De madrugada es el momento en que más se nota la cantidad de cybercafés que atestan la ciudad. Sobre todo desde la casi extinción de los kioscos 24 horas a expensas de la prohibición ibarrista de vender bebidas (alcohólicas). Cuando aparecieron a montones, los cybers fueron vistos como un caso más del género otrora ejercido por los parripollos y las canchas de paddle. Pero la moda no es tal si permanece, y hay un mundo en los cybers. O miles: las faunas varían por lugares y por horarios, y el mosaico social es tan amplio como pueda pensarse: serios ajedrecistas vía web, pornografílicos compulsivos, esforzados laburantes a distancia; de todo, incluyendo los indevelables. Cada uno en su mambo, todos comparten el dispositivo material de realización de prácticas...
[Sigue]
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