¿No ocurre que las generaciones se esterilizan por pérdida de la insistencia en aquellos senderos que sólo a ellas les son dados reabrir? ¿No existe un riesgo abortivo en la abstención, la elusión o en los reparos a activar la débil fuerza mesiánica que a cada generación le viene dada en gracia, y que debe ella misma descubrir?
Advertida desde siempre, portadora genética de un terror que deviene inteligencia cínica, “nuestra generación” se ha ahorrado el riesgo de la creencia y de la promesa política. Desarrollamos, desde siempre, una conciencia clara del patetismo del sentido.
Advertida desde siempre, portadora genética de un terror que deviene inteligencia cínica, “nuestra generación” se ha ahorrado el riesgo de la creencia y de la promesa política. Desarrollamos, desde siempre, una conciencia clara del patetismo del sentido.
Nuestro escepticismo carece de fuerza histórica.
Las abundantes metáforas de la intemperie exhiben nuestra orfandad. La reducción de nuestro horizonte a una búsqueda desesperada de protección. Adherimos a una detención de la historia bajo las formas más banales de la movilización de la vida (fascismo postmoderno).
Pero la potencia indetermina el mundo. ¿Cuán lejos debería llegar una potencia tal para remover en nosotros la naturaleza del cálculo y la seguridad? Para interrumpir esta obviedad, la exposición universal del desastre.
Las abundantes metáforas de la intemperie exhiben nuestra orfandad. La reducción de nuestro horizonte a una búsqueda desesperada de protección. Adherimos a una detención de la historia bajo las formas más banales de la movilización de la vida (fascismo postmoderno).
Pero la potencia indetermina el mundo. ¿Cuán lejos debería llegar una potencia tal para remover en nosotros la naturaleza del cálculo y la seguridad? Para interrumpir esta obviedad, la exposición universal del desastre.
¿Cómo se construye la obviedad?
El ojo, se sabe, tiende a dominar. A priori, los cinco sentidos son la visión y cuatro más.
Te lo juro, hermano, lo vi con mis propios ojos.
Y si no lo veo no lo creo.
Como el ojo es dominante y presumido, resulta palanca de conquista ideal para una dinámica que busque organizar al sujeto –sujetarlo- en un juego de atenciones y prestaciones determinado.
Todo se desvive por ser visto y la escala de visibilidad es escala ontológica: nos guste o no nos guste, nos encontramos sintiendo grados de certeza respecto de la gravidez de algo en el mundo según su visibilidad.
Si somos constructivistas como el Indio, una canción cambia el mundo, porque cambia mi cabeza y mi visión y entonces el mundo. Qué importa si hay verdad más allá de nosotros: problema de lo otro.
Pero aún si somos constructivistas, lo que percibimos –por ejemplo una canción- delinea minuciosamente el mapa de lo real y de lo posible.
De lo plausible y de lo festejable.
De lo más o menos y de lo posta.
De lo juguetón y de lo que queda cuando lavamos lo accesorio con el giro “en definitiva”, maldito latiguillo de la trascendencia.
La verdad, las expectativas. Lo deseable y lo esperable. El sentido y el poder de causa. Todo es producto del roce perceptivo con “lo” real. De esta manera, tenemos una responsabilidad: cuidar la política de distribución de atención.
Vivimos en una lucidez insoportable, redundante, donde el futuro es un espejo del presente, este presente eterno.
Del fondo de todas las cosas, de cualquier cosa, nos separa nada más que el cálculo. No hay misterio para nosotros.
No sólo hay una perversión mercantil de las expectativas. También una distorsión perceptiva, un aplanamiento: en un mismo plano –informático- puede leerse la infinita variedad de las cosas.
Esa homogeneización del infinito hace que haya no sólo una precarización de la vida sino una precarización del propio querer vivir, de las ganas: movidas por lo obvio.
Recuperar, entonces, la desesperación.
Poder sentir lo real que la realidad oculta mostrándose. Recuperar el sensorio para la calentura política.
Apostar performativamente a que haya cosas no traducibles al plano de lo obvio, evidente.
Cosas no perceptibles en el régimen de lo visible ni comunicable en su correlato informacional. Cosas oscuras, que iluminan sólo a los que hacen el trabajo de disponer su cuerpo a sentirlas, el trabajo para que los labre su sentido.
Necesitamos un baión por cada uno de nuestros ojos idiotas.
La moda se define como sustitución del material simbólico sin alteración subjetiva. Nuestra cultura está frita: todo es moda. Todo igual, todo lo mismo aunque se recambie al instante.
Las experiencias y espacios de alteración subjetiva no pueden salir en los medios ni tener propaganda. Estás ahí o no estás. Acá.
Después de las degeneraciones históricas del ser, del tener, y del parecer, poder estar es un privilegio inconmensurable.
Debe haber manera de advertir que yo, tu, él, nosotros somos la historia universal. Si logramos ser contemporáneos de nosotros mismos.
Es muy notorio el sentimiento propio del acceso al contacto con un real que produce un corrimiento en la distribución de lo sensible y lo pensable. Hace emerger una politicidad, esto es: autonomía, conflicto, belleza.
La autonomía, dado el poder, implica conflicto: pero sólo desde la instauración autónoma es conflicto y no pura explotación.
Qué se puede, qué no, qué podemos esperar: no sabemos. No sabemos.
Entonces, por un lado, en este tiempo de hiperconexión, con la red alcanzando el planeta entero y poniéndonoslo como imagen en nuestras casas, en este tiempo no podemos confiar en lo evidente. Sólo confiando en lo no visible se hace posible otro tiempo.
Eso por un lado.
Por otro lado, sólo una estrategia de invisibilidad puede preservar su temporalidad de la urgencia por no caerse de la miríada de conexiones.
El anonimato es la estrategia de una nueva clandestinidad.
Clandestinidad que no se oculta por riesgo de ser reprimida por un orden que la percibe como amenaza desintegradora; clandestinidad que, en cambio, se oculta por resultar atractiva para el orden por cuanto tiene de creadora de valor: el orden ataca al nuevo anonimato, el anonimato de los ricos de cosa intraducible para el mercado, lo ataca con oportunidades.
¿Somos capaces de crear valor, pero un valor no redundante ni nacido ya para el mercado? ¿Somos capaces de recuperar tramos de la cooperación colectiva de las manos de la mezquindad del simul-kapital? Crear un valor que no pueda ser mensurado, puesto -a través de comparaciones de grado- en equivalencia con todos los demás; crear parámetros que interrumpan el destino obligado de la fenomenología mercantil.
Presentado en la última Juntada de Ensayos en Vivo, introduciendo la intervención de López Petit; sin embargo, ahora advierto otra pertinencia. Ah: los primeros párrafos fueron escritos por el necesario Diego Sztulwark.
El ojo, se sabe, tiende a dominar. A priori, los cinco sentidos son la visión y cuatro más.
Te lo juro, hermano, lo vi con mis propios ojos.
Y si no lo veo no lo creo.
Como el ojo es dominante y presumido, resulta palanca de conquista ideal para una dinámica que busque organizar al sujeto –sujetarlo- en un juego de atenciones y prestaciones determinado.
Todo se desvive por ser visto y la escala de visibilidad es escala ontológica: nos guste o no nos guste, nos encontramos sintiendo grados de certeza respecto de la gravidez de algo en el mundo según su visibilidad.
Si somos constructivistas como el Indio, una canción cambia el mundo, porque cambia mi cabeza y mi visión y entonces el mundo. Qué importa si hay verdad más allá de nosotros: problema de lo otro.
Pero aún si somos constructivistas, lo que percibimos –por ejemplo una canción- delinea minuciosamente el mapa de lo real y de lo posible.
De lo plausible y de lo festejable.
De lo más o menos y de lo posta.
De lo juguetón y de lo que queda cuando lavamos lo accesorio con el giro “en definitiva”, maldito latiguillo de la trascendencia.
La verdad, las expectativas. Lo deseable y lo esperable. El sentido y el poder de causa. Todo es producto del roce perceptivo con “lo” real. De esta manera, tenemos una responsabilidad: cuidar la política de distribución de atención.
Vivimos en una lucidez insoportable, redundante, donde el futuro es un espejo del presente, este presente eterno.
Del fondo de todas las cosas, de cualquier cosa, nos separa nada más que el cálculo. No hay misterio para nosotros.
No sólo hay una perversión mercantil de las expectativas. También una distorsión perceptiva, un aplanamiento: en un mismo plano –informático- puede leerse la infinita variedad de las cosas.
Esa homogeneización del infinito hace que haya no sólo una precarización de la vida sino una precarización del propio querer vivir, de las ganas: movidas por lo obvio.
Recuperar, entonces, la desesperación.
Poder sentir lo real que la realidad oculta mostrándose. Recuperar el sensorio para la calentura política.
Apostar performativamente a que haya cosas no traducibles al plano de lo obvio, evidente.
Cosas no perceptibles en el régimen de lo visible ni comunicable en su correlato informacional. Cosas oscuras, que iluminan sólo a los que hacen el trabajo de disponer su cuerpo a sentirlas, el trabajo para que los labre su sentido.
Necesitamos un baión por cada uno de nuestros ojos idiotas.
La moda se define como sustitución del material simbólico sin alteración subjetiva. Nuestra cultura está frita: todo es moda. Todo igual, todo lo mismo aunque se recambie al instante.
Las experiencias y espacios de alteración subjetiva no pueden salir en los medios ni tener propaganda. Estás ahí o no estás. Acá.
Después de las degeneraciones históricas del ser, del tener, y del parecer, poder estar es un privilegio inconmensurable.
Debe haber manera de advertir que yo, tu, él, nosotros somos la historia universal. Si logramos ser contemporáneos de nosotros mismos.
Es muy notorio el sentimiento propio del acceso al contacto con un real que produce un corrimiento en la distribución de lo sensible y lo pensable. Hace emerger una politicidad, esto es: autonomía, conflicto, belleza.
La autonomía, dado el poder, implica conflicto: pero sólo desde la instauración autónoma es conflicto y no pura explotación.
Qué se puede, qué no, qué podemos esperar: no sabemos. No sabemos.
Entonces, por un lado, en este tiempo de hiperconexión, con la red alcanzando el planeta entero y poniéndonoslo como imagen en nuestras casas, en este tiempo no podemos confiar en lo evidente. Sólo confiando en lo no visible se hace posible otro tiempo.
Eso por un lado.
Por otro lado, sólo una estrategia de invisibilidad puede preservar su temporalidad de la urgencia por no caerse de la miríada de conexiones.
El anonimato es la estrategia de una nueva clandestinidad.
Clandestinidad que no se oculta por riesgo de ser reprimida por un orden que la percibe como amenaza desintegradora; clandestinidad que, en cambio, se oculta por resultar atractiva para el orden por cuanto tiene de creadora de valor: el orden ataca al nuevo anonimato, el anonimato de los ricos de cosa intraducible para el mercado, lo ataca con oportunidades.
¿Somos capaces de crear valor, pero un valor no redundante ni nacido ya para el mercado? ¿Somos capaces de recuperar tramos de la cooperación colectiva de las manos de la mezquindad del simul-kapital? Crear un valor que no pueda ser mensurado, puesto -a través de comparaciones de grado- en equivalencia con todos los demás; crear parámetros que interrumpan el destino obligado de la fenomenología mercantil.
Presentado en la última Juntada de Ensayos en Vivo, introduciendo la intervención de López Petit; sin embargo, ahora advierto otra pertinencia. Ah: los primeros párrafos fueron escritos por el necesario Diego Sztulwark.