Por qué iría a la Plaza de Mayo mañana.
No porque me convoca Cristina, ni el gobierno kirchnerista.
Tampoco porque las retenciones me parezcan una medida ejemplar. De hecho creo que se apoyan en el modelo sojero, es decir el modelo de concebir al campo argentino como pura pieza del comercio agrícola mundial, en tanto necesitan a los que hoy son sus enemigos para recaudar plata. Por supuesto prefiero que tributen estos puntos porcentuales más, y no menos. Pero mucho más me convocaría que se dieran las condiciones para una discusión efectiva –es decir con algún amarre a sus referentes- sobre “la naturaleza del campo”, por así decir, o de otro modo, sobre su propiedad y sentido.
¿Y yo quién soy para decir qué tiene que pasar con esa tierra y su producto? Esa es un pregunta. Otra es quiénes son ellos, los dueños, para decidirlo: ¿potestad total sobre la tierra natural? Y otra pregunta es quién, o qué, es el Gobierno, para intervenir al respecto; no se trata, en estas preguntas, de atribuciones, sino de posibilidades.
El conjunto de la situación me resulta movilizador a la vez que me hace sentir impotencia, escisión entre mi capacidad de acto y las fuentes de lo que me afecta.
Decía que no me convoca ni Cristina ni tampoco, conceptualmente, las retenciones. La propiedad de la tierra, por otro lado, tampoco sé si me convoca en movilización; me indigna pero me indignó siempre y no siempre bastó para movilizarme (nunca bastó eso solo). Aunque lo mismo se observa en los caceroleros urbanos: son gente que supo indignarse repetidamente desde que yo recuerde, pero rara vez tanto como para llevar a algún tipo de acto. ¿Qué hace que ahora sí se quiebre el límite de lo tolerable?
Por un lado, ahora hay a disposición un tipo de acto bastante nuevo, joven (al menos en su forma esta), el caceroleo, como ruido desde el balcón y como concentración vecinal en las esquinas. Todo vuelve como farsa, puta madre. Porque en el 2001 el caceroleo tenía otro sentido, formaba parte de otro movimiento político. De hecho alteró los posibles en la política nacional, siendo la causa principal, considero, de todos los aciertos kirchneristas. Los que hoy cacerolean (muchos menos que en aquel entonces) en solidaridad con los dueños de la tierra comerciantes de soja transgénica, en ese entonces resultaban en alianza con los sectores que, extremadamente desahuciados económicamente, saqueaban supermercados; en aquel entonces Luis D’Elía, monigotón, como cualquier otro realizador de piquetes, tenía con la cacerola una lucha que era una sola.
Ahora bien, lo que terminaba de llevar a la acción a muchos caceroleros en 2001 –la frontera de la tolerancia- era la pérdida de sus ahorros bancarios. Le tocaban la cuenta y saltaban, como ahora cuando le tocaron la góndola. A todos nos tocan la góndola; parte del “conflicto” consiste en quiénes. Las cacerolas, antes batidas por la propiedad monetaria, se sienten parte prima de un cuerpo al menos mínimamente sólido: el del propietariado. La injerencia en la propiedad privada les resulta inaceptable, aunque no sea estrictamente injerencia en el carácter privado de esa propiedad sino sólo en la asignación parcial de sus frutos.
Si como dice Diego las retenciones no plantean preguntas políticas en tanto discuten la distribución y no la propiedad de los recursos naturales, ¿puede que el poder de designio distributivo sea considerado desde cierto nivel como atribución inherente a lo privado? Es como si hubiera una línea que divide lo privado intervenible por el Estado y lo privado-privado de la tierra. Es como dice Gatto: se naturaliza el privilegio.
Los propietarios de las tierras, ¿son dueños también de la capacidad de acción política? ¿La única visión del mundo y de la organización social que está encontrada con su capacidad de acto es la de las capas más favorecidas por un estado de cosas que hace que para casi todos casi todo sea una mierda? Que tengan la propiedad de la tierra y la propiedad de la política activa: eso me moviliza.
Iría a la plaza dándole el beneficio de la duda a que la plaza pueda exceder a Cristina, a sea el comienzo o parte de muchas micro instancias de diálogo y coordinación de movimientos, que nos ponga en disposición de agite de manera que tal vez la semana que viene o dentro de muchas ya la convocatoria cristinista esté forzada a ser mejor (acompañada de políticas más democráticas, etc), o prescindamos de ella; en fin, para dar el beneficio de la duda a la movilización que puede surgir (y lo que puede surgir de ella) cuando hay al menos un punto concreto que, con alto grado de acuerdo común, merece hacer.
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