Nota en Zoom sobre la marcha anti retenciones
De todo en la huerta del Señor
Agustín J Valle
“Mirá,
mirá la cantidad de cabecitas”, dijo una señora cuya vestimenta,
indumentaria y perfume parecían costar siete u ocho veces lo que
recibe para ir a una marcha un reclutado por el clientelismo
justicialista. La connotación despreciativa que casi inevitablemente
tiene esa frase en Argentina en boca de una señora así sólo pudo
ser evitada por un contexto tan singular como el del acto en el
Monumento a los españoles: la espetó alegre cuando la milenaria
multitud terminó de entonar al unísono cánticos católicos que la
cohesionaron. Ave, María, y que viva la patria blanca.
No
era –netamente- asco gorila el de la doña; era entusiasmo. ¡Cuánta
gente! Y gente no acostumbrada a reuniones de tal masividad. Desde
las inmediaciones, temprano, la población no se distinguía
superficialmente de la habitual del barrio Botánico, salvo por las
boinas, pañuelos y bombachas de campo. Concentración de gafas
importadas, cutis de afiche y dentaduras perfectas; y cierto tono
familiar de la cuestión hizo que muchos vecinos llevaran hasta sus
Golden Retrievers (esos valen como doce pobres reclutados). Todos
felices como quien sale al sol por vez primera, registrando el
momento con los celulares fotográficos (cinco reclutados). Junto al
Zoológico había columnas organizadas, pero desde antes de la
esquina de República de la India hacia el centro, los millares de
cuerpos ocupaban el espacio en forma dispersa, se agrupaban de a
tres, cuatro, cinco, charlando, hasta el inicio del acto. Estaban
haciendo sociales, lo más importante era su mutuo encuentro.
Haciendo
sociales: tejiendo en la calle vida social desde la política. Justo
una de las pocas cosas que al propietariado (rural o urbano) le
menguó, al menos, desde la dictadura: iniciativa política
callejera, sociabilidad política (auto)legitimada. ¿Cómo no va a
entusiasmar ser dueño de la tierra y además de la capacidad de
movilización pública? “Nos dimos cuenta de que nos estaban
metiendo la mano en el bolsillo. Y acá nos plantamos”, gritó
desaforado Alfredo de Angelis, hábil orador de salón ampliado. Con
sonrisa se plantaban las señoras con botox, con sonrisa se plantaban
las chombas de polo, felices de poder representar un papel que
acostumbran a ver como virilidad ajena, el de enojarse ante un poder
establecido, el de reclamar derechos y defender lo propio, aunque
aquí sea defendiendo al privilegio como derecho natural –como
señala el historiador Ezequiel Gatto-, y la tierra eterna como lo
propio. Felices: de poseerlo todo y encima quejarse.
Sin embargo, la vida es sorpresa y
asimismo las alianzas políticas. Nutrida columna aportó, por
ejemplo, el Movimiento Socialista de los Trabajadores. Fue
interesante cuando el locutor, pidiendo que se bajaran las banderas
para facilitar la visibilidad del palco, dijo: “los muchachos de la
izquierda, por favor, enrollen las banderas, ya todos las vimos, ya
salieron todas en televisión, bajen por favor esa que tiene la foto
de Lenin y del otro que creo que es Trotsky”. Es que el ruso
asesinado en México por un sicario estalinista no es un logo al que
los dirigentes de las entidades rurales estén habituados. Como
tampoco están habituados los militantes del Partido Comunista
Revolucionario, de incidente asistencia, a ser el público que
sostiene hablando al presidente de la Sociedad Rural Argentina.
Luciano Miguens resultó, dicho sea de paso, un orador muy torpe,
monocorde y absolutamente insensible a los momentos en que hay que
hacer la pausa porque vienen el aplauso. Claro: no está acostumbrado
a liderar movilizaciones masivas.
El PCR y la agrupación de
trabajadores desocupados que motoriza, la Corriente Clasista y
Combativa, llegaron al acto encolumnados con la FAA, y algunos de sus
miembros declararon a Revista ZOOM que si bien en la
composición social del mitín había “de todo, casi todos vinieron
por la Federación Agraria”. Al menos raros quedaban los
revolucionarios clasistas como masa de un acto en cuya parte de
“poesía” (a cargo de un tal Pampa Cruz) se gritó a los cuatro
vientos que “padecen las poblaciones porque padece el patrón”.
En cualquier caso, con un consenso
total de enemistad con los Kirchner (“decían que la soja es yuyo,
¡pero les salvó el país!”, fue la cúspide del tal Cruz), y un
acuerdo en que pase lo que pase en el Senado el conflicto no termina
(se dijo de mil maneras al micrófono), la heterogeneidad de la
concurrencia deja entreabiertos los devenires posibles del
“movimiento pro campo”. Por ahora, la capitalización del
movimiento es fundamentalmente de los circuitos anímicos de las
clases propietarias. Son ellos quienes más rotundamente se arrogan
los colores y el nombre de la patria para desde allí firmar sus
actos. Por ahora y todavía, Argentina sólo es negra si se la
escribe de atrás para adelante.
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