especial- tomaba esos lugares consabidos. Un ambiente
donde los guiños y los gestos tenían entendimiento inmediato; un lugar donde
cualquiera podía asumir que éramos nosotros. La ajenidad mutua estaba
aminorada. Mucho más aminorada que en otras marchas donde también se da (esa nosotrificación,
puesta en nosotros). Incluso hasta la del 24, donde, un poco más que en
esta, “cada uno iba desde su lugar”. Acá más bien se había tocado un
lugar común donde ya estábamos.
7. Pañuelos,
banderas blancas
Es
el nosotros, más que un partido, quien puede ponerle cotos al neofascismo simpático,
al propietarismo, al garquismo, a la Realidad corporacionista, a la subjetividad
pura del capital.... Los partidos valen si vehiculizan potencia nosótrica. Pero
el partido, de por sí, es subjetividad política del orden de la Realidad, y acaso
abroquele al fascismo, pero lo crispa, le da blanco para su reacción... El nosotros
lo deja solo, y no se muestra tan fácil de golpear: los líderes, y los “puntos
sólidos” en general, tienen una incidencia sustancialmente menor en el nosotros
-esto, claro, hace también a su fragilidad-. La Realidad niega al nosotros, en “el
mundo Real” no existe (hasta a las más consistentes organizaciones nosótricas
puede leérselas, con mirada violenta, buscando por qué cálculos existen).
Es
que el nosotros no sacraliza nombres propios. “Madres de plaza de mayo”, por
ejemplo, no es un nombre propio (es una designación, o mejor aún: un
señalamiento que nomina). La política centrada en los nombres propios es parte
del propietarismo existencial. Las Madres no: sus pañuelos blancos, esos
pañuelos cuyo dibujo tiene algo de nido, de espacio albergante, esos pañuelos
blancos de las Madres fueron, el miércoles de la marcha, banderas blancas. Banderas
blancas que llevan nombres, claro que sí: en tu corazón.
8. Nombres
propios en tu agitación
Cuarenta
días antes, había habido una movilización en defensa de la privacidad de las
vidas, de los que quieren reglas claras del capitalismo sin más (“estar
tranquilo”). Una marcha para limpiar de impurezas el liberalismo existencial (“quiero
romperme el orto tranquilo sin que nadie me rompa las pelotas”, que la vejación
sea desde atrás así puedo sostener la ilusión autogestiva de vida libre...). La
diferencia icónica entre ambas movilizaciones es radical. El 1A, lejos de
banderas blancas llenas de decisiones sensibles, ofrecía una saturación de
símbolos patrios. Se agitaban banderas, vestían remeras, se portaban gorros
celeste y blancos, se cantaba el himno, se alentaba al nombre del país; hasta
la marcha de San Lorenzo cantaban, corderitos de dios... Acaso había más
productos albicelestes que personas; la saturación era indudablemente síntoma
de una desesperación, o, al menos, de una tapadera: evitaban preguntarse con un mínimo de profundidad qué
tenían de común los presentes. Los símbolos patrios, despojados de toda
experiencia sensible de fraternidad, son un aglutinador abstracto, general, sin
sujeto vivo (con sujetos que lo que ponen es una representación de sí). Así
usados, los símbolos patrios son placebos de comunalidad. El placebo de
comunalidad propio del liberalismo existencial.
9. Aglutinadores
“viruseros”
Cuenta
Rubén Mira que Mariátegui planteaba que es más difícil distinguir a un
comunista de un fascista que de un liberal, porque es más difícil distinguir
entre dos personas con valores que entre una con y una que se desentiende de
afirmar abiertamente... Pero una diferencia sustancial está en que el comunista
afirma la semejanza universal, afirma la igualdad de todos los hombres (varones
y mujeres...), mientras que el “nosotros” fascista siempre es excluyente. De
hecho, la declamación nacionalista del 1A, por su insistencia, por su barroca
repetición, hasta por lo rebuscado de sus recursos (¡la Marcha de san lorenzo,
por Alá!) es xenófoba.
(Los
aglutinadores de identificación colectiva placébicos, tienen algo
burroughsiano: lo que decimos como si fuera propio pero es una entidad externa
introyectada y animándonos, como el virus del lenguaje...).
10.
Crueldad, asesinato y semejanza
El
liberalismo existencial es componible con estos aglutinadores de colectividad
placébica y virusera. Ambos implican una negación del principio general
de semejanza, del principio de igualdad. De
la fraternidad.
Lo
cual invita a ver otra diferencia entre un comunista y un fascista, pensando en
nuestra historia: la aplicación de tormentos, la violación como regla, el robo
de bebés, el arrojo cotidiano de cuerpos al mar, en fin, la crueldad, es propia
del fascismo. Eso que se llama extrañamente inhumanidad.
La
tortura por supuesto implica un cierto reconocimiento al otro; la saña reconoce
que hay alguien... pero crueldad (¡lejos de limitarse a una función
informacional!) es una técnica de producción de desemejanza. Niega activamente
la forma humana; reconoce en la negación la humanidad. Los actos
llamados inhumanos no es que no sean humanos (de hecho desde cierto punto de
vista lo son mucho más que comer o coger, prácticas animales...), sino que
buscan negar la condición humana -es decir semejante- de un cuerpo.
Matar
no implica por sí una negación de la semejanza. El pelotón de fusilamento, por
caso y como muchos recordarán, tiene como función disminuir la carga
conciencial de haber matado (evitar concebirse como asesino), ya que no puede
establecerse qué bala mató... Por eso los asesinatos de los guerrilleros no son
crímenes de lesa humanidad: son atentados contra la vida de las víctimas (y
contra su posición), pero no contra la humanidad que hay en ellas en cuanto
tal. No niegan su condición humana.
11.
Desaparecidos, número hermano
Un
argumento difícil. No se sabe cuántos son los desaparecidos. Son tretina mil,
claro: es un número fundado en una contundente verdad del alma. Ahí tenemos una
verdad -común, multitudinal- que resiste al vil orden de la Realidad.
Porque la exigencia de que “muestren la lista de los 30 mil” es una exigencia
del imperio de la Realidad, propia de la racionalidad donde papers con
números son la realidad verdadera.
No
se sabe con exactitud inapelable cuántos son porque su destino fue la
desaparición. El número es no-precisable por la atrocidad de no dejar cadáver.
Ni contar los muertos nos dejaron. Y ahora, con redoblada crueldad, niegan el
número que surge de la impresión de las víctimas. Hijos de yuta -no parecen
hijos de madres (el texto donde habla la hija de Etchecolaz -ella no
Etchecolaz-, cuenta que la madre quiso rajar con los dos hijos; la madre
quería huir del horror. De la crueldad. No era suya.)
No
se sabe cuál es el borde preciso del conjunto de muertos; el conjunto no tiene
un nombre propio preciso. Es un conjunto abierto. Por eso entramos cualquiera.
Es un espacio nosótrico sin propiedad. El espacio de los derechos humanos es el
espacio de un conjunto abierto de hijos faltantes, que nos instituye como
hermanos. Hermanos maternizados. Por eso “no es una reivindicación, sino
el espacio sensible donde pueden fundarse todas las reivindicaciones”, como
señaló Diego Sztulwark.
12.
Cómo es posible el mal (qué produce...)
El
torturador, que busca negar que los cuerpos combatientes están animados por la
humanidad común, repone el viejo e inagotable misterio del mal. ¿Cómo es
posible el mal? ¿Cómo es posible el goce en la aplicación de tormentos, en la
negación de la humanidad a los cadáveres? ¿Para qué sirve el mal, qué
sirve, qué da, qué produce? Lo dicho: para la tortura es necesaria una
cancelación de la empatía. Es necesario que la jeta del otro no diga no
matarás. Es necesario negar que estamos hechos de lo mismo (y por lo tanto
podríamos componernos...). Esta negación es condición de posibilidad de la
crueldad, y, a la vez, es producida por la crueldad. Pero la afinidad electiva
entre crueldad y capitalismo es, en realidad, evidente, en este día, y cada día.
13.
Movilización del derecho a la empatía
La
indiferencia es también una exigencia de la vida contemporánea. Una de las
“operaciones necesarias para habitar -o tolerar- las circunstancias” (como
definía Lewkowicz la subjetividad) de la vida en Monstruópolis. La vida
práctica en el mercado laboral, en el mercado de consumo, en la calle, en la
noche, en las redes sociales, la vida en la ansiedad, en rendimentismo y el
cagazo, requiere de grandes bajones de la empatía (algo así decía también Rita
Segato para explicar las violaciones y femicidios).
Con
la empatía reglando -con reglas empáticas- no se podría vivir en el orden de la
Realidad.
La
empatía herida, la herida empática, es un dolor esencial en la vida
contemporánea. Un trago que embuchamos antes de empezar el día, antes de
despertar, antes de soñar. La ajenización mutua de las vidas. Que es condición
de la carrera del Valor. Su techo anímico, también. Ese dolor es un dolor común.
Ese dolor es el que fue tocado por el intento de reposición de la impunidad a
los genocidas, al genocidio, a la tortura y la crueldad.
El
rechazo al 2x1 implica una afirmación: la afirmación de la empatía como
potencia.
Friday, May 05, 2017
24/7, el sueño blanco del rendimentismo
Una
lectura de 24/7,
El
capitalismo tardío y el fin del sueño,
de Jonathan Crary, desde la clave de la subjetividad mediática.
1. La vida (se) rinde
El capitalismo produce continuamente pérdida y déficit. Si el
valor de todo está en su condición de ser medio para alcanzar cosas
mediatas, la capacidad técnica de participar sin interrupción en
flujos deslocalizados hace que toda demora, toda entrega a la
profundidad de la localía, todo descanso, sea una pérdida. Una
hora apagado es una hora retrasado. Se produce o bien se padece, cada
instante.
Cada desconexión es pérdida (deuda), salvo que responda a un
cálculo de conveniencia productiva: calculo un tiempo de retirarme a
un descanso, o una introspección, o un trabajo en soledad, valorando
cuánto rendirá al reconectar.
La vida entera rinde, se rinde ante la eficiencia programática.

Y aún más: ¿si fuera cada vez menos necesario descansar? La
ciencia trabaja, en efecto, contra el sueño. Lo hace a pedido de la
razón bélica contemporánea, que en sus centros más poderosos
financia investigaciones para disminuir drásticamente la necesidad
de dormir -“liberarnos de la necesidad de descanso”. Y no sería
ni de lejos la primera vez que una innovación científica comenzara
en el área marcial para luego extenderse a la vida productiva. Más
bien, puede percibirse fácilmente una afinidad electiva: entre estas
investigaciones (que buscan mandar a territorio enemigo un comando de
operaciones especiales capaz de pasar tres, cuatro, siete días sin
dormir ni tener los efectos colaterales de disminución cognitiva que
tienen las anfetas), y la vida económico-comunicacional general,
donde gruesas tendencias anti sueño son evidentes.
Vida “24/7”, según Jonathan Crary. Vida permanente,
siempre despierta, superadora de los ritmos fisiológicos, sin las
distracciones de los fantasmas oníricos, sin actividades que valgan
sin rendir: tal el ideal 24/7.
El capitalismo ya produjo dispositivos técnicos para la
producción constante, para el consumo constante. El único obstáculo
para esa maximización productiva permanente estaría siendo el
“factor humano”. La vida 24/7, su “tiempo que no pasa”,
produce una concepción del cuerpo, donde su inherente variabilidad
rítmica debe ser superada. Un cuerpo homologado al ritmo de los
circuitos de producción (material y semiótica) permanente.
2. El tiempo del capital (y
su escollo onírico)
La temporalidad 24/7 es la temporalidad del capital: velocidad
de rotación infinita, conversión de cualquier mercancía en flujo
abstracto, optimización de los instantes... Los circuitos
electrónicos operan la alquimia. Y a esta dinámica se adaptan los
cuerpos.
Un “tiempo sin espera” es ofrecido -y, en efecto, los ricos se
distinguen porque nunca esperan.
Es una temporalidad de indiferencia, porque la variedad
experiencial se homogeneiza en patrones temporales. Un tiempo de
disponibilismo absoluto, propio de “un modelo no social de
rendimiento maquínico”: no social porque lo social toma la forma
de una seudoutopía electrónica. Y es no social porque el sueño
depende en forma eminente de la sociedad: es gracias a la sociedad
que podemos abandonar la vigilia y entregarnos al sueño,
“custodiados por los otros” en un “temporario olvido del mal”.
Este “espejismo capitalista de la poshistoria”, este
“mundo idéntico a sí, sin fantasmas, es decir sin la latencia del
retorno de lo reprimido”, mundo plano en su hiper velocidad, mundo
indiferente (¿te caíste? Perdoná que no te ayudo, estoy
corriendo...), tiene un escollo enemigo englobado en “el sueño”:
el sueño abarca el
tiempo efectivo de dormir, las actividades de descanso en general (el
sueño como paradigma de una potencia específica del cuerpo),
y también la oniria, las imágenes y experiencias que podrían
disruptir el continuum del rendimentismo y su obviedad.
El proceso de socavamiento del sueño entendido como descanso y
oniria es inseparable, según Crary, de la capacidad política de
soñar: de que los cuerpos produzcan imágenes de entramados
vinculares (sociales) más igualitarios.
La temporalidad del semiocapitalismo tiene ese triple escollo en el
sueño, donde no puede extraer utilidad, y entonces lo socava. Crary
señala que la globalización neoliberal presenta una “intolerancia
técnico-institucional contra el sueño y la oscuridad”. Cada
vez más la subjetividad (el conjunto de prácticas que
constituyen los modos de ser) consiste en procedimientos de
adaptación a los protocolos de esta disponibilidad permanente.
La ciencia también ofrece el sueño -a la par que lo socava-
comprimido como mercancía. Y cada vez más gente duerme en “modo
sleep”, sin entregarse al abismo onírico, sin olvidar que ahí
al lado, en la “mesa de luz” (qué maravilla), está la ventanita
a los sueños de la vigilia productiva: el gran sueño blanco de
“cuerpos adaptados a modelos maquínicos de duración y
eficiencia”. En ese sueño, dormir es para perdedores.
3. Ilusión de autonomía,
homogeneización de patrones
El libro es pesimista. Pero no a modo profético; se limita a
señalar. Cuánto se desvaloriza lo no adaptable a las “interfaces
con enlaces múltiples”, cuánto se homogeneizan áreas vitales
otrora sensiblemente diversas; cuánto el control y el consumo
orientado muestran una “abdicación de la responsabilidad por la
vida”. Señala cómo la proliferación desmesurada de imágenes que
caducan muy rápido, pero no terminan de desecharse, produce un
despojo de futuro; y cómo la aceleración constante en la producción
de novedad produce un borramiento de la memoria colectiva. Resultado,
“el espejismo capitalista de la poshistoria”.
Y señala también la “ilusión de autonomía” propia de
los usuarios más o menos acomodados, ilusión de autonomía propia
de la fragmentación y la privatización de las vidas.
“Micromundos con diferente contenido se sienten libres sin advertir
que repiten homogéneos patrones temporales”. Incluso individuos
que puede llegar a hacer creer en un uso “revertido” de los
circuitos de temporalidad 24/7, cuando lo que se ven son “usuarios
como piezas intercambiables de la misma desposesión masiva de tiempo
y praxis”.
Esa ilusión de autonomía es fundamento del “sistema global de
autorregulación” o “exigencia continua de
autoadministración”, que no solo licúa el propio tiempo sino que,
a su vez, es inseparable de los ritmos de consumo tecnológico.
Los cuerpos se ven traccionados por esta eternidad
ansiosa y autoexplotada, en la que el dinero soborna la infelicidad.
4. Historia del 24/7
(fábrica, tele, internet; luz y abstracción)
La historia material de este
régimen empieza con la luz fabril. Ahí
inicia el desarrollo racionalizado de una relación abstracta entre
tiempo y trabajo. Ya Karl Marx señalaba que el primer requisito del
capitalismo fue la disolución de la relación “orgánica” con la
tierra; y, en 1858, advirtió la “aniquilación del espacio por el
tiempo”, operada por la “continuidad constante” donde se
realiza una “transición fluida y sin obstáculos de valores de una
forma a otra”.
En
palabras de Crary, los medios de comunicación producen las
“abstracciones integrales del capitalismo”. Ese orden abstracto
solo se generalizó después de la segunda guerra mundial: el reino
de la abstracción se monta sobre la tierra yerma de la destrucción
de los viejos lugares.
En
la década del 50, la
TV fue
un salto de inflexión como fuente
de luz que altera la construcción social del tiempo.
La magnitud de su carácter disruptivo pasó desapercibida por el
horror de Hiroshima y Aschwitz. Pero la TV masiviza la costumbre de
que cualquier cosa pueda acoplarse con cualquier otra -de que las
cosas ya no tengan un lugar.
La TV es clave en la transición
entre el régimen disciplinario y el control 24/7.
Cataliza
la decadencia del mundo inmediato y palpable. (Es raro que prescinda
de analizar el cine, historia que de seguro no se le escapa).
Después analiza la “segunda era” de la TV con el cable (la
programación 24/7), la videocasetera, los videojuegos.
Hasta llegar a la Internet.
Internet
da lugar a la eficencia máxima, en su carácter permanente, es el
soporte de la oposición
entre la temporalidad 24/7 y la capacidad de ensueño.
5.
Hombre eléctrico (un
sueño
acabó)
El modelo práctico de humanidad
consiste cada vez más en asimilar los movimientos, entendimientos y
protocolos del cuerpo y la psique a los propios de los circuitos
electrónicos y las interfaces 24/7.
Este es el señalamiento principal de Crary en lo relativo a la
subjetividad.
“Uno
no puede entrar literalmente en ninguno de los espejismos
electrónicos que constituen el mercado del consumo global, uno
está obligado a construir compatibilidades fantasmáticas entre lo
humano y un universo de elecciones que es, en definitiva,
inhabitable.”
El libro no es una propuesta de liberación; es un diagnóstico de la
sujeción, claramente parado en el primer mundo, sin considerar las
violencias materiales que en realidad forman un continuo con las
violencias enajenates del alma. Es debordiano: alza su voz contra la
“producción continua de la soledad como base del capitalismo.”
Para Crary, el “biocidio” en marcha en el planeta es posible
gracias a la fantasía de emancipación de la naturaleza y
dependencia suficiente de la tecnósfera.
Los
mínimos señalamientos vitales o alegres que hace pueden
sintetizarse en dos:
Uno,
que las plataformas
electónicas pueden subordinarse a encuentros. Es
decir, los medios son recurso subjetivante (aumentan la fuerza
nuestra) si se les
restituye su carácter de medios (destrabándolos
de la permanencia y del funcionamiento como medio vacío que es un
fin en la práctica).
Dos,
el reservorio
propio del sueño defendido.
Según Ferrer, “las potencias visionarias del sueño, que resisten
al desencantamiento racionalista”.
Según
Crary, “la esperanza de alcanzar, cada noche, ese estado insensible
de sueño profundo es, al mismo tiempo, la anticipación de un
despertar que tal vez contenga algo imprevisto”. Además, “la
ausencia temporaria del durmiente contiene siempre un vínculo con el
futuro, con la posibilidad de renovación y por lo tanto, de
libertad”.
Podría
traducirse en la triple
potencia vital del sueño
enunciada más arriba:
El dormir como espacio de placer y cuidado arrebatado a la inercia
rendimentista.
El
descanso ocioso (la vagancia) como modo de actividad no utilitarista.
La oniria como espacio de producción de valores, imágenes, afectos,
que desmienten el continum de la obviedad 24/7. La oniria habitada,
decidida, como hábito.
El
sueño -en general- como mínima rebeldía, como instinto -decidible-
de trinchera defensiva ante los requerimientos -la demanda y el
motivacionismo- constantes de la luz eterna.
Cómo le dan caza (Olavarría y la razón mediática)
0.
El
encuentro quizá más multitudinal de la historia argentina,
dispersado con la razón de la imagen, disuelto por la realidad
mediatizada. ¿Cómo es que el más hermoso héroe de este lío, y la
potencia de reunión autónoma y masiva más grande que haya visto
esta tierra, resultan tan vulnerables a un golpe de la subjetividad
mediática? Tantos años: contables pero infinitos años. Que ahora
se anudan, o desanudan más bien, en este punto crítico con tufo a
final. Desagradable, triste, encolerizante.
Hace
años que el espacio ricotero se venía poblando de fuerzas que
debilitaron su naturaleza, aún masificándolo más y más. Eso nos
dejó servidos. Pero no fue eso lo que sufrió la monumental condena
de la moral mediática: fue el tesoro revoltoso y rajante, patrimonio
de la larga historia patricia, lo que recibió el reto gozoso de las
vidas tristes y sumisas a la Realidad. La batuta de la condena la
llevó el Presidente. Aduciendo tristeza por los dos muertos,
pedagogizó que “esto es lo que pasa cuando no se respetan las
normas”: felina expresión de la alegría natural del poder ante
muertos cuyas vidas, aunque sea un poquito, se le habían escapado.
Aquí
van algunas líneas intentando entender las fuerzas en juego:
1.
Los
redondos y Patricio Rey fueron siempre un espacio de aire respirable,
de libertad mutante, de vida abierta en raje de la realidad obvia de
cada época (y el pogo y los psicoactivos son, en efecto, parte de la
gestión de ese aire respirable). En el mundo parido por la
gran derrota moderna, en el mundo de la enajenación como única
verdad fija, Patricio Rey fue el santo y seña de un espacio donde,
sí, somos nosotros. Hubo un momento -empezando el siglo nuevo- en
que Patricio se difuminó (y sin embargo eso también lo difundió);
después, con Patricio desplazado, muchos redondos, incluido el
Indio, incorporaron versos provenientes de otro caldo. Versos
esperanzados. Acá estamos: vulnerables ante la corriente de verso
general.
2.
Si
algo de lo magramente llamado “grieta” pudo darle alta estocada a
la esfera ricotera, es porque el territorio ricotero ya se había
mudado, en una parte demasiado grande, a la Realidad. La noción de
grieta implica una mismidad esencial de los bordes separados; la
grieta es grieta de una cosa. Los Redondos no. El espacio
redondo nunca partió unidad alguna; siempre fue más bien una
vertiente generativa. Napa subterránea, diluvio, marejada. Unos
aparecidos. Por mudarse a la Realidad, el espacio ricotero pudo
devenir documental semi publicitario, materia de selfies, saludos a
678 desde el escenario, filmaciones de los shows del Indio usadas de
cortina del mismo show televisivo, misivas públicas a “colegas
quejosos” explicando su poética, Aníbal Fernández en camarines,
etcétera... Ya estaba abierta la puerta a la realidad mediática y
su Juicio. Al Ojo de la berretada cruel.
3.
Un
indio solo es un oxímoron. Los indios han sido y son sujetos
comunitarios: imposible concebir la existencia yoica individual. Es
comprensible que nuestro Indio solo no sostuviera el hermetismo
ricotero. Desde abajo también manyamos verso... No hay que
subestimar la fuerza que traccionó hacia una utilitarización del
espacio ricotero. Que lo mediatizó: lo convirtió en un medio para
otra cosa. Explicitó nombres en los lienzos blancos. Diluyó el
secreto: fue a la ventanilla de la Realidad y lo canceló al contado
como capital político. No era fácil resistirse a tales sirenas. No
sin Patricio alentando en la nuca de sus bombones.
El
espacio ricotero, entonces, se publicó.
Por
eso ahora puede verse al
recital como “un recital”;
incluso puede irse como
si fuera “un recital”.
Para nosotros un recital redondo -y
mucho de los recitales del
Indio fueron recitales
redondos-
nunca fue “un recital”; siempre
un acontecimiento, la
autogestión de una zona temporariamente autónoma que,
más bien, desmentía el orden de la Realidad.
Y
claro: cuando en la cumbre de la yunta ya no está el Rey Patricio,
ese tutor invisible que
guardiana un clima de nosotros (su
existencia es un juego:
el juego
que le da la clave a la situación),
sino un individuo, una
persona con dni (individuo:
figura subjetiva de la Realidad), nuestro Indio solo, es más fácil
desplazarse a la posición de consumidor que reclama “organización”.
Así como, también, es más
fácil dejar a alguien tirado (en
el barro, o sin llegar al micro que se va con menos gente de la
que llevó), si vine a
consumir un recital del Indio.
La posición de “usuario”
no cabe bajo atmósfera del
Rey misterioso que nos iguala a todos en tanto que redondos, fieles
suyos: en el espacio de Patricio, está claro que lo que hay somos
nosotros.
4.
No
apunto a la nostalgia; genealogizo. Y genealogizo -someramente- no
solo la debilitación del espacio ricotero, sino también las claves
por las que centenares de miles de personas todavía sintieron que
hay algo más verdadero ahí, en esa yunta nacida con el soplo del
Rey; ahí, donde Patricio nunca se muestra y habilita la realeza del
nosotros. Trescientas, cuatrocientas mil personas movilizadas por el
deseo de algo real más intenso y eterno que esta vil realidad.
Masividad de algo que no está encuadrado en el orden cotidiano de la
realidad, no se lo puede ubicar ni circunscribir; por eso es
incomprensible cómo se dan cita; por eso hasta los detractores dicen
que es un “milagro” que nadie hubiera muerto antes: es una
masividad que en la Realidad está escondida, latente, clandestina.
Son vidas, claro, tomadas a la vez por otras fuerzas, es evidente (de
usuario, de consumidor, de miniturismo a la intensidad ricotera...).
5.
El
encuentro de cuerpos más
multitudinario sucumbe ante una corriente
de pantallas. No una “operación
mediática” -que, además,
para que funcione, necesita morder
en el mar de lo sensible; tiene
que haber un ánimo difundido que sea conductor de esa corriente
calculada-.
En todo caso, “operación
mediática” en tanto conjunto de movimientos que concurren a un
mismo efecto y comparten el mismo cuño. Cuño
mediático: un masivo movimiento
con patrones perceptivos, expresivos, morales, relacionales, etc,
propiamente mediáticos. Signados
por la supresión de la distancia a tiempo real.
6.
Nos
quejamos de la compulsión
opinológica. Pero en nuestros días, la opinión es el registro
natural de la invasión de lo
mediato; de la centralidad de
lo mediato. Compelidos a
hablar (y nunca la humanidad estuvo tan compelida a hablar; ¿qué
está en tu mente, Patricio?),
asistentes a un paisaje imaginal, los cuerpos se entrenan en un decir
desligado de la experiencia de habitar aquello sobre lo que se habla.
Y todos estamos sometidos a
poderosísimas fuerzas de estímulo y extracción discursiva. Apuesto
a que lo que más creció, en
todos los ordenes de la existencia humana, en estos últimos años,
es la cantidad de palabras proferidas.
La
opinión es el género de la valoración a distancia. O,
mejor, el género de la valoración propio de la “proximidad
mediática”, como dice
Virilio. La
compulsión a opinar es
efecto de cuánto las vidas
viven impregnadas de un paisaje de cosas que no habitan
en presencia: es inevitable tener una opinión. Es
imposible no
tener opinón. “Si nada te
conmueve, ¿para qué opinás?”, leí a
Carlos Gradín. Pero Diego
Valeriano me apuntó: es precisamente porque no te conmueve, que
opinás. Vos, él, yo, cualquiera.
7.
Sobre
todo cuando hay muertos. “Los muertos siempre van en la tapa”:
periodismo básico. Pero ese protocolo periodístico no alcanza para
explicar lo que se hace pasar por esos muertos. Los sentidos que se
les insuflan: taxidermia moral. Taxidermia moral. Obviamente, para
vaciar la vida que habitó un cuerpo apenas el cuerpo muda en
cadáver, y llenarlo de los propios miedos y fantasías, es necesario
tener borrada la capacidad de conmoverse. Al menos de conmoverse con
aquello que se percibe a la distancia. Porque tal cosa existe (“es
necesario sentir en lo más hondo...”); es posible conmoverse con
algo distante. Quizá sea difícil cuando lo distante pasa por
próximo: desaparece toda noción de que hay algo más -más real-
que lo que percibimos sin más. Digo: los “medios”, como
artefactos de técnicos de transmisión, tienen la capacidad de
mediar, en el sentido de hacer puente, acercar; es por el tipo
de vida que los tiene como tecnología (vida que no se limita a ser
“efecto de los medios”), que los medios no median sino que
mediatizan: separan más de lo que ligan; organizan la ligadura de la
separación.
9.
Hay
chicos que son bombas pequeñitas, y otros que son medios pequeñitos.
Cuerpos aparatos, que difunden la Realidad mediática. También de
esos se forma el “oceáno de gente” que va a ver al Indio solo.
“Infiltrados”, como escuché decir al colectivo Juguetes
Perdidos. Consumidor, usuario, indignado. Figuras que acaso no
encarna plenamente nadie y que atraviesan a muchos, en convivencia
ambivalente, promiscua incluso, con fuerzas y deseos de la presencia
intensa.
Porque
cuatrocientas mil personas es un montón, pero sucumbimos a las
fuerzas anti-presentificantes. Des-presentificantes. Fuerzas sacan la
existencia de la presencia, la alejan. Las coordenadas de la
existencia (las imágenes prácticas con que nos concebimos) le son
despojadas a la presencia. Ya no soy el que está acá, mi
existencia deja de concebirse como fundada por estar acá. No “soy
redondo” sino “alguien que vino al recital del Indio”. Así
es como se puede hasta
hablar como un “sobreviviente” después de no haber vivido ningún
daño ni amenaza, a lo sumo unos apretujamientos y demoras en la
movilidad a la salida-esperables-. La presencia invadida por una
concepción mediatizada de la existencia.
10.
Patricio
Rey es un ejemplo maravilloso de un elemento presentificador. Un
intensificador de la presencia, a grado tal que la existencia entera
se ve pensada, cuestionada, tonificada por esa presencia -al
contrario de la mediatización que castra la presencia a título de
una imagen de la existencia-. Soy redondo. Esa existencia
afirmada por la presencia luego alcanza a tener un modo propio de
habitar las escenas “ajenas”. Por eso es padrino de múltiples
micro-complicidades en la ciudad. Por eso se constituyó como la voz
que más hablaron las paredes urbanas de las últimas cuatro décadas.
Por eso permitió sobrevivir y gozar a las sensibilidades de
disidencia instintiva, estética, desde la dictadura hasta que fueron
esas sensibilidades, esos cuerpos, los que echaron a pedradas al
neoliberalismo noventoso.
Patricio
Rey, un sueñito presentificador. Gracias a él uno no cree en lo que
oye; la presencia recupera su ánimo de poder, olvidando la obviedad
circundante.
11.
¿Qué fuerzas llevan a ver “tragedia” donde murieron dos de
trescientas o cuatrocientas mil personas, sin haber sido asesinadas
ni víctimas de violencia accidental? ¡Masacre, incluso! ¿Estás
bien, estás bien? Los medios, por supuesto, mostraron su condición
terrorista, como señaló Ezequiel Gatto: llamando “desaparecidos”
a los que no tenían señal de celular. Hijos de yuta, propiamente.
Pero hay más...
La creencia inmediata en la tragedia indica un lugar previo
disponible para afirmar eso, masacre, tragedia, para desmentir una
fiesta como desastre. No hubo masacre ni tragedia; hubo dos muertes
al interior de una autogestión (sanitaria, toxicológica,
experiencial), ejercida, por cierto, en un espacio de autocuidado
colectivo mucho más eficaz que la convivencia urbana normal. Y sin
embargo es inmediata la creencia, el crédito que se le da al
desastre sangriento de la fiesta ricotera. Cosa que no sucede con los
veinte muertos diarios en “accidentes” de tránsito, los siete en
una comisaría días antes, los miles y miles de muertos normales que
son cuerpos donde estalla el modo de vida de explotación, miedo,
odio y estrés. No: son los caídos en un viaje propio, en una
historia propia, los que despiertan el retito moral.
Es la gozosa condena de los castrados: aquellos resignados a que todo
es igual, todo lo mismo. Las vidas que renunciaron a la
existencia de viajes diferenciales, desesperan por desmentir
todo rastro de disidencia de cualquier agite que lo contenga; le caen
con todo el peso de la Realidad: vieron, esto iba a pasar, el
Indio es una pyme que no produce la organización que necesita.
“Si respetan las normas hay más oportunidades” dijo el gato (el
abanderado en la Rosada del propietarismo y de las vidas del miedo y
la impotencia), contento porque dos muertos le permiten condenar al
ricoterismo. Pero Patricio, la gran escuela de la presentificación,
no quiere oportunidades; no las necesita. Planta su fiesta y trae su
cielo un rato a esta tierra, que es una herida. O bien se disuelve
derrotado. Tenemos dos muertos redondos: que en paz descansen.
Murieron en una apuesta por intensificar la vida al interior de una
poética propia. Mucho más francos que una vida que goza con
tragedia y masacre tanto como para verlas donde no las hay, tanto
como para darles crédito así existen efectivamente -así tienen
efectos aunque no existan-.
Es entendible: una sensibilidad mediatizada, los cuerpos enajenados
(con la potestad de la presencia mediatizada), gozan ante el
espectáculo de cuerpos arrancados de vida: de cuerpos más
enajenados que ellos. La mediósfera aumenta la potencia de los
cuerpos de consumir imágenes. En su forma inercial, esta capacidad
se hipertrofia y en cambio duele la parte del cuerpo que
podría habitar una reunión multitudinal como algo más
verdadero, la parte del alma que podría fundar la realidad desde
su presencia arbitraria -la que podría decir la vida es esto, y
que bufen los eunucos. Duele y queda resentida. “¡Muertos, no
hacían fiesta, están muertos!” Como señalaba Bifo, para la
subjetividad mediática el porno y los cuerpos despojados son
trending topic: el triste goce de espectar cuerpos más enajenados
que el propio, en contraste con los cuales el opinador es un re vivo.
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