I. Un hacer fundado en las ganas de no hacer
Voy a hablar de la pereza, de las ganas de no hacer nada. De “la ley del mínimo esfuerzo” que, lejos de su demonización escolar, es una ética, en todo caso una ley justa, pero no por justicia: la fiaca como la medida justa de las cosas, la pereza como gran vigilante de la genuinidad del hacer.
Hay una cuantiosa tradición literaria al respecto. Lo que demuestra desde el vamos que hay cierto desgano que, a sus anchas, resulta creador. No aspiro a inscribir este ínfimo ensayo en esa tradición. Porque en tal ansia, la tradición deja de ser una cosa que está acá entre nosotros, nutriéndonos inevitablemente, en nosotros constitutivamente, para pasar a ser una línea existente de por sí –tipo sacra–, que puede albergar nuestro hacer si cumplimos con algunos requisitos de acceso. Y considerar el propio hacer, es decir el presente, desde el lugar que tenga en la línea proveniente del pasado, es algo sólo posible si vemos nuestro presente desde su posible imagen futura. Inscribirse en una tradición pasada suele ser un ansia de existencia futura que desprecia el presente, lo más puramente presente del presente. Además, entre esos requisitos de acceso a la tradición está el de referirse a algunos de sus pasos, cosa que me da mucha, mucha fiaca, no por desprecio de la lectura –seguramente he leído y vuelva a leer al respecto–, pero sí por desgano de “ir” a leer unos textos –transformándolos en bibliografía– justo cuando lo que quiero es escribir.
[Sigue acá el texto publicado en la Antología de Ensayos en Vivo y presentado en la Juntada de fines de 2008]
Voy a hablar de la pereza, de las ganas de no hacer nada. De “la ley del mínimo esfuerzo” que, lejos de su demonización escolar, es una ética, en todo caso una ley justa, pero no por justicia: la fiaca como la medida justa de las cosas, la pereza como gran vigilante de la genuinidad del hacer.
Hay una cuantiosa tradición literaria al respecto. Lo que demuestra desde el vamos que hay cierto desgano que, a sus anchas, resulta creador. No aspiro a inscribir este ínfimo ensayo en esa tradición. Porque en tal ansia, la tradición deja de ser una cosa que está acá entre nosotros, nutriéndonos inevitablemente, en nosotros constitutivamente, para pasar a ser una línea existente de por sí –tipo sacra–, que puede albergar nuestro hacer si cumplimos con algunos requisitos de acceso. Y considerar el propio hacer, es decir el presente, desde el lugar que tenga en la línea proveniente del pasado, es algo sólo posible si vemos nuestro presente desde su posible imagen futura. Inscribirse en una tradición pasada suele ser un ansia de existencia futura que desprecia el presente, lo más puramente presente del presente. Además, entre esos requisitos de acceso a la tradición está el de referirse a algunos de sus pasos, cosa que me da mucha, mucha fiaca, no por desprecio de la lectura –seguramente he leído y vuelva a leer al respecto–, pero sí por desgano de “ir” a leer unos textos –transformándolos en bibliografía– justo cuando lo que quiero es escribir.
[Sigue acá el texto publicado en la Antología de Ensayos en Vivo y presentado en la Juntada de fines de 2008]