La nueva (ciencia) ficción del autor de Fight Club ofrece una experiencia intensa sin que haga falta tener una relación intensa con los libros en general. Atrevido, el foco de interés va cambiando, lo que al principio parece principal se revela expresión de una trama más profunda, se complejiza sucesivamente hasta que duele el cerebro pero no se puede parar. El trabajo de ingeniería de Palahniuk -descomunal, sutil- logra un ritmo veloz donde despliega su imaginación; escenas e historias muy vívidas, o sea muy singulares, que a la vez alertan sobre diversas dinámicas del control social. Salvajemente entretenido, divierte diciendo: ojo.
Toda la historia de Rant Casey (anunciado muerto al inicio) está contada mediante fragmentos de entrevistas a personas que lo conocían (a su vez coprotagonistas de lo relatado). Distintas voces y versiones nos cuentan primero sobre su infancia de Rant. Radicalmente insatisfecho con los premios que la sociedad tenía para ofrecerle (Indio Solari dixit), recorre los campos semi desérticos que rodean su pueblo buscando agujeros, guaridas de distintos animales. Encuentra uno y se acuesta de costado, mete el brazo hasta el fondo. Espera bajo el sol, ofreciéndose. Tan seguido lo hace que, cuando siente la mordedura, identifica de qué bicho se trata. Saca su miembro manando sangre, percibe comenzar el trabajo del veneno: “Así debería sentirse uno en la Iglesia”, dice.
La historia loquísima de Rant se traslada a la ciudad; allí también el dolor funciona como confirmador de existencia. Se integra a los choquejuerguistas (mucho mejor sería la novela con traducción argentina y no ibérica), un grupo secreto donde el ocio clandestino, que activa libido frustrada en la hostilidad del mundo, teje una red potencialmente subversiva (como en Fight Club). El juego aquí es por equipos y en autos; se dispersan por la ciudad, el objetivo es chocar a los otros, aunque con ciertas reglas, no es la idea llegar a la muerte. Sí acercársele; para no olvidarla, para sentirse vivos y también para tener algo de que hablar: la ficción de Palahniuk da cuenta de una realidad pública donde los encuentros están signados por el paradigma del choque. Tributa a J.G. Ballard y su novela Crash. En el mundo de Rant, el tránsito se había tornado tan caótico que se decidió desdoblar la organización social, dividiendo a la población en Diurnos y Nocturnos. Las choquejuergas, nocturnas, ofrecen una realidad genuina que contrasta con el entretenimiento que ha desplazado a los libros, las películas, los discos: las cúspides alucinadas, una especie de realidad virtual donde uno experimenta experiencias vividas por otro, con los cinco sentidos interpelados, para la cual los humanos tienen un “puerto” en la nuca, tipo Matrix. Bajo hegemonía de la tecnociencia, el cuerpo deviene chanchada. Palahniuk denuncia la alianza entre morbo masivo y medios de comunicación a través de una radio que informa sobre accidentes con partes médicos asquerosamente detallados. Y es también la condición orgánica la que hace tambalear la sociedad: Rant es el mayor “superpropagador” de virus mortal de la historia estadounidense. Claro que en ese tambalear, el miedo lava la moral del poder, y las libertades y garantías ceden a la prevención higienista frente a la epidemia. El parcelamiento social se transforma en segregación, en cuarentena masiva. ¿O estaría todo planeado? Con gran destreza Palahniuk presenta la verosimilitud de las hipótesis más paranoicas. Y todavía hay todo otro giro en la historia, una apuesta muy ambiciosa, casi excesiva, pero si no es en el arte donde nos atrevemos a arriesgarnos, dónde.
Revista Rolling Stone, mayo 08
No comments:
Post a Comment